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Crítica:CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Los crímenes de la viuda roja'

EL PAÍS presenta mañana, lunes, por 1 euro, una de las obras más significativas de la novela de intriga en la que su autor, Carter Dickson, demuestra el dominio del oficio

Ángel S. Harguindey

En cierta ocasión escribió Sergio Pitol: "Tomé al azar una novela de El Séptimo Círculo: Los anteojos negros, de John Dickson Carr, una típica novela policial de la preguerra, perteneciente a esa corriente inglesa donde, más que la resolución de un enigma, el análisis, la deducción, la lista bien regulada de citas cultas y los buenos modales lo significan todo. En la época en que Borges y Bioy Casares dirigían El Séptimo Círculo se pensaba que la literatura policial culta resistiría mejor a los estragos del tiempo, debido a su inserción en un canon narrativo clásico; sin embargo, pocas han logrado sobrevivir, y cuando lo han hecho es debido a la nostalgia de una época, de sus usos y sus costumbres". Cabría añadir que Los crímenes de la viuda roja, de Carter Dickson, seudónimo de John Dickson Carr, es probablemente una de las grandes supervivientes.

Los expertos en historia y géneros literarios sitúan el origen de la novela policial o de intriga en las obras de Edgar Allan Poe para señalar después, en su posterior evolución, una doble tendencia: de una parte, la que consolida y consigue la difusión popular de la novela de intriga tradicional, con Conan Doyle y Agatha Christie como sus máximas estrellas, y, de otra, la que irrumpe en los años veinte del pasado siglo, tras el desastre bursátil de Nueva York, la llamada novela negra, en la que la cultura callejera y urbana se impone a los embrollos más intelectuales que caracterizan a la primera tendencia. Los Hammett, Chandler o Cain son los nuevos reyes del mambo.

Son dos formas distintas de entender la literatura considerada como uno de los mejores entretenimientos. Si en la novela negra la crónica social, la denuncia de la injusticia y la convicción de que la ley suprema que rige el devenir de la humanidad es la de la jungla, en la novela de intriga el talento e ingenio de su autor se concentran en la sorpresa, en el alarde de una técnica y un oficio que busca el deslumbramiento en las deducciones de quien sabemos está destinado a desenmarañar el lío. La negra anhela un contexto verosímil, y para ello utiliza un estilo narrativo que usufructúa la sabiduría que surge más de las barras de los bares que de las bibliotecas. En la de intriga priman la agudeza y perspicacia resolutivas de un misterio que, como tal, poco o nada tiene que ver con lo testimonial. El estadounidense John Dickson Carr (1905-1977) pertenece al grupo que opta por el concepto de novela de intriga, del que Conan Doyle fue su abanderado. La atracción que sentía la manifestó en sus muy numerosas obras -escribió unas ochenta novelas-, en sus libros sobre su admirado sir Arthur (publicó una biografía y un texto sobre Sherlok Holmes, escrito conjuntamente con el hijo del creador del detective) e, incluso, en sus largas etapas residenciales en Gran Bretaña, de cuya historia era un buen conocedor.

Los crímenes de la viuda roja es un excelente ejemplo de todo lo que define a las novelas de intriga. Incluso se podría afirmar que es la sublimación de dicha tendencia, pues se integra en lo que casi es ya un subgénero de las mismas, aquel en que el misterio se produce en un decorado de "habitación cerrada", es decir, en una situación límite, como si el oficio del autor le exigiera plantear la trama en "un más difícil todavía" para superar la rutina.

Naturalmente los retos pagan peaje, y quien aspira a conservar la atención del lector en torno a una situación que arranca desde lo extraordinario necesita de todos los trucos y recursos posibles. Es el imperio de los Mac Guffin, de los que Alfred Hitchcock fue el sumo pontífice audiovisual: pistas falsas, sospechosos inocentes... toda la pirotecnia del despiste de la que nos salvará, en este caso, la lucidez de sir Henry Marrivale, uno de los héroes que dieron más fama y popularidad a Carter Dickson.

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