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Entrevista:Manuel de Lope | LA VUELTA A ESPAÑA DE MANUEL DE LOPE

"He contado España con la mirada de un extranjero"

Javier Rodríguez Marcos

El escritor burgalés publica La puerta iluminada, el primer volumen de Iberia, un libro que recorre una por una todas las regiones españolas. El autor de Bella en las tinieblas, que ha vivido en Francia buena parte de su vida, trata así de recuperar el país que nunca conoció del todo.

"Al viaje se le siguen aplicando axiomas que ya no le corresponden. Para el viajero de hoy lo importante no es irse. Todo el mundo tiene billete de vuelta"
"España es un mosaico. No ha sufrido un rodillo compresor centralista como Francia con la Revolución y con Napoleón"
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Basta poner los pies en la habitación en la que Manuel de Lope escribe para darse cuenta de que es un hombre ordenado: pocas fotos, pocos libros, una escueta mesa con un ordenador y un cuaderno desbordado por una caligrafía minúscula. El mismo espíritu parece haber gobernado los dos años y medio que le ha llevado culminar La puerta iluminada, el primer volumen de Iberia. "No es un trabajo de diletante. Soy sistemático", aclara. Aunque la obra se abre en Galicia, De Lope empezó su viaje en Valencia: "No la conocía y eso suponía cierto reto porque no tenía una personalidad que yo pudiera delimitar claramente". El autor de Bella en las tinieblas insiste en que Iberia no es una guía ni un reportaje: "Mi ambición es que pueda ser leído con curiosidad dentro de 50 años. Que pueda ser aceptado ahora y que tenga esa duración máxima de 50 años que yo atribuyo a la posteridad. Cuando yo me haya muerto, cuando se hayan muerto los periodistas...".

PREGUNTA. La última palabra de su libro es

burdel,

y hay muchos burdeles en sus páginas. ¿Son el hilo conductor de la esencia española?

RESPUESTA. Que burdel sea la última palabra es deliberado, como lo es que la primera sea un eco de la primera frase de En busca del tiempo perdido. En cierto modo este viaje es la búsqueda de todo el tiempo que no he vivido en España. La última frase es un guiño humoristíco, aunque los burdeles de carretera son una característica muy española. Puedes recorrer Europa y no ver uno. Aquí se exhiben con total naturalidad, y en lugares duros, nada poéticos con esos nombres ligados al imaginario exótico: Tahití... Es algo muy español.

P. Pero nada parecido a una esencia, pues. ¿No la ha buscado?

R. No he tenido esa pretensión. Me hubiera parecido una arrogancia. Creo que es una preocupación ya caduca, de la generación del 98.

P. ¿Por eso

Iberia

y no

España?

R. Sobre todo porque España es un nombre histórico e Iberia, geográfico, y en este tipo de libros, la base sólida siempre es la geografía. El segundo nivel sería la historia, y el tercero, la gente. He respetado ese esquema en cada capítulo. Por otro lado, el título conecta con la suite Iberia de Albéniz y con una serie de cuadros que Sorolla pintó para la Hispanic Society de Nueva York. Tanto Sorolla como Albéniz murieron antes de terminar sus iberias. Espero que a mí no me pase lo mismo.

P. ¿El interés por la geografía tiene relación con el hecho de que predomine la descripción?

R. No. O no sólo. Hay un interés deliberado por restringir al máximo la primera persona. Quería dar una versión más panorámica, que no quiere decir más objetiva, porque el escritor no es inocente: selecciona. Quería restringir las opiniones, dar prioridad al contar. Y contar es describir. Es una actitud: no participar.

P. ¿Por qué?

R. Iba a decir que por pudor, pero no es por eso. Creo que el libro es más sólido que si entra en juego el yo. Si lo hace también puede ser más caduco. El yo es tributario del presente que vive. Y si yo quiero que este libro se lea dentro de 50 años, muchas cosas perderían validez. Luego está esa frase de Josep Pla que los periodistas tienen siempre en la cabeza: "Todo el mundo opina, lo difícil es describir". De hecho, la famosa esencia española, si se percibe ahora de algún modo es precisamente en ese contar casi indiferente. El segundo volumen se titulará La imagen múltiple pensando en su sentido global, de fresco. La puerta iluminada tiene algo de iniciación, algo que invita a salir. No obstante, lo de la esencia no ha aportado a este país más que desgracias.

P. En algún momento dice usted que la presencia más constante, de norte a sur, es la Guerra Civil.

R. Los lugares hablan, y el idioma de la Guerra Civil todavía está cercano. Hablan también las cosas que he leído. Voy a Málaga o a Asturias y sé lo que pasó allí. Por otro lado, la conexión entre la geografía y la historia suelen ser las guerras.

P. Además del paisaje, ¿también habla la gente?

R. He hablado poco de eso con la gente. De hecho, la memoria de la Guerra Civil es cada vez menos digna de confianza, menos directa. La gente ya no habla de lo que ha vivido, sino de lo que ha leído.

P. Y no quiso hacer un ensayo.

R. Trato de que este libro, sin ser un ensayo, se pueda tener en la mesilla de noche y que, sin ser una guía, pueda llevarse de viaje.

P. ¿Y que pueda leer un extranjero? Muchas veces no da nada por sabido y empieza diciendo dónde está cada región.

R. Lo cierto es que yo he visto cosas con mirada de extranjero, así he contado España, con ojos de no conocer, porque, de hecho, conocía muy poco. Había estado en sitios, que no es lo mismo. He tenido una mirada casi inocente, aunque no del todo: yo tenía el equipaje propio de ser español que un alemán no tiene.

P. En un artículo citaba usted a alguien que decía que los españoles eran "crueles, arrogantes y peludos". ¿Sigue valiendo?

R. Lo de arrogantes, sí, y un poco megalómanos.

P. ¿Y crueles?

R. Eso se ha corregido mucho. La crueldad que el extranjero veía en los toros yo la sigo viendo, aunque hoy es una fiesta marginalizada. Se habla precisamente del planeta de los toros porque es un planeta que está lejos y que pronto estará deshabitado. La conquista de América fue cruel, pero no más que la guerra de los Treinta Años, que redujo un tercio la población de Alemania. ¿Peludos? Pues sí.

P. ¿Y modernos? Parece la obsesión nacional.

R. Esa obsesión indica que no lo somos. Claro que en un país y en un momento dado coexisten épocas muy distintas. Todos somos del mismo siglo pero no todos somos de la misma época. Hoy somos más modernos porque tenemos un sistema político que implica cierta modernidad, pero en cuanto al arte éramos infinitamente más modernos hace 50 años, cuando el abstracto español suponía algo en la pintura universal.

P. ¿Cuál es el gran complejo español?

R. Un complejo es el sentimiento de una carencia, y es muy distinto el sentimiento de carencia que se tiene en Madrid del que se tiene en Murcia. La gente cree que le falta aquello que ve en la televisión. Cuanto más aislado estás respecto al centro emisor, mayor es el sentimiento de no estar en el "acontecimiento decisivo".

P. Así es que, dado que ya no parece serlo el Ejército, ¿la televisión es la garantía de la unidad de España? Vázquez Montalbán decía que era la liga de fútbol.

R. Está bien visto lo de Vázquez Montalbán, es ingenioso. La televisión, no obstante, es un fenómeno global, no nacional. La unidad de España está en su gente. Los españoles nos sentimos españoles cuando estamos fuera, y es fuera donde al idioma lo llamamos español.

P. ¿Se ha encontrado más unidad o más diversidad?

R. España es un mosaico. Nos sentimos españoles cuando estamos fuera, pero cuando dos españoles se encuentran dicen: "Yo soy de Huesca, ¿y tú?". Algo que no hacen los franceses. España no sufrió un rodillo compresor centralista como con la Revolución y con Napoléon. Cuando Antonio Pérez se escapa de Felipe II y se va a Aragón, la justicia del rey no puede hacer nada, por los fueros. Y eso que era el rey absoluto. Aquí no ha habido procesos de unificación. El último fue el franquismo, con un resultado muy pobre. En el fondo el resultado histórico del franquismo es el estado de las Autonomías.

P. Después de tanto tiempo viajando por sistema, ¿le quedan ganas de salir de casa?

R. Es que en estos viajes hay mucho tiempo muerto, que es tiempo vivo. Dedico mucho tiempo a no hacer nada. No tengo la necesidad compulsiva de ver cosas.

P. ¿El medio de transporte afecta a la escritura?

R. El avión produce eso que los psiquiatras llaman majestuosamente una alucinación aeropanorámica. Me interesa mucho porque me gusta identificar los ríos y las sierras. Me gusta sentir esa alucinación.

P. ¿Y el autobús y el tren?

R Van ya demasiado rápido. Antes, la velocidad era humana y se tenía tiempo de apreciar no ya detalles del paisaje, sino el gesto de un campesino. Esto se percibe cuando te remontas a la época previa al tren. Jovellanos, en un viaje en diligencia por Asturias, se detiene, por ejemplo, a describir minuciosamente una roca.

P. ¿Tiene validez la división entre turista y viajero o es un tópico nacido para combatir otro?

R. El turismo es un fenómeno relativamente moderno. Yo diría que el primer turista es Stendhal, en Italia. Es el primero que entra en una iglesia para ver cómo es, no para rezar ni para dar limosna. Nace con la Revolución Francesa, en un mundo laico y ya no ve una iglesia como lugar de culto. Todavía hoy aquí los turistas ven las iglesias como lugares de culto, pero cuando van a Ceilán se hacen una foto encima de un Buda.

P. ¿Quién sería un viajero?

R. Por seguir en la literatura francesa y en viajes por Italia: Montaigne, que tiene un magnífico libro de viajes escrito en tercera persona. Su libro no es el de un turista: ve las iglesias con toda reverencia, como lugares en los que Dios está encarnado en un sagrario.

P. ¿Qué destacaría de la literatura de viajes por España?

R. La Biblia en España, de George Borrow, sin duda.

P. ¿Y de los españoles? La generación del 98, que citaba, fue muy viajera.

R. Me interesan poco el Azorín o el Unamuno viajeros. Idealizaban los lugares que visitaban. Unamuno se ha quedado viejo. No por su pensamiento, por su estilo. Es pedante. Eso es una gran lección para los escritores, porque el pecado de la literatura española es la retórica. De esa generación me interesa sobre todo Antonio Machado, humana y literariamente. Previo al 98 hay un personaje que me interesa mucho: Juan Valera. Para mí es el gran escritor del siglo XIX. Yo doy toda la obra de Galdós por la correspondencia de Valera.

P. ¿Y de los posteriores? ¿Cela, Pla?

R. El Viaje a la Alcarria no me interesa. Lo leí con gusto cuando era joven, pero luego he vuelto a él y me parece muy retórico. Pla sí, con toda su retranca. Es el gran escritor envidiable: por esa dignidad, esos amplísimos conocimientos sin ser jamás pedante. De todos modos, no he buscado modelos. Todo ha sido más natural que literario. Aunque hablemos de libros de viaje, para mí lo importante es que estoy escribiendo un libro, más allá del género. Y eso es algo que he hecho toda mi vida.

P. ¿Todavía se puede descubrir algo?

R. Depende de lo que uno lleve dentro. Yo nunca me he sentido lleno. La belleza, además, se encuentra en los lugares más extraños, y cuanto más encerrada está... La poesía que se puede encontrar en un aparcamiento de camiones es el desafío más alto para un viajero.

P. ¿Cuál ha sido la mayor sorpresa de estos viajes?

R. Andalucía, que no responde a los tópicos. Están latentes, pero es otra cosa. También el sur de la provincia de Ciudad Real. Ignoraba que hubiese allí parajes tan bonitos.

P. Aparte de algún párrafo que habla del terrorismo al pasar por Navarra o de la inmigración al pasar por Murcia, su

Iberia

parece un país sin conflictos. No sé si se debe a los 50 años de vigencia que quiere para el libro.

R. En parte, aunque cuando he estado frente a un conflicto no lo he borrado. En el caso del norte de Navarra había habido algún atentado. Y la impresión está contada. Como lo de los ecuatorianos en Murcia. Pensando en la perspectiva, el acontecimiento actual pierde intensidad. Es menos interesante mañana que hoy. Por eso, cuando yo lo estaba viendo era tanto como un accidente de carretera. Tiene valor en términos periodísticos, pero no en términos de creación, en los que pueden perder significado. Ahora, cuando aparecían cosas que creo que tienen significado -algo tan potente como la inmigración latinoamericana- las he contado. Lo mismo con el terrorismo. No son accidentes de carretera. Pero no he hablado, por ejemplo, del conflicto del Plan Hidrológico Nacional (PHN). Aunque hablo del problema del agua en Murcia, de su valor y de cómo en la región en la que más se estima el agua, el Segura baja sucio. Si hubiera contado los altibajos del PHN estaría cometiendo un error, porque el plan se hará o no, pero dentro de veinte años habrá perdido potencia y significado. Claro, ahí también soy yo quien elige.

P. El libro se abre en Galicia pero no se habla del

Prestige.

¿No tuvo la tentación de actualizar esas páginas?

R. No. No he intervenido a posteriori. Todo lo escrito sucedió mientras yo estaba en cada zona. El Prestige, como el Mar Egeo, que sí aparece, forma parte de una serie de accidentes que suceden cada dos años.

P. ¿Pero no es raro que un libro publicado el año de la catástrofe del

Prestige

no hable de él?

R. Tengo mucha confianza en los eruditos, que pondrán fecha. Dirán: el casco del Mar Egeo estaba frente al faro de A Coruña, así es que Manuel de Lope visitó Galicia en tal fecha.

P. Por volver a los tópicos del viaje: ¿viajar hace más tolerante?

R. El que es intransigente lo es también cuando viaja. Conozco a muchos viajeros que no hacen más que protestar. De todos modos, al viaje actual se aplican axiomas que ya no le corresponden: por la velocidad, por los conocimientos que se tienen antes de llegar al sitio... El viajero de hoy no es el de Baudelaire, para el que lo importante era marcharse. Entre otras cosas, porque tiene billete de vuelta.

P. Un último lugar común, no obstante: ¿los viajes son iniciáticos?, ¿sabe algo ahora que no supiera al empezar?

R. Yo no sé si los viajes son iniciáticos, desde luego, los libros de viaje, sí. Algo que sé y que no sabía es que puedo lograr cierta intensidad de escritura partiendo únicamente de lo real, sin que intervenga la ficción. Para mí es una lección. ¿Cómo influirá esto en lo que escriba luego? Me lo pregunto ahora.

Manuel de Lope trabaja actualmente en 'La imagen múltiple', la segunda parte de 'Iberia'.
Manuel de Lope trabaja actualmente en 'La imagen múltiple', la segunda parte de 'Iberia'.RAÚL CANCIO

BIBLIOGRAFÍA

La sangre ajena (Debate, 2000/Debolsillo).

Las perlas peregrinas (Espasa. Premio Primavera, 1998).

Bella en las tinieblas (Alfaguara, 1997/Punto de Lectura).

El otoño del siglo (Alfaguara, 1999).

Madrid continental (Alfaguara, 1998).

Jardines de África (Alfaguara, 1992).

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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