Poca armonía
Cuando la relación entre las partes de un todo resulta agradable a los sentidos o a la mente, a esa relación la llamamos armonía. Durante siglos, los labriegos del secano valenciano levantaron con piedra seca las paredes de sus bancales que frenaban la erosión y permitían que el arado surcara la tierra. Por donde Vilafranca y por donde la comarca de Els Ports quedan todavía claras evidencias de ese trabajo de antaño que evoca los cantos a la tierra rodante de Whalt Whitman y a cuanto con ella armoniza. Pero este inarmónico y pesado verano de excesivo calor queda a bastantes millas de la lírica del poeta norteamericano, como a no pocos kilómetros queda la escasa armonía y consideración con que hoy se trata a la tierra rodante valenciana. Dejemos a un lado la inarmónica y destructiva construcción desordenada en nuestras costas, tan conocida y vista como reiterada; dejemos las llamas, provocadas por la desidia o la mano criminal, que convierten en cenizas el matorral de nuestras breñas; dejemos la porquería que ameriza en nuestro litoral sin depurar a través de emisarios submarinos: dejemos todos esos evidentes quebraderos de cabeza y vengamos a lo de ahora, que no es otra cosa que el manido, y probablemente también innecesario, aeropuerto que promueve de un tiempo acá el provincial, y provincianista, presidente de la Diputación castellonense, Carlos Fabra.
Según indican, la propuesta partió de una serie de empresarios turísticos y hoteleros que quieren traer mediante locomoción aérea centenares de miles de visitantes a nuestra costa. El provincial presidente del PP hizo suya la propuesta y la defendió con ahínco, peleando con tenacidad porque la propuesta fuera de interés y utilidad pública. Un juego equívoco de palabras porque el interés y la utilidad en primer y último lugar es de esa serie de empresarios que quieren más clientes por la vía rápida. Lo de interés y utilidad pública tuvo sus más y sus menos con los responsables del tráfico aéreo en Madrid, y sus más y sus menos con un gobierno autónomo valenciano no demasiado ilusionado con el proyecto, pero que cede ante sus barones provinciales y ante la monserga de los agravios comparativos. Como si no fuese agravio comparativo bastante el hecho de que el aeropuerto de Manises esté infrautilizado o que la comunicaciones entre la capital autonómica y la de La Plana dejen mucho que desear, incluidos el gravoso peaje de unos cuantos kilómetros de autopista.
Pero ya llevan muchos miles de euros del erario público gastado en maquetas y propaganda del aeropuerto Fabra -ése debería ser en justicia su verdadero nombre-, en maquetas y presentaciones sociales en lujosos hoteles del Madrid del oso y el madroño. Se les llenó la boca a los promotores declarando que, por su interés, aquí acudirían empresas de tronío nacionales y extranjeras a hacerse cargo del aeropuerto y su construcción, mientras de las arcas de la Generalitat salía el dinero para las expropiaciones de terrenos entre Benlloch y Vilanova de Alcolea. El final de la secuencia es también, por supuesto, inarmónico: únicamente tres empresas locales unidas se hacen cargo de parte de la inversión, sin demasiados riesgos y con todos los cabos atados, porque si hay pérdidas o quiebras o errores o fracasos tendrán a su disposición el dinero de la Diputación y la Generalitat. El riesgo empresarial, que tan loable es por otro lado, está aquí por ver. Lo que veremos, sin duda, es más cemento inarmónico al lado de los armónicos bancales de piedra.