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Tribuna:ACUERDO ENTRE GOBIERNOS
Tribuna
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El salvavidas del lince y la política de partidos

Seguramente quedan menos de doscientos linces ibéricos en el mundo, todos ellos en el sur de España. Quizás haya alguno en Portugal. Es la especie de felino en mayor peligro de extinción, y si desaparece será el primer gato salvaje que lo haga desde hace al menos cinco mil años. Y nos ocurrirá a nosotros, los españoles y portugueses del siglo XXI, que tenemos por ello una grave responsabilidad. Seguramente por ese motivo el reciente nacimiento de tres pequeños lincecitos en cautividad se ha convertido en un destacado titular de prensa, contrariando la repetida, y tantas veces cierta, afirmación periodística de que sólo las malas noticias pueden llegar a serlo.

Escribo aún conmovido por la novedad y por el alboroto social y mediático que ha generado. Llegar hasta aquí ha costado mucho. Primero, quienes tenían que hacerlo no se ponían de acuerdo a la hora de compartir responsabilidades, pese a la gran presión social que lo demandaba. Luego, o al mismo tiempo, se intentó iniciar el proceso antes de poner a punto los medios necesarios para garantizar el éxito. En esas condiciones, muchos nos resistíamos a admitir que se capturaran algunos de los escasos linces salvajes para nutrir con ellos un programa impreciso o inexistente. Ello dio pié a que otros afirmaran que los biólogos de campo nos oponíamos a la cría en cautiverio. Llegó un momento en el que todo era confusión. Parecía no saberse a ciencia cierta quien quería y quien no quería cada cosa, o las maneras de hacer esas cosas, al tiempo que se ignoraban o se mixtificaban las razones que justificaban las distintas posturas.

Tratando de aclarar -y desbloquear- la situación, a finales de 2002 Fuensanta Coves, Consejera de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, del PSOE, tomó la iniciativa de proponer por escrito al entonces Ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, del PP, un acuerdo para crear equipos mixtos y trabajar conjuntamente por la conservación de la especie. Aunque en la propuesta se aludía a la cría en cautividad, se hacía especial énfasis en la conservación en el campo. Pasó mucho tiempo antes de que el ministro se diera por enterado, de forma que sólo en marzo, transcurridos más de dos meses, y casualmente la víspera del día en que cesó en su cargo para presentarse a las elecciones en Baleares, acusó recibo de la misiva con una respuesta de trámite.

Afortunadamente su sustituta, la ministra Elvira Rodríguez, tuvo una actitud radicalmente diferente. Con energía, sin duda acompañada de valor, defendió públicamente que la conservación del lince ibérico estaba por encima de los rifirrafes políticos, algo en lo que la consejera andaluza le había precedido. Bastó esa coincidencia de puntos de vista para que a final de la primavera de 2003 pudiera firmarse con apenas retoques el convenio que llevaba meses dando vueltas, al que a sugerencia del Ministerio de Medio Ambiente se había añadido un apéndice que permitiría empezar a trabajar de inmediato sobre la cría en cautividad.

No quiero sugerir que a partir de ahí las cosas fueran fáciles, porque en la Administración Pública nunca lo son. Las dos partes se pusieron de acuerdo para formar un sólido equipo de trabajo encabezado por la doctora Astrid Vargas, que había sido directora del programa de cría en cautividad de turones de patas negras en Estados Unidos. Astrid era la mejor, la candidata ideal, pero administrativamente era muy difícil contratarla (hasta el punto de que los excelentes colaboradores que ella escogió lo fueron bastante antes). A su vez, Miguel Angel Simón, desde Andalucía y Miguel Aymerich, desde Madrid, dirigían conjuntamente las operaciones para capturar en el campo los ejemplares necesarios. Todos ellos, y muchas más personas de las que podría citar aquí (como Iñigo Sánchez, del Zoo de Jerez), han trabajado consensuada, concienzuda y profesionalmente con el único objetivo de que, cuanto antes, el nacimiento de linces en cautividad fuera una realidad. Ahí comienzan a verse los resultados.

Conseguir lincecitos nacidos en cautiverio no soluciona los problemas de la especie, pero permite trabajar con mayor tranquilidad en el campo, a corto plazo, y programar a un plazo más largo la liberación de ejemplares en la naturaleza para recuperar la distribución que tuvo la especie hace unos decenios. Queremos evitar que el lince se extinga, que el barco se hunda, pero al menos ahora sabemos que disponemos de botes salvavidas. Porque eso es la cría en cautividad: una solución de emergencia, un salvavidas, la red del trapecista... algo imprescindible para trabajar sin nervios, pero no suficiente. Queda mucha tarea por delante.

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Pero, además, hemos confirmado algo muy importante, y no sólo para los linces. Hoy sabemos que para cambiar realidades que parecen inmutables bastan las decisiones valientes de unas pocas personas capaces de evaluar en su justa medida la verdadera importancia de los problemas. Estoy seguro de que estos días la consejera del PSOE y la ex ministra del PP están contentas del acuerdo que en su día firmaron. Felicidades. Ha ganado el lince, han ganado la naturaleza y la sociedad españolas, y ninguna de ellas, las dos responsables políticas, ha perdido. A ver si cunde su ejemplo.

Miguel Delibes de Castro es profesor de Investigación del CSIC en la Estación Biológica de Doñana.

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