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Envejecer con dignidad

La invasión de los anglicismos en cualquier lengua es un hecho fácilmente evidenciable. Tengo la impresión de que la aceptación de estos barbarismos, generalmente declinados en gerundio, obedece primordialmente a razones comerciales más que a carencias del castellano.

Es obvio que queda mucho mejor dedicarse al footing que correr; desde luego, entraña una mayor sensación de riesgo o aventura practicar el rafting que descender por el río en balsa. El idioma deportivo está plagado de "ing", pero también los hallamos, y en abundancia, en cualquier actividad social o laboral. Así, por ejemplo, recientemente está adquiriendo notable difusión el denominado speeddating, cuya traducción más o menos literal sería "cita rápida". Este nuevo "ing" consiste en acudir a una convocatoria colectiva coordinada por una agencia que se encarga de reunir, en un local agradable que sea propicio para la conversación, a siete personas. Un inapelable gong controla el tiempo de las conversaciones, que quedan limitadas a siete minutos. De esta forma, cada invitado conoce a seis personas diferentes y, según la opinión de los expertos, el breve tiempo que dura la charla es suficiente para comprobar si existe sintonía entre dos personas. Lo que pueda derivarse de esta rápida sintonía no es incumbencia de la organización del speeddating, pero imagino que los resultados deben ser de lo más heterogéneo.

En medicina tenemos numerosos barbarismos, pero en general su difusión queda limitada a la terminología médica. Recientemente ha irrumpido con fuerza uno nuevo que se ha extendido primordialmente en los medios de comunicación no científicos. Me refiero al antiaging. La sociedad actual es un canto constante a la juventud, la belleza, y nadie quiere apartarse de unos cánones estéticos que difícilmente pueden seguirse a partir de cierta edad. El tratamiento de la imagen es un hecho aceptado en cualquier reportaje sobre un personaje público. Las fotografías son sometidas a un proceso de retoques que pueden dar lugar a una auténtica transfiguración.

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Tratar unas bolsas palpebrales o cualquier otro defecto corporal, se nazca con él o se adquiera con los años, constituye un acto médico absolutamente respetable, siempre que el paciente se halle debidamente informado.

La prestación médica o quirúrgica por complacencia con el/la paciente es, por el contrario, más que cuestionable. La búsqueda patológica de una belleza que no corresponde a la edad de la persona da lugar, en las cirugías faciales, a rostros inexpresivos, estereotipados, ausentes de algunas de las características que hacen al rostro humano bello, independientemente de la edad.

Intentar que el viejo/a se convierta en una copia, a veces ridícula, del joven es un absurdo.

En la actualidad ya no se pretende la corrección de un defecto, sino detener el paso del tiempo. La pregunta que el profano se hace va más allá, y quiere saber si científicamente es posible detener el envejecimiento.

La mayoría de las terapias antiaging se inscriben en lo que denominamos medicina preventiva y, por lo tanto, de indiscutible valor. Evitar el tabaco, alimentarse debidamente o mantener aquella actividad deportiva que sea acorde con la edad, son consejos sumamente útiles que cumplen una tarea informativa y profiláctica necesaria.

No puede asegurarse, en estricto sentido biológico, que con ello vaya a retrasarse el envejecimiento, pero indirectamente sí lo hará, al mejorar las condiciones de vida y el aspecto general del individuo.

Puede afirmarse que diversos factores medioambientales pueden causar estrés oxidativo: herbicidas, polución medioambiental, temperaturas extremas, etcétera. Las alteraciones que los oxidantes producen se han relacionado con diversas enfermedades degenerativas.

Agentes antioxidantes son las vitaminas A y C, betacarotenos (provitamina A), licopenos, y varias enzimas que se hallan en diversos productos de la dieta habitual, y especialmente en la mediterránea.

Se anuncian productos, técnicas o consejos que retrasan, detienen o incluso vuelven atrás el proceso de envejecimiento. No existe ninguna seguridad de que tales efectos puedan conseguirse. En cuanto a los antioxidantes, es más que cuestionable que retrasen el envejecimiento y no puede aducirse ningún trabajo con evidencia científica que avale aquella posibilidad.

Con bases aparentemente mucho más científicas, un médico norteamericano, el doctor Robert Klatz, preconizó en 1998 el uso de la hormona del crecimiento como fuente de juventud (Growing young with HGH. New York: Harper Perenial, 1998). Esta hormona adquiere sus niveles más altos en la pubertad y declina gradualmente a partir de los 35 años, aproximadamente un 14% por cada década de vida. La hormona del crecimiento tiene unas indicaciones médicas específicas con efectos terapéuticos reconocidos (trastornos del crecimiento por deficiencia hormonal, disgenesia gonadal, síndrome de Prader-Willi, crecimiento retardado secundario a fallo renal crónico), pero cualquier otra aplicación es más que cuestionable. La información en que se sustentan las indicaciones para el uso de la hormona del crecimiento se basan en observaciones sobre numerosos pacientes, en estudios no controlados que suelen encontrarse en las web y en publicaciones dirigidas al público profano. No suelen citarse sus efectos secundarios, que los hay. Los programas antiaging que incorporan la hormona del crecimiento alcanzan un coste de 1.000 a 2.000 dólares al mes en EE UU.

Son necesarios, por lo tanto, estudios científicos bien diseñados y controlados para que puedan recomendarse terapéuticas hormonales antienvejecimiento. La mayoría de los resultados satisfactorios que se proclaman son observaciones subjetivas provenientes de personas proclives a experimentar los efectos beneficiosos de lo que consumen... y cuanto más coste, más sensación de bienestar.

Por lo tanto, sería mucho más exacto hablar de terapéutica del bienestar que de antienvejecimiento. En la primera se incluirían todas las acciones y consejos médicos desde los que hacen referencia a una nutrición sana a los que contemplan la modificación de los estilos de vida.

Es posible que la terapia genética abra posibilidades insospechadas en todo el proceso de envejecimiento. En la famosa mosca Drosophila se ha descubierto una mutación de un gen al que se ha llamado con mucha propiedad Matusalén, y que activado consigue un 50% más de supervivencia en la mosca tratada que en sus congéneres. El mismo cambio genético aplicado al hombre alargaría nuestra vida hasta los 120 años. Pero ni la medicina puede ofrecer objetivos vitales para tamaña supervivencia ni la sociedad está preparada para ello. Si tenemos en cuenta que la población mundial de más de 60 años, que en el 2000 se cifraba en el 6,6%, pasará al 14% en el 2050, los recursos sanitarios deberían redistribuirse teniendo en cuenta este envejecimiento.

La mayoría de la población mayor vive en la comunidad. Por lo tanto, sus necesidades deben absorberse desde la atención primaria. La magnitud que esta prestación adquiriría no está contemplada en la actualidad, y no prever esta contingencia sociosanitaria representará que recursos que están destinando a otras patologías y otros grupos de edad deberán desviarse hacia gente mayor, creándose un desequilibrio asistencial y presupuestario. Los cambios sociales, tales como la emigración masiva de los jóvenes hacia las ciudades, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la familia poco numerosa, nuclear... todo ello da lugar al aislamiento y soledad de los viejos. Es posible que llegue a cuestionarse el progreso de la medicina, cuyo objetivo lógico es el conseguir la máxima esperanza de vida, si no va parejo a una política social que facilite buenas razones para seguir viviendo. Sería lamentable pensar que tuviéramos que suscribir la frase de un condenado a muerte por razones políticas, que se consolaba diciendo a los suyos que "no hay mejor fortuna que la de morir sin esta muerte angustiosa que suelen dar los médicos".

Lo que sí me parece evidente es que ni el "ingeniero social" ni nosotros los médicos podemos sustituir el amor y la solidaridad humana, que todos necesitamos para alcanzar un digno envejecimiento.

Santiago Dexeus es director de la cátedra de Investigación en Obstetricia y Ginecología-UAB. Institut Universitari Dexeus.

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