Adorno, experiencia y utopía
Música y filosofía marcaron la vida del alemán Theodor Wiesengrund Adorno, de quien se conmemora este jueves 11 de septiembre el centenario de su nacimiento. Sus reflexiones partieron de la experiencia que siempre es individual. La idea de una sociedad libre de cualquier forma de dominio, violencia y resentimiento fue central en su actividad filosófica. Desde la Escuela de Francfort, el pensador y filólogo estudió los mecanismos ideológicos que aniquilan al individuo.
Esta notable cabeza", dice Thomas Mann refiriéndose a Theodor W. Adorno, "ha rechazado durante toda su vida tener que decidir entre filosofía y música". Y efectivamente, la música impregna por completo la infancia del filósofo Adorno. Intimidad, imaginación e intereses estéticos configuran el protegido mundo femenino en el que crece Adorno en ausencia, al menos aparente, de los conflictos propios del choque con la autoridad paterna. El padre, Oscar Wiesengrund, un próspero mayorista de vinos de origen judío, apenas aparece en los recuerdos del filósofo, quien en el periodo del exilio llegó a reducir el apellido paterno a la simple inicial. Especialmente influyentes fueron, en cambio, las "dos madres", como las llamaba Adorno, pues a ellas se debe la intensa presencia de la música en la vida familiar. La madre, Maria Calvelli-Adorno delle Piane, hija de un oficial francés de origen corso, era cantante de ópera. Con la familia convivía también una hermana de la madre que era pianista y que contribuyó decisivamente a la precoz formación musical de Adorno. En A cuatro manos, una vez más, un breve texto de 1933, Adorno convierte el recuerdo de las dos mujeres tocando el piano a cuatro manos en la imagen de una comunidad ideal: la de dos personas que construyen algo común sin el sacrificio de su individualidad. Esta imagen de la utopía que surge de una educación que ha permitido a Adorno cultivar todos sus talentos con una naturalidad y una confianza del todo inusuales, acompañará su filosofía incluso en los momentos más sombríos de su vida. Adorno no puede concebir la actividad filosófica sin la presencia en su horizonte de la idea de una sociedad libre de cualquier forma de dominio, violencia y resentimiento. Éste es propiamente el sentido de una teoría crítica, que describe y contempla la realidad desde el contraste con lo que sería posible o deseable.
Si consideramos una posible función del saber el señalar lo que le falta a una época, nada habrá más actual que el "método" de Adorno
Pero el adulto que sale de aquel protegido mundo es vulnerable. Adorno, sin embargo, sabe hacer filosóficamente productiva esta fragilidad. Lo que habría podido ser una debilidad enfermiza que imagina amenazas donde no las hay, se convierte en una sensibilidad capaz de detectar las más sutiles formas de dominio. Con gran precisión, la filosofía de Adorno señala y describe los mecanismos ideológicos de integración que tienden a eliminar lo distinto, lo individual. Las reflexiones de Adorno siempre parten de la experiencia individual, a su entender, sólo el sufrimiento individual legitima la actividad filosófica. Y esta reflexión teórica que parte de la experiencia individual quiere conocer, a través suyo, lo general, para descubrir así la sedimentación de un todo social e histórico del cual el individuo forma parte y ante el cual reacciona. Experiencia y sufrimiento son siempre individuales, pero son a la vez el reflejo de los conflictos no resueltos de la sociedad.
La indecisión entre filosofía y música que tan acertadamente señalará Thomas Mann domina los años de adolescencia y juventud del filósofo. A los 19 años empieza a publicar críticas musicales y ensayos sobre cuestiones de estética musical en los que la obra de Arnold Schönberg siempre aparece como modelo de una música que está a la altura de su época. En el Francfort de los años veinte, una de las capitales europeas de las nuevas tendencias musicales, Adorno se convierte en un comprometido y polémico defensor de la nueva música. Él mismo compone y logra estrenar alguna de sus piezas vanguardistas. También es temprano el primer contacto con la filosofía. La formación teórica de Adorno empieza en la época del bachillerato de la mano de su amigo Siegfried Kracauer, un arquitecto que posteriormente se dedicaría al periodismo y que dobla en edad al jovencísimo Adorno. Durante años, los amigos se encuentran los sábados por la tarde para leer juntos la Crítica de la razón pura de Kant. En estos encuentros, Adorno conoce un modo de leer nada convencional que será determinante para su posterior evolución, pues bajo la mirada de Kracauer el texto filosófico se convertía en un escrito cifrado que permitía conocer el espíritu de la época. En 1921 inicia los estudios universitarios que culmina cuatro años más tarde doctorándose con un trabajo sobre la fenomenología de Husserl. Sin embargo, las influencias más importantes continuarán procediendo del exterior del ámbito académico, de pensadores como Bloch, Lukács o su amigo Walter Benjamin, todos ellos afines a la tradición marxista y buenos conocedores del arte moderno. Terminados los estudios de filosofía, a principios de 1925, Adorno se traslada a Viena para estudiar con Alban Berg. Su propósito es convertirse en compositor, concertista y formar parte del círculo de Schönberg. Pero la estancia en Viena no satisface las expectativas de Adorno y un año después ya ha regresado a Francfort. En 1930 empieza su actividad docente y también la colaboración regular con la Revista para la Investigación Social que edita el filósofo y sociólogo Max Horkheimer a quien Adorno ya conocía de su época de estudiante.
Los intereses de Adorno coinciden plenamente con los temas abordados por el Instituto para la Investigación Social que por aquel entonces también dirigía Horkheimer. El objetivo principal de las investigaciones del instituto era determinar las causas del proceso de autodisolución de la sociedad burguesa. Para estudiar esta tendencia de las modernas sociedades democráticas hacia formas autoritarias y represivas de poder, una tendencia que en Alemania desembocaría al cabo de muy pocos años en el Estado totalitario nacionalsocialista, el instituto practicaba una mezcla de investigación empírica e interdisciplinaria integrada en un marco teórico que combinaba marxismo y psicoanálisis. El proyecto filosófico de la también llamada Escuela de Francfort era comprender por qué no se había producido la revolución social esperada, por qué el ser humano tiende justamente a identificarse con el poder que lo domina y por qué precisamente en el momento histórico en el que, gracias al desarrollo técnico y científico de la humanidad, sería posible la emancipación individual se produce todo lo contrario: la aniquilación masiva de individuos. A esta perversa contradicción se refieren Adorno y Horkheimer en el pasaje inicial de la Dialéctica de la Ilustración, la obra que escribieron conjuntamente en el exilio norteamericano, publicada en 1947 y considerada el texto fundamental de la teoría crítica: "La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad".
Las tendencias sociales estudiadas por el instituto se convertirían pronto en dura realidad: los nacionalsocialistas llegaron al poder y los miembros del instituto tuvieron que emigrar. Adorno viviría en el exilio hasta 1949, primero en Nueva York y luego en West Los Ángeles. A su regreso a la recién fundada República Federal de Alemania se incorporó a la universidad de Francfort, donde impartió clases hasta su muerte en 1969. Los años del exilio norteamericano fueron, para Adorno, una época fructífera pero también un tiempo de irritaciones y conflictos, pues el carácter marcadamente especulativo de su quehacer topa con la mentalidad pragmática americana y su talante radicalmente crítico se alarma ante una forma de practicar la sociología en la que la frontera entre ciencia y estudio de mercado es sumamente borrosa. El principio que dirige la actividad investigadora de los sociólogos americanos, "science is measurement", resulta del todo extraño al proceder de Adorno y es fuente de numerosos conflictos con los nuevos colegas del Radio Research Project, en el cual trabaja en Nueva York. Se cuenta la anécdota de que Adorno realizaba de un modo muy peculiar las entrevistas que le encargaban en el marco de este proyecto para conocer las preferencias musicales de los oyentes. El filósofo no seguía el cuestionario diseñado de antemano para recoger los datos, sino que formulaba las preguntas después de hablar con sus interlocutores. Es difícil imaginar un proceder menos científico. Y es que Adorno rechaza completamente la idea de un método que ha adquirido total autonomía respecto de su objeto y lo ha convertido en mero ejemplar. El filósofo, en cambio, busca la experiencia, que siempre es individual, y para ello es preciso, sobre todo, escuchar. Sólo escuchando emerge lo relevante y significativo en las palabras del otro, de lo contrario sólo oiremos aquello para lo cual tenemos una casilla preparada. Si consideramos una posible función del saber el señalar lo que le falta a una época, nada habrá más actual que el "método" de Adorno. Dicho de un modo paradójico y con una palabra de uso frecuente en nuestros días: lo obsoleto de Adorno es precisamente su actualidad. El lector, sin embargo, puede considerar que esto es un buen ejemplo de frase adornita, provocadora pero lógicamente insostenible. A lo que podemos añadir que Adorno creía que un saber que se limita a medir los hechos nunca nos indicará lo que nos falta.
BIBLIOGRAFÍA
Sobre la música. Paidós, 2002.
Mahler. Península, 2002.
Epistemología y ciencias sociales. Cátedra, 2001.
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Correspondencia (1928-1940). Theodor W. Adorno y Walter Benjamin. Trotta, 1998.
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Sobre Walter Benjamin. Cátedra, 1995.
Actualidad de la filosofía. Atalaya, 1994.
Dialéctica negativa. Taurus, 1992.
Teoría estética. Taurus, 1992.
Tres estudios sobre Hegel. Taurus, 1991.
Reacción y progreso. Tusquets, 1984.
El cine y la música. Fundamentos, 1981.
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