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El relato de la periodista liberada en Irak choca con la versión de EE UU

Italia pagó un rescate de al menos seis millones de euros, en contra del criterio de Washington

Enric González

Giuliana Sgrena publicó ayer en Il Manifesto el relato de su sangrienta liberación en Bagdad y aportó nuevos detalles, pero su versión y la del agente secreto italiano que sobrevivió al ataque de los soldados estadounidenses seguían sin encajar con las vagas explicaciones de Washington acerca de "un error de comunicación". Parecía cada vez más claro que desde el principio del secuestro las fuerzas de EE UU se habían opuesto al pago de un rescate por Sgrena (finalmente fueron pagados entre seis y ocho millones de euros), lo que obligó a los servicios secretos italianos a actuar de forma autónoma.

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En un artículo titulado Mi verdad, Giuliana Sgrena narró el mes más intenso de su vida. En los primeros días del secuestro, cometido el 4 de febrero, Sgrena no derramó una lágrima. Se sentía furiosa. Al tercer día le permitieron ver en televisión un noticiario: "Vi mi imagen en una fotografía gigante en la fachada del Ayuntamiento de Roma y me animó. Inmediatamente llegó la reivindicación de la Yihad Islámica, que anunciaba mi ejecución si Italia no retiraba sus tropas. Estaba aterrorizada, pero me dijeron que no era de ellos aquella reivindicación, que se trataba de provocadores".

Los secuestradores parecían interesados sólo en el rescate. Su primera petición fue de un millón de dólares (0,75 millones de euros), según fuentes gubernamentales citadas por el Corriere della Sera, pero cuando comprobaron que Italia estaba dispuesta a pagar hicieron ascender progresivamente sus exigencias hasta ocho millones de euros. Las mismas fuentes dijeron que la liberación fue conseguida a ese precio o quizá por un poco menos: seis millones.

Ese punto, el del rescate, separó a Roma y Washington. La postura estadounidense es radicalmente contraria al pago de rescates, porque se considera que el dinero fomenta nuevos secuestros y en último extremo nutre las arcas del terrorismo. El Gobierno de Berlusconi actuó por su cuenta, aunque EE UU, como deferencia ante uno de sus aliados más fieles, se comprometió a no entorpecer la operación.

El encargado de negociar con los secuestradores fue Nicola Calipari, jefe del Sismi (Servicio de Inteligencia Militar Italiano) en Oriente Próximo y Asia Central. Una vez desembolsado el dinero por una vía no revelada, se fijó una cita para la entrega de la rehén.

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Sgrena, que había desarrollado una cierta relación con los dos hombres que la custodiaban (ambos hablaban inglés y uno de ellos, al parecer, era seguidor del Roma y tifosi del futbolista Francesco Totti), fue advertida de que su libertad estaba próxima. Los secuestradores también le advirtieron de que el tramo final era el más peligroso, porque las normas de actuación estadounidenses, de las que parecían muy bien informados, exigían a los soldados que dispararan contra los secuestradores y sólo secundariamente que intentaran salvar a los secuestrados.

El viernes Sgrena fue introducida en un automóvil con sus dos carceleros y un conductor. Le cubrieron los ojos con algodón y unas gafas de sol y circularon durante un tiempo no precisado. Luego frenaron, descendieron y desaparecieron, y la periodista permaneció en el coche. Después escuchó una voz italiana: "Giuliana, soy Nicola, no te preocupes, he hablado con Gabriele Polo [director de Il Manifesto], estás libre".

Para llegar hasta allí, Nicola Calipari había alquilado en el aeropuerto de Bagdad un automóvil gris con matrícula iraquí. Quería pasar desapercibido. Salió del aeropuerto de Bagdad casi al mismo tiempo que Sgrena y sus secuestradores abandonaban su escondite.

Una cuestión que seguía siendo confusa ayer, se refería al número de agentes italianos que acompañaban a Calipari. Además de Calipari, se habló primero de un agente que sufrió heridas leves y de un tercero que se quedó en Bagdad, con heridas graves. Ayer desapareció el tercer hombre: el Gobierno afirmó que nunca había existido.

En el fatídico viaje hacia el aeropuerto de Bagdad, escribió Sgrena, "el conductor había hablado dos veces con la Embajada y con Italia" y todos descargaban la tensión con bromas. De pronto, "una lluvia de fuego y proyectiles [que no duró minutos, sino 15 o 20 segundos, según declaró a la fiscalía italiana el agente herido] se abatió sobre nosotros. El conductor gritaba: '¡Somos italianos!'. Nicola Calipari se arrojó sobre mí para protegerme y de inmediato noté su último suspiro, se me murió encima".

Familiares de Calipari ante su féretro, cubierto con la bandera italiana. En primera fila, su viuda (segunda por la izquierda).
Familiares de Calipari ante su féretro, cubierto con la bandera italiana. En primera fila, su viuda (segunda por la izquierda).AP

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