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La ciencia marciana, ante la encrucijada

Dos modelos opuestos de la evolución del planeta buscan su confirmación en las nuevas misiones

A rden Albee es el director científico de la misión de la NASA Mars Global Surveyor, la fuente de todos los datos importantes que sobre Marte se han obtenido en los últimos años. En un artículo publicado este verano, el veterano geólogo planetario intentaba una síntesis de nuestros conocimientos sobre el planeta, que describía como un cuerpo envuelto en un espeso sudario de polvo, con el viento como agente de erosión casi exclusivo y una meteorología limitada a la condensación estacional del dióxido de carbono en los polos y a las tormentas de polvo. En cuanto al pasado, los cauces secos habrían sido excavados por agua subterránea, ya que los minerales detectados implicarían que el planeta ha permanecido como un desierto seco desde hace miles de millones de años. En suma, el Marte de Albee (¿de la NASA?) resulta ser el aburrimiento hecho planeta.

Si Marte tuvo o no una dinámica parecida a la terrestre es una cuestión difícil de responder
Existe acuerdo sobre la pasada existencia de un océano modesto en el tercio norte del planeta
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La historia de la ciencia registra muchos casos en los que las ideas sobre un determinado fenómeno han oscilado de un extremo al otro. El estudio de Marte es un buen ejemplo: desde la fiebre de los canales de hace un siglo hasta el mundo sin sorpresas de Albee, el planeta rojo ha sido imaginado alternativamente como un gemelo de la Tierra o como una copia de la Luna.

Ahora, cuando el volumen de datos empieza a ser importante, los científicos que estudian Marte se hallan divididos en dos bandos que podríamos calificar de conservadores y exploradores. Los primeros minimizan (o eluden por completo) las incógnitas, mientras que los segundos las realzan y las convierten en el centro de la búsqueda, convencidos de que Marte guarda claves que nos permitirán también entender mejor la Tierra.

¿Guarda Marte secretos? Ninguno grave, según la ciencia marciana oficial. Albee ni siquiera menciona la posibilidad de que hubiese alguna vez un océano, ni la duración del vulcanismo, ni tampoco su posible papel desencadenante de climas cálidos. Y sin embargo, el análisis de las imágenes transmitidas por Mars Global Surveyor está suscitando encendidos debates, tanto sobre el clima como sobre los fuegos internos de Marte.

Existe ya acuerdo sobre la existencia de un océano de volumen modesto (una vigésima parte de los terrestres) en la depresión que ocupa el tercio norte del planeta. Extendido por todo el planeta, lo habría cubierto con una lámina de agua de 150 metros.

Los exploradores, sin embargo, siguen defendiendo la posibilidad de que Marte haya poseído un volumen de agua semejante al terrestre. Pero quizá estos mares fueron efímeros, y se congelaron y sublimaron en sólo cientos de miles de años. Este punto, esencial para evaluar la probabilidad de vida, se podría aclarar a partir de los datos de las nuevas misiones.

El tema del agua, crítico en la investigación planetaria desde que ésta se ha centrado (o quizás empecinado) en la búsqueda de vida, conecta con el del clima. Frente a la visión conservadora de un Marte casi perennemente seco, los exploradores argumentan a favor de climas periódicamente templados y húmedos. Su principal argumento es que no todos los cauces secos tienen la misma edad: en algunos, el agua ha circulado repetidamente, como si hubiese habido distintas épocas húmedas. Los culpables de esta alternancia serían los volcanes, capaces de recargar la atmósfera con gases de invernadero (los que, como el CO2, retienen el calor solar). El principal problema de esta hipótesis es que el CO2 debería de haber dejado grandes depósitos de carbonatos, que hasta ahora no se han encontrado.

Así, el problema climático enlaza con el de la actividad interna, que incluye varios rasgos intrigantes de Marte. El gran escalón de 15.000 kilómetros de longitud que separa Marte en dos partes desiguales (el tercio norte, cinco kilómetros más bajo que el Sur) se atribuye por los conservadores a excavación por asteroides gigantes; pero, salvo en la zona de Utopia Planitia (donde aterrizó la nave Viking 2), la gigantesca depresión ni tiene contorno circular ni muestra el máximo de gravedad típico de los grandes cráteres de impacto (ni tiene mucha lógica que los asteroides se ensañen especialmente con una zona de un planeta). La alternativa es que el gran escarpe se formase, como los taludes continentales de la Tierra, en una etapa de movilidad continental análoga a la tectónica de placas terrestre. Pero esa hipótesis, una solución muy minoritaria, es por el momento herética para la NASA.

Si Marte tuvo o no, hace miles de millones de años, una dinámica parecida a la terrestre es una cuestión difícil de responder, y además de utilidad sólo teórica. Sin embargo, que el planeta conserve un depósito de energía en su interior es importante no sólo para comprender su evolución climática, sino también para evaluar la probabilidad de que la vida apareciese, e incluso se conserve.

Un interior caliente significa zonas de agua líquida, quizá termal, un ambiente amistoso para muchas bacterias terrestres. Los indicios de vulcanismo reciente se acumulan (y nadie los niega) en las dos zonas volcánicas importantes, Tharsis y Elysium. Lo cual crea un problema importante: la extinción del campo magnético marciano hace unos 4.000 millones de años se toma como un indicador fiable de que el núcleo del planeta se enfrió por esas fechas. Pero entonces, ¿cómo explicar la persistencia del vulcanismo a través de toda la historia marciana?

Algo extraño sucede también a las rocas de la corteza de Marte: muchas están deformadas, replegadas o rotas por gigantescas fallas. ¿Cómo se han formado estas estructuras? ¿De dónde surgieron los esfuerzos? En la Tierra es precisamente el lento vagar de los continentes el causante de las deformaciones; pero en Marte no hay continentes, ni móviles ni fijos. Para terminar de complicar el problema, muchas de las rocas deformadas son de una juventud insultante, desde la que parecen decirnos: "Este planeta está vivo".

También la climatología marciana se rebela contra los conservadores. Varias regiones del ecuador marciano (casi un tercio de la superficie de España) están cubiertas por un terreno que se reconoce (por ambos bandos) como una morrena, es decir, un sedimento transportado por glaciares. Su edad no llega a diez millones de años, y podría ser menor de cinco.

Al mismo tiempo, un grupo de exploradores ha descubierto recientemente (con asombro: su expresión es "a puzzling mystery", un misterio incomprensible) que los depósitos glaciares del Polo Norte son sólo recientes. ¿Dónde estaba el hielo hace cinco o diez millones de años? Evidentemente, en el ecuador.

Pero, ¿por qué el ecuador del planeta estaba tan frío hace pocos millones de años? Una posible respuesta (asimismo herética) es que quizá, como se viene prediciendo desde los años ochenta, los planetas cabecean como peonzas. Al hacerlo, sus zonas más frías pueden ser alternativamente los polos o el ecuador. Curiosamente, cuando los datos de la órbita marciana se meten en un superordenador, éste predice una fuerte inclinación del eje de giro hace cuatro o cinco millones de años.

¿Es este planeta aún caliente, con climas alternantes y posibles cabeceos bruscos, el mismo de Albee? Rotundamente, no: son dos planetas distintos los que las sondas a punto de llegar van a poner a prueba. Walt Whitman cantó a los exploradores como los encargados de contar los secretos de la Tierra. Ahora, los exploradores se acercan, cargados de preguntas, a otro planeta. Sólo conseguirán respuestas adecuadas si dirigen sus pesquisas al corazón de las tinieblas científicas que, al cabo de casi cuatro décadas de avances y de sorpresas, siguen envolviendo, mucho más importantes que el polvo, la historia de Marte.

Francisco Anguita es profesor de Geología Planetaria en la Universidad Complutense.

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