"Una Europa sin memoria no tiene futuro"
Massimo Cacciari habló el pasado jueves en el Círculo de Bellas Artes de Madrid de María Zambrano. El filósofo italiano, que fue alcalde de su ciudad natal entre 1993 y 1999, trató de los vínculos de la pensadora española con Heidegger y volvió a insistir en la radical importancia de su obra. "Formo parte de la Fundación María Zambrano desde sus comienzos", explica. "Ella vivió en Roma una larga temporada, publicó allí muchos de sus libros y tuvo una estrecha relación con muchos intelectuales italianos". En los años ochenta, la obra de Zambrano pasó en Italia a un segundo plano, y fue Cacciari el encargado de revitalizarla y de devolverla a un lugar de referencia. "Creo que textos como El hombre y lo divino o Claros del bosque son piezas esenciales de la filosofía del siglo XX", comentó.
"Lo de Irak es la obra de un cirujano loco que quiso extirpar un tumor y provocó la metástasis"
"Ante el vacío de poder, lo que hace Estados Unidos es imponer su orden"
La relación de España con la obra de Massimo Cacciari ha sufrido de los caprichos editoriales propios de este país, en el que igual se sigue de cerca la trayectoria de un filósofo extranjero como se le abandona a su suerte. En 1989 se desencadenó el entusiasmo, y llegaron a las librerías Hombres póstumos. La cultura vienesa del primer novecientos (Península), Drama y duelo (Tecnos) y El Ángel necesario (Visor), tres textos que mostraban la brillante escritura de un pensador que se sumergía de manera apasionada en la laberíntica y compleja cultura centroeuropea de finales del XIX y principios del XX. La crisis de la modernidad, la imposibilidad de lo trágico y la diáfana conciencia de la pulverización de una identidad unívoca y rotunda formaban parte de unos textos que se alimentaban en autores como Wittgenstein, Von Hofmannsthal, Luckács, Musil y en todas esas figuras que supieron expresar la profunda crisis que se avecinaba sobre Europa.
De Cacciari se tradujeron después Diálogo sobre la solidaridad (Herder, 1991, y Empuries en catalán, 2001), Geo-filosofía de Europa (Alderabán, 2001) y acaba de aparecer Soledad acogedora: de Leopardi a Celan (Abada, 2004). Ahora es el decano de una universidad privada en Milán, donde ha vuelto a fondo a la filosofía. Su época de alcalde ha quedado definitivamente atrás.
Pregunta. ¿Cómo fue aquella experiencia? Pasar del mundo de las abstracciones a las batallas diarias de una ciudad de masas...
Respuesta. Fue una época de una tremenda fatiga. Todos los días me enfrentaba a una inmensa cantidad de asuntos que había que resolver sobre la marcha. No había posibilidad de distanciarse y mirar las cosas desde lejos. Era necesario implicarse de una manera obsesiva. Es una experiencia que no repetiría aunque me pagaran mil millones de dólares al día.
P. ¿Qué queda en Venecia de aquella gran ciudad cosmopolita?
R. Lo que me llevó a la alcaldía fue la necesidad de estar cerca de la gente, de conocer sus problemas reales. No me interesa el ejercicio del poder como tal, sino la posibilidad que te da de comprender más profundamente los mecanismos que mueven el mundo. La Venecia de hoy, por otro lado, no tiene nada que ver con aquella gran ciudad cosmopolita en la que convivían culturas muy diferentes. Es sólo un lugar turístico por el que pasan grandes masas de personas. No hace falta ni siquiera promocionarla. El desafío es intentar racionalizar el desbarajuste en el que se ha convertido.
P. No sólo ha cambiado Venecia. Entre la Viena que frecuentó con tanta pasión y lo que ocurre en nuestros días también hay una gran distancia.
R. Son momentos muy diferentes. Aquella Viena era el resultado de un largo periodo de paz, el que vivió Europa entre 1870 y 1914, y estaba habitada por una serie de intelectuales que supieron ver que detrás de la calma se insinuaba la catástrofe, y supieron anunciarla. Hoy estamos inmersos en medio de un temporal en el que todo se transforma. Todas las instituciones que garantizan un cierto orden están en crisis: los estados nacionales, las organizaciones internacionales, los propios instrumentos financieros. Ni siquiera hay dos superpotencias que garanticen un precario equilibrio. Todo se va al garete.
P. Habrá alguna manera de sortear este callejón sin salida...
R. La única alternativa es la de construir una Europa sólida que sea capaz de elaborar una política común que dé respuesta eficaz a los desafíos pendientes. Es imprescindible que exista un equilibrio entre las distintas potencias y Europa debe conquistar su propio espacio en un nuevo escenario multipolar. Si Europa desaparece, sólo queda Estados Unidos, que, ante el vacío de poder, no tendrá otra alternativa que imponer su orden. Y no hay que equivocarse, pero ni siquiera con Kerry las cosas cambiarían mucho. Si hay un vacío, lo que hará Estados Unidos será imponer sus intereses de manera imperial.
P. Es lo que ha hecho ya en Irak.
R. Si Europa hubiera tenido una única voz, habría podido advertirle a Estados Unidos que desencadenar esa guerra era un tremendo, un colosal error. Y hubiera podido advertírselo como aliado. Pero Europa no estuvo unida entonces, ni lo está ahora. Así que sigue sin tener fuerza alguna. Pero el daño está hecho, y no se puede ignorar. No se puede actuar como si nada hubiera pasado. Ahora no se puede dejar que Irak caiga en manos de Bin Laden, ni abandonarla a una guerra civil. Pero Europa tampoco tiene en estos momentos una voz propia, una estrategia.
P. ¿Qué es lo que esta guerra ha cambiado?
R. La guerra de Irak es la obra de un cirujano loco que quiso extirpar un tumor y que, al final, llenó el cuerpo de metástasis. Seguramente existía un problema al que había que enfrentarse. Pero no hubo estrategia alguna, se procedió de la manera más drástica, sin fuerzas reales que cuestionaran el ataque. El terrorismo islámico se ha reforzado después de la guerra. No se supo ver que era un terrorismo diferente, que nada tenía que ver con los que ya se conocían, el de las Brigadas Rojas, el de ETA o el IRA, el de los anarquistas. Los canales que explota este terrorismo para difundirse son los mismos canales que permiten que las sociedades occidentales funcionen. Sus recursos financieros pasan, no sólo por paraísos fiscales, sino por lugares tan respetables como Suiza o Luxemburgo. Pero ésos son territorios intocables, nadie va a intervenir allí para detener el flujo financiero que alimenta el terrorismo actual. Es la lógica del mundo globalizado. Y dentro de esa lógica, la capacidad de destrucción del terrorismo islámico se ha multiplicado.
P. ¿Por dónde debe empezar a trabajar Europa para recuperar el protagonismo perdido?
R. Una Europa sin memoria no tiene futuro. Es imprescindible que recupere una relación viva con su pasado. Un pasado lleno de contradicciones, donde conviven tradiciones diferentes, que tiene más de ver con un archipiélago que con un continente compacto y sin fisuras. Europa tiene que encontrar, entre las lenguas que la constituyen, la lengua que quiere hablar. Si no encuentra su propia voz, terminará hablando el inglés que chapurrean los camareros.
P. El mundo grecolatino, el cristianismo... De las varias tradiciones que conviven en la historia de Europa, ¿hay alguna que le interese especialmente?
R. Estoy trabajando ahora en una rama que considero muy rica para los tiempos que vivimos. Es la que parte de Ramón Llull, pasa por Nicolás de Cusa y desemboca en el idealismo alemán que representa Schelling. Todos ellos se plantean un gran problema: si es posible, comparar valores, ideas o principios que forman parte de mundos diferentes. Cuando se colocan frente a frente visiones del mundo radicalmente distintas pueden ocurrir tres cosas: la tolerancia, la indiferencia o la guerra.
P. Lo que ha ocurrido ahora es la guerra...
R. Sí, pero lo interesante de Llull, de De Cusa o de Schelling es que, aceptando que existía la confrontación, lo que hacían era buscar si había alguna afinidad entre esos mundos tan diferentes. Y la encontraban. Pero entonces descubrían que incluso en lo que se parecían había diferencias. Y buscaban en esas diferencias nuevas afinidades. Y así sucesivamente, en una especie de círculo infinito y virtuoso. De eso se trata. De aceptar las diferencias, pero de encontrar afinidades a partir de las cuales se pueda dialogar. Es lo que hizo Llull, que aprendió árabe para conocer a sus interlocutores. O lo que hizo san Francisco cuando, durante las Cruzadas, se plantó en territorio infiel con un único objetivo, hablar con el enemigo.
Babelia
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