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Tribuna:EL DERECHO A LA INFORMACIÓN
Tribuna
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Barras y barrotes contra los periodistas

El autor expone la situación de falta de libertad de prensa que asegura que padecen en Cuba los periodistas encarcelados

Casi literalmente se tocan los extremos costeros de Cuba y de EE UU, dos países con simbólicas barras y estrellas en sus banderas, pero con concepciones radicalmente distintas del papel de la prensa, aunque ambos resulten ser los más dañinos para los periodistas: Cuba, acumulando en sus prisiones a uno de cada cuatro periodistas de los 130 encarcelados en el mundo; EE UU, matando en Irak a 10 de los 23 periodistas y auxiliares muertos desde el comienzo de la guerra.

En efecto, a finales de 2003, 42 periodistas habían caído en el mundo por intentar ejercer su misión como depositarios profesionales del derecho de los pueblos a ser informados y oídos. Cinco reporteros perecían ese año en Irak, víctimas del "fuego amigo" americano, el más mortífero de todos cuantos en el mundo apuntan hacia la prensa. Ya en 2004, otros cuatro periodistas (sobre 11 muertos en el mundo) y un auxiliar recibían la muerte por balas norteamericanas en la posguerra caliente iraquí.

EE UU debería investigar las muertes de reporteros en Irak por fuego de sus tropas
Cuba ostenta la condición de "mayor prisión del mundo para periodistas"

Los extremos se siguen tocando: las barras de la bandera de la capitalista EE UU se cruzan hoy de dos en dos sobre las fosas de nueve periodistas, mientras las de la comunista Cuba, convertidas en barrotes carcelarios, se interponen entre 30 periodistas y la libertad de prensa. Los dos simbólicos hechos arrancan con otro paralelismo macabro, pues en la Cuba de Fidel Castro se lanzaba la gran redada contra periodistas y disidentes (50 de éstos y 27 de aquéllos, que se sumarían a tres periodistas ya presos) el 18 de marzo de 2003, días antes de que comenzase la gran invasión de Irak por parte de los EE UU de George W. Bush y de sus aliados.

Desde entonces, Cuba ostenta la condición de "mayor prisión del mundo para periodistas", por delante de otros países represivos de la libertad de prensa como China (27), Birmania (15), Eritrea (14), Nepal (12) o Irán (11).

Todos los encarcelados en Cuba, al igual que otras siete decenas de periodistas independientes todavía en libertad (estrechamente vigilada, eso sí) trabajaban, o lo intentaban, en una veintena de pequeñas agencias de prensa no reconocidas oficialmente, donde se habían refugiado para ejercer su profesión sin posibilidad alguna de publicar sus informaciones en la única prensa legal, la estatal.

Durante los últimos años, la vida profesional y privada de los periodistas independientes sufría un acoso policial disuasorio, plagado de amenazas, registros y detenciones, redoblado por el hostigamiento social más ignominioso, a base de actos de delación y repudio, contra ellos y sus familiares, organizados por los Comités de Defensa de la Revolución de sus barrios.

"Hasta aquí he llegado" con la revolución cubana, se atrevía a decir José Saramago después de esta oleada represiva cubana, mientras otros intelectuales de izquierda, incluido un premio Nobel que es periodista y dirige una escuela de periodismo que lleva su nombre, callan y otorgan. Y hasta aquí llegaron los intelectuales europeos que crearon el año pasado en París un Comité por la Liberación de Raúl Rivero y sus compañeros, encabezado por Jorge Semprún. Y hasta aquí los eurodiputados de todas las tendencias firmantes de una Declaración de Bruselas que, sacudiendo las conciencias internacionales olvidadizas, reclama la liberación de los encarcelados en los juicios políticos de La Habana.

La Declaración de Bruselas concluye reivindicando la libertad de expresión y el derecho de los pueblos a una información libre.

Entretanto, al geográficamente cercano otro extremo del abanico ideológico, el Ejército de los EE UU daba muerte (¿por error, omisión voluntaria, menosprecio o negligencia criminales?), desde el comienzo de la guerra hasta hoy, a Terry Lloyd (ITN), Tarek Ayub (Al Yazira), Taras Protsyuk (Reuters), José Couso (Tele 5), Mazen Dana (Reuters), Alí al Jatif (Al Arabiya), Alí Abdel Aziz (Al Arabiya), Burjan Mohamed al Luyaybi (ABC News), Asad Kadim (Al Iraquiya) y el chófer de éste, Husein Saleh. Y hay que sumar la desaparición, desde el comienzo de la contienda, en el ataque al convoy de Terry Lloyd por el "fuego amigo" estadounidense, de Fred Nérac (ITN) y su traductor, Husein Otman.

Ni el Gobierno ni el Ejército estadounidenses han reconocido sus responsabilidades en las muertes de periodistas en Irak. Investigaciones cerradas a cal y canto concluyen coincidentemente que las tropas que causaron la muerte de los citados periodistas actuaron en "situación de legítima defensa" y "de acuerdo con las reglas". El general Vincent Brooks, portavoz del Pentágono, llegaría a afirmar: "Nosotros no conocemos todos los lugares donde operan los periodistas durante los combates; sólo conocemos las posiciones de aquellos que trabajan con nosotros".

Esto equivale a crear un doble estatuto para los periodistas, según estén o no integrados entre las fuerzas atacantes: los protegidos y los ignorados, lo cual constituye una violación anunciada de la necesaria pluralidad informativa y de las convenciones de Ginebra. No es de extrañar, pues, que la situación del hotel Palestina no estuviera señalada como non firing zone (zona vedada de tiro) en los mapas militares. Tampoco es de extrañar que la información sobre la presencia masiva de periodistas en el hotel no fuera comunicada a las unidades blindadas que el 8 de abril disparaban centenares de proyectiles contra la orilla este del Tigris, donde estaba el hotel Palestina.

Con todo ello, se favorecía la instalación de la impunidad sobre el terreno que abría la apetecible caza al periodista, testigo siempre molesto, especialmente el gráfico y el audiovisual no "encamados" con el Ejército estadounidense.

En ningún caso se ha hecho una encuesta oficial en profundidad y fiable. Reporteros sin Fronteras (RsF) la hizo por su cuenta en el del hotel Palestina, en el que murieron por un disparo de cañón de un tanque estadounidense el español José Couso y el ucranio Taras Protsyuk, y esa investigación condujo a la responsabilidad principal: por negligencia criminal, del alto mando estadounidense, y concretamente del general jefe de la 3ª división acorazada, Buford Blount, al no comunicar al mando sobre el terreno ni señalar en los mapas de sus artilleros la presencia de periodistas en el hotel Palestina, que debería haber sido considerado como non firing zone según las convenciones de Ginebra; y por inducción, no menos objetivamente criminal, del Gobierno norteamericano al advertir a los periodistas no integrados entre sus tropas de que se atuvieran a las consecuencias y no reprender siquiera a quienes los mataban.

RsF se ha personado en la causa abierta en la Audiencia Nacional española por la muerte del cámara de Tele 5 José Couso, además de apoyar jurídicamente a su viuda. Y ha presentado al Congreso estadounidense, en nombre de seis familias de las víctimas, una petición de esclarecimiento de las muertes de periodistas en Irak.

El poco honroso récord estadounidense en la muerte de periodistas hace que EE UU, antes del 11-S, tradicionalmente respetuoso con la libertad de prensa, figure en 2003 por su actuación exterior en el vergonzante puesto 135 de nuestra clasificación mundial de países según su respeto por esa libertad. Cuba figura en el antepenúltimo, el 165, detrás de Corea del Norte.

RsF hace un llamamiento a la opinión pública internacional a favor de la liberación de los 30 periodistas cubanos, y del resto de disidentes pacíficos arbitrariamente condenados. Y a las autoridades estadounidenses para que abran investigaciones transparentes y a fondo sobre las muertes de reporteros y auxiliares en Irak por fuego de sus tropas. Ni un día más de prisión ni olvido para quienes se han jugado su libertad personal en defensa de la libertad de todos y de la de prensa, sin la cual no se pueden dar aquéllas. Y ni un día más sin el esclarecimiento, y reparación familiar, de las circunstancias de las muertes de quienes han perdido sus vidas en el intento de ganárselas sirviendo a esa libertad.

Fernando Castelló es presidente de la organización internacional Reporteros sin Fronteras.

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