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Reportaje:EL AMOR QUE PUSO EN PELIGRO UN TRONO

La casa de los Windsor

Enric González

En 1917, cuando los Saxe-Coburg-Gotha decidieron adoptar "Windsor" como nombre artístico, la monarquía británica parecía tener mal futuro. El trono de Nicolás, el primo ruso, había sido derribado, y el segundo golpe de la historia podía caer en Londres o en Berlín. Por si acaso, Jorge V se quitó de encima los apellidos alemanes, se buscó uno inglés, sencillo y sonoro, que sonara ancestral, y puso todas sus esperanzas en que fuera Guillermo, el primo kaiser, quien perdiera la Gran Guerra. Perdió el kaiser, y Jorge V se vio convertido en el último gran monarca europeo.

Dado que la sangre azul se había hecho tan escasa, el rey tomó otra decisión trascendental: autorizó a sus familiares, hijos incluidos, a casarse con miembros de la pequeña nobleza.

Carlos, refugiado en el acuarelismo y la grafomanía, aspiraba tan sólo a vivir tranquilo, como su abuelo, con una mujer mandona al lado
Su mujer fue siempre Camilla Shand, la primera con la que intimó sexualmente, la que le sostuvo durante el breve y penoso noviazgo con Diana
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El amor que puso en peligro un trono

Su hijo menor, Jorge, un joven tímido y tartamudo que aspiraba a vivir tranquilo, eligió a Elizabeth Bowes-Lyon, una chica de mucho carácter, hija de lord Strathmore y sobrina-nieta de La Bestia de Glamis, un hombre muy deforme que pasó su vida encerrado en una habitación del castillo familiar. El primogénito, Eduardo, destinado a reinar, optó por una divorciada estadounidense que le colmaba de satisfacciones en materia sexual (el príncipe de Gales se inclinaba por el masoquismo) y compartía sus simpatías con el nazismo. Fue una elección que desembocó en la abdicación y el exilio, y en el acceso al trono del pobre Jorge.

El rey tartamudo se encontró con una monarquía en estado terminal. Pero la guerra volvió a auxiliar a los Windsor. Jorge V se quedó en el palacio de Buckingham durante los bombardeos y su esposa visitó los destrozos del East End. Los súbditos consideraron que aquella familia que compartía las penurias de la gente (en palacio se limitaron las raciones de mermelada) valía realmente la pena y la institución monárquica revivió.

Jorge V, como todos sus descendientes después de él, odiaba Buckingham. El arquitecto que lo planeó, John Nash, recibió de Jorge IV el encargo de construir el palacio más grande del mundo, con 600 dormitorios y una entrada triunfal (que hoy es Marble Arch), y obró en consecuencia. Cuando el primer ministro, el duque de Wellington, vio los planos y el presupuesto, hizo un comentario más bien negativo ("este hombre está loco") y se negó a financiar el proyecto. Pero los trabajos ya estaban comenzados. Entonces se le ordenó a otro arquitecto menos célebre, Edward Blore, que acabara aquello con el menor coste posible. El resultado fue un caserón absurdo, con pasillos anchísimos que desembocaban en cuartos trasteros, y noches llenas de crujidos. La reina Victoria nunca quiso vivir ahí. Se construyó lo que hoy es el Museo Victoria & Albert, y cuando su amado Albert murió se refugió en Balmoral con John Brown, un chevalier servant que la acompañó hasta su muerte.

Jorge V y Elizabeth educaron con gran afecto a sus dos hijas, lo cual sirvió para demostrar de nuevo una viejísima verdad familiar: sólo conseguían ser felices los Windsor con un empleo, es decir, con un trono. La futura Isabel II fue una chica equilibrada, aunque su marido, el habitualmente indiscreto Felipe, la acusara de ninfomanía ante sus amigos. "Un buen espadachín nunca habla de sus rivales", tuvo que espetarle una vez su primo David, marqués de Milford Haven. La futura princesa Margarita, que como su hermana era propensa a las expansiones carnales, sufrió, en cambio,de casi todos los desequilibrios.

La carencia de otra función que la representativa volvió a constituir un peso para su hijo Carlos, un chico tímido y autoritario, atormentado por las bromas de su hermana sobre sus orejas (a su primo le operaron los soplillos, a él no), que lo había heredado casi todo del abuelo Jorge, incluyendo una potencia intelectual de nivel modestísimo. No tartamudeaba (apenas) y no contrajo la adicción a la nicotina, pero sufría un mal mucho peor: la vocación mesocrática. Carlos fue un muchacho ultraconservador que luego probó a ser liberal, ecologista, antifeminista, laborista y reaccionario, sin encontrar nunca su puesto o al menos unas cuantas ideas propias.

Dada la longevidad de las mujeres Windsor, algunos de sus antepasados, como Eduardo VII, se sintieron envejecer, igual que él, como príncipes de Gales. Pero ellos podían pasarse la vida en el burdel y en el coto de caza sin que a nadie le pareciera mal. Carlos, refugiado en el acuarelismo y la grafomanía, aspiraba tan sólo a vivir tranquilo, como su abuelo, con una mujer mandona al lado.

Su mujer fue siempre Camilla Shand (de casada, Parker-Bowles), la primera con la que intimó sexualmente, la que le sostuvo durante el breve y penoso noviazgo con Diana (que le gustaba más a su padre, Felipe, que a él) y durante los angustiosos años de matrimonio, la que comprendía sus bromitas procaces (como aquella del támpax) y le organizaba la vida. El abuelo Jorge murió relativamente joven y su esposa se convirtió en amadísima y longeva "reina madre". Resulta imposible adivinar en qué se convertiría Camilla si Carlos mantuviera la tradición y muriera antes que ella.

El príncipe de Gales y Camilla Parker-Bowles, a su llegada al estreno de un musical, en septiembre de 2004.
El príncipe de Gales y Camilla Parker-Bowles, a su llegada al estreno de un musical, en septiembre de 2004.AP

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