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MARRUECOS REVISA SU PASADO

Ex presos políticos de Hassan II narran las torturas en la televisión marroquí

Un organismo creado por Mohamed VI saca a la luz la represión en el reinado de su padre

"Es el punto culminante de mi existencia". Ahmed Herzenni, de 56 años, no duda en pronunciar esta frase grandilocuente cuando se le pregunta por sus sentimientos cuando se dispone a narrar en directo, ante las cámaras de la primera cadena de la televisión pública marroquí, las torturas, secuestros y encarcelamiento que padeció durante 12 años, en los setenta, por pertenecer a un grupo marxista. Herzenni es una de esas 200 víctimas de la represión política del reinado de Hassan II que, desde ayer, se dirigen a los telespectadores en una hora de máxima audiencia.

Ayer empezó en Rabat la gran confesión pública de los ex presos políticos más representativos del periodo que abarca desde 1956 a 1999, es decir, los primeros años de la independencia con Mohamed V y toda la era de Hassan II. Bajo cuerda algunos marroquíes susurran que, implícitamente, se está juzgando al anterior monarca cuyo hijo, Mohamed VI, reina hoy día en Marruecos.

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Fue, sin embargo, Mohamed VI el que creó, a principios de año, la Instancia Equidad y Reconciliación (IER) y puso al frente a Driss Benzekri, un antiguo izquierdista que pasó 17 años detrás de los barrotes y que hasta diciembre pasado encabezaba un movimiento reivindicativo de ex presos. Su cometido consiste en establecer la verdad, resarcir a las víctimas y fomentar la reconciliación. Benzekri consideró que había también que revelar al país lo sucedido y puso en marcha las comparecencias públicas.

La sede de la IER era ayer un hervidero. Sus 140 empleados atendían a los primeros comparecientes, fotocopiaban intervenciones, ponían a punto el sistema de interpretación en tres idiomas: árabe, francés y los dialectos bereberes en los que ha sido necesario inventar muchos términos para describir los atropellos de los derechos humanos. "Nunca me hubiese imaginado que llegaríamos a vivir un día como éste", comentaba Salah el Uadi, otro miembro de la IER.

En los pasillos deambulaban algunos de los primeros testigos, designados por la IER o propuestos por asociaciones de defensa de los derechos humanos, con los textos de sus intervenciones bajo el brazo. "Cuento mi historia personal pero situándola en un contexto, en el de la lucha y las reivindicaciones de toda una generación", explica Herzenni, que sigue siendo militante de Izquierda Socialista Unificada, un pequeño partido legal.

Casi todos comparten ese mismo enfoque y los primeros oradores tienen también itinerarios parecidos. Chari el Hou, de 61 años, profesor de francés en un instituto de Gulmima, un pueblo grande del Alto Atlas, era militante del Partido Socialista y del sindicato de la enseñanza cuando la Gendamería le detuvo, en 1973, junto con otros compañeros.

Al cabo de un mes fue trasladado a la gran comisaría de Derb Moulay Cherif, en Casablanca. Allí permaneció casi un año, con los ojos vendados, esposado, tumbado en el suelo "sin poder ir al baño más que una vez cada 8 o 10 días" y sometido a sesiones de tortura. De ahí le llevaron a Tagunit y después a Agdz, dos centros de detención clandestinos, donde permaneció tres años y medio hasta ser liberado sin explicación.

"Nunca vi a un abogado, a un juez o a un familiar", asegura, pero sí vio, en cambio, morir a 7 de sus 14 compañeros de presidio que no pudieron resistir las terribles condiciones. Ayer reivindicó su memoria citando con énfasis sus nombres. Aprovechó también para lavar el honor de su esposa, que quedó embarazada justo antes de su detención, lo que propició rumores malignos sobre la paternidad. María Ezzaouni, de 49 años, tampoco vio a un letrado tras su detención, en 1977, y ella ni siquiera militaba en una organización política. "Sólo participé en alguna huelga en la Facultad de Medicina" de Rabat, donde estudiaba. Cuando regresaba a Marraquech para informar a sus padres de la desaparición de su hermano, la policía la apresó y se la llevó a Derb Moulay Cherif.

"En el verano de 1977 estábamos allí media docena de mujeres y nuestro único privilegio era que dormíamos en camas plegables del Ejército mientras los hombres lo hacían en el suelo", rememora. "A nuestros cancerberos les costaba reconocer que éramos mujeres (a mí me pusieron el apodo masculino de Abdelmunim), y si lo admitían era para tacharnos de putas".

Las torturas físicas eran parecidas a las que padecían los hombres, pero ni ella ni sus compañeras recuerdan haber sido sometidas a tormentos sexuales. "Amenazaban constantemente con ello, pero no lo llegaron a hacer", afirma. Su suerte mejoró a los seis meses, cuando fue trasladada a Meknés, porque su familia la visitó. Por fin, a los 15 meses, un juez de instrucción archivó su caso.

Ezzaouni, militante feminista, dudó mucho antes de aceptar la oferta de la IER. "Yo no necesito una rehabilitación porque me he rehabilitado solita", asegura orgullosa. "Me preguntaba para qué iba a servir todo esto, pero después decidí que había que contarlo a los jóvenes para que no se reproduzca". Herzenni, hijo de un oficial de un cuerpo parapolicial, acudió a la sala que el Ministerio de Infraestructuras ha prestado para las audiciones, "porque en un día como hoy

se juega el porvenir de Marruecos". "Es en días como éste en los que se decide si la transición va adelante o si los obstáculos erigidos la bloquean".

Para el profesor Chari el Hou hay que evitar que esta barbarie vuelva a suceder no sólo en Marruecos sino en otros lugares del mundo. "He aquí que hoy en día", declara en una alusión a la invasión de Irak, "la tortura y la crueldad renacen con fuerza en las ciudadelas de la muerte".

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