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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La aventura de los asesinos

Antonio Elorza

El relativo interés suscitado en los últimos meses sobre los temas islámicos ha hecho posible la reaparición entre nosotros de dos estudios clásicos: primero Mahoma, de Maxime Rodinson, en libro de bolsillo, y luego Los asesinos, de Bernard Lewis, cuya primera edición en inglés se remonta a 1967 y que ahora llega en nueva versión española y con un prólogo del autor escrito en 2001.

Ante todo, Los asesinos de Lewis es un relato apasionante, casi una novela histórica de aventuras políticas, de fondo teológico, protagonizada por uno de los personajes colectivos más extraordinarios de la Edad Media: la secta ismailí fundada a fines del siglo X por cierto Hasan-i Sabbah que conjugará la propaganda de sus creencias con la organización de atentados contra personalidades políticas del momento que ejecutaban sus "devotos", a quienes por referencia tal vez al hashish se conocerá con el nombre de asesinos. Hasan-i utilizaba como centro de poder el castillo roquero de Alamut, en el norte de Persia. Desde allí primero, y luego también desde otros reductos similares, él y sus sucesores enviaron sus comandos mortíferos y montaron la defensa contra sus enemigos, musulmanes o cristianos, hasta ser arrasados por los mongoles, bien avanzado el siglo XIII.

LOS ASESINOS. UNA SECTA ISLÁMICA RADICAL

Bernard Lewis. Alba. Barcelona, 2002 235 páginas. 20,82 euros

El tema de los asesinos se sitúa en el punto de cruce entre dos líneas muy diferentes de estudio del islam: el aspecto religioso, representado por el ismailismo, en un periodo de auge y crisis de la tendencia shií, de los seguidores de Alí que por un tiempo parecieron estar en condiciones de imponerse al islam mayoritario sunní, y, en segundo lugar, la dimensión de violencia que alcanza en los asesinos el grado de una auténtica estrategia del terror. Sin menospreciar lo primero, que en la edición francesa del libro encontraba un espléndido desarrollo en la presentación que escribiera Maxime Rodinson, Lewis se centra en la descripción y el análisis de lo segundo, partiendo de una cuidadosa biografía del fundador, que de entrada deshace la posibilidad de la leyenda de Samarcanda: por su edad, Hasan-i no pudo ser compañero de estudios del poeta Umar Khayyam y del visir Nizam al-Mulk, si bien tuvo tiempo de hacer asesinar en 1092 a este último.

Hasan-i Sabbah fue un teó-

logo y un activista, inventor hasta cierto punto del terrorismo en tanto que instrumento para combatir a adversarios superiores en fuerza militar y procedimiento de intimidación para sembrar la inseguridad en las filas enemigas. Los grupos de devotos, con la daga siempre como arma criminal, respondían a la lógica de los comandos modernos, con la particularidad de que nunca trataban de huir tras cometer sus atentados. Eran auténticos mártires de la fe. El fondo de la estrategia de Hasan-i es estrictamente religioso. Su búsqueda de refugio en Alamut reproduce la hégira del Profeta y el asesinato es un acto de servicio a la voluntad de Alá: el comentario al conocer el éxito en la ejecución de Nizam al-Mulk -"el asesinato de ese demonio marca el comienzo de la felicidad"- es simétrico del pronunciado por Bin Laden al conocer el éxito de la acción llevada a cabo por sus seguidores. Vale la pena cerrar este comentario con las últimas palabras del libro, que reproducen sin cambio las de 1967: "El subyacente espíritu mesiánico y la violencia revolucionaria que los había impelido siguieron vivos y sus ideales han encontrado un buen número de imitadores. A éstos, los grandes cambios de nuestro tiempo les han proporcionado nuevas razones para el rechazo ["causas de cólera" en la versión francesa], nuevos anhelos de satisfacción y nuevas herramientas para la agresión ["instrumentos de combate", versión francesa]". Interpretación controvertida hoy.

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