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Reportaje:MÚSICA

George Clinton, medio siglo de metódica locura

Diego A. Manrique

Lo duro es intentar explicar a los profanos las dimensiones creativas de George Clinton (Kannapolis, Carolina del Norte, 1941). Se le suele comparar con Frank Zappa por la productividad, el humor y el carácter proteico de su obra pero Clinton nunca exhibió la pose de artista incomprendido que hacía, a veces, tan insoportable al hombre del mostacho. Clinton tampoco lo ve: "Frank comenzó como yo, con el doo wop de los cincuenta, pero le gustaba mucho usar la tijera, yo prefiero grabaciones más orgánicas". También se le ha relacionado con Sun Ra, por compartir obsesiones cosmogónicas, pero el legado del músico de jazz es, con toda su riqueza, más lineal que el de Clinton. Que se sabe, además, más afortunado: "Marshall Allen dirige ahora su Arkestra y ni siquiera pueden grabar todo lo que Sun Ra dejó compuesto". Algunos le asimilan a Prince pero, ay, queda feo retratar al maestro a través del discípulo: Prince fichó a Clinton para su sello y se le llevó de gira.

Clinton se cansa de buscar similitudes: "Tal vez podrías decir que éramos únicos. Músicos de rhythm and blues que un día vimos las posibilidades expresivas del rock, igual que Hendrix, Sly y otros hermanos. Así que resultó una mezcla de James Brown y los Beatles, de Motown y King Crimson. Vimos a los hippies y dijimos: 'Amor libre, drogas... mmm, nos apuntamos'. Claro que teníamos más años que los flower children' y nuestros experimentos fueron más salvajes. Mira a los Temptations: Norman Whitfield les puso a cantar soul psicodélico pero seguían actuando con uniformes, con la misma mentalidad". Estaban en uno de los puntos más calientes de la contracultura estadounidense: Detroit y alrededores. George recuerda que llegaron "atraídos por Motown y descubrimos que allí crecía también una escena muy radical, rock de alta energía lo llamaban: MC5, los Stooges, los Rationals. Pero era gente que no se cambiaba de ropa cuando salía al escenario. Nosotros marcamos la diferencia vistiéndonos de la forma más escandalosa posible, los trapos más raros entraban en nuestros baúles. Y las pelucas, las botas, las gafas... oh Dios".

El plan maestro de Clinton preveía dos vertientes: el material más clásico, el soul de vocecitas y metales, saldría como Parliament; Funkadelic se concentraría en el funk y en el rock. En la práctica, hubo filtraciones entre ambas tendencias. "Teníamos tal cantidad de ideas que ni siquiera bastaba con tener dos grupos activos, aunque sacáramos discos dobles como America eats its young. Bootsy montó la Bootsy's Rubber Band, las chicas grabaron como Parlet y las Brides of Funkenstein. Bernie

Eddie [Hazel, guitarrista], Walter [Morrison, teclista]... todos sacaban discos en solitario. Todos querían brillar y ¿cómo podía yo negarme?"

En verdad, aquello no fue tan risueño. Como todo imperio, el de Clinton creció tanto que se hizo incontrolable y miserable. Primero, por las drogas: media docena de miembros clave murieron prematuramente o quedaron fuera de combate. Segundo, el dinero no fluía con generosidad en la organización. Tercero, las discográficas cortaron el grifo e intentaron regular tanto desmadre. Para los muy interesados, hay dos libros que detallan toda la tragicomedia. A partir de 1982, Clinton funcionó en solitario, con cierto éxito, o al frente de los P-Funk All Stars. Ya era un patriarca: los Red Hot Chili Peppers le ficharon como productor, Prince le integró en Paisley Park, Primal Scream recurrió a su sabiduría.

Debe mencionarse también que Clinton ha pasado buena parte de los últimos 25 años en los tribunales. Ocasionalmente, por su fidelidad a las substancias ilegales; sistemáticamente, por el deseo de recuperar los derechos de su inmensa obra: la tropa del hip-hop ha encontrado inspiración en su cancionero, haciéndose eco de lemas clintonianos como "one nation under a groove" o "free your mind and your ass will follow". Clinton no está tan preocupado por hacer que los sampleadores pasen por caja como en establecer un nuevo modus operandi: "Si estudias las liquidaciones de las discográficas, ves que te descuentan todo. El coste de la producción, del vídeo, de la campaña, todo lo pagas tú; ellos se quedan con los discos y los vídeos y hasta quieren decirte lo que debes hacer. Ya no grabo si no es una joint venture, un reparto equitativo de riesgos y ganancias".

Felizmente, nunca falta

música de Clinton en las tiendas. En los últimos meses ha habido todo tipo de tentaciones. La compañía londinense Ace, que aquí distribuye Everlasting, ha lanzado reediciones expandidas -con temas extra y notas minuciosas- de los turbulentos elepes que Funkadelic grabó para Westbound. La siguiente etapa de Funkadalic, de 1976 a la desintegración en 1981, está resumida en el doble The whole funk & nothing but the funk (Unión Square/Nuevos Medios). Un CD y un DVD que comparten título, George Clinton & Parliament-Funkadelic: Live at Montreux 2004 (Eagle Rock-PIAS), dan testimonio de la vitalidad de este sesentón. Si se siente en vena, sus shows pueden durar tres, cuatro o más horas. Y son conciertos más espontáneos de lo habitual: cuando se presentó en Galapagar, uno de los guitarristas se bajó del escenario y -confiado en que no se necesitaban sus servicios en esa parte- enfiló tranquilamente al camerino... hasta que una señal musical le hizo volver apresuradamente, con cara de susto. Clinton se ríe: "Fue intencionado. No quiero que nadie se relaje demasiado a mi lado".

George Clinton actúa el jueves 14 de julio dentro del programa de Los Veranos de la Villa, en Madrid.

El artista George Clinton.
El artista George Clinton.

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