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Rosell y el siglo XIX

Joan Coscubiela

Después de un largo periodo de ausencia, el presidente de Fomento del Trabajo Nacional parece que ha querido compensar su prolongado silencio con unas jugosas e inclasificables declaraciones sobre la huelga general. De entrada me toca agradecerle que reconozca su existencia. Después de unas semanas sufriendo el acoso mediático del Gobierno y sus voceros estaba a punto de sucumbir a la idea de que el 20-J nunca existió y de que todo se debió a un golpe de calor veraniego con síntomas de epidemia ciudadana. Pero sinceramente, tampoco hacía falta que el señor Rosell se pasara en el reconocimiento de la huelga. La intensidad del paro del 20-J permite calificarlo como de huelga general, pero no tanto como para hablar de un impacto económico equivalente a una décima del PIB. No sé cómo ha hecho los cálculos y estoy interesadísimo en que alguien me lo explique. Porque de ser correctos, me temo que algunos nos están sisando en nuestros salarios más de lo previsible. Y habrá que tenerlo muy presente en la próxima negociación colectiva que, por cierto, va a sentir las consecuencias de la ruptura de la concertación social. Hechos los agradecimientos por el reconocimiento de la huelga, voy a centrarme en la razón última de este artículo, que no es otra que abrir un debate sobre el epíteto de antigualla del siglo XIX con el que el líder patronal se ha referido a la huelga. Se trata de una descalificación que responde a una machacona línea de pensamiento -es un decir- construida sobre la posmodernidad vacua. Según algunos han desaparecido los conflictos de intereses en la sociedad, el conflicto social no tiene sentido, las ideologías no tienen futuro, luego el pensamiento único adornado de modernidad se convierte en la nueva teología dominante. Sin embargo parecen olvidarse de algo muy sencillo. Las personas, sus derechos, sus anhelos, su dignidad y su voluntad de reivindicarlos continúan vivas en nuestras sociedades y esto es lo que ha emergido el 20-J y ha sido una de las claves del éxito. La huelga como una de las expresiones del conflicto social continúa siendo una realidad hoy. Es verdad que su expresión, organización y ejercicio han variado sustancialmente, como lo han hecho las formas de trabajo y la propia sociedad. Por eso una de las preocupaciones del sindicalismo confederal que representa CC OO es la necesidad de encontrar todas las nuevas formas de conflicto posible. El 20-J ha sido la primera huelga en la que ha participado de manera embrionaria pero organizada una nueva categoría de trabajadores, los autónomos económicamente dependientes -los trades-, y a la que se ha adherido y a su manera ha participado la Asociación de Teletrabajadores de Cataluña. Pero lo que el señor Rosell niega en sus declaraciones no es la huelga industrial en su estilo fordista, niega la propia existencia del conflicto social y la participación activa de los trabajadores. Cuando habla de formas de reivindicación que no causen perjuicios no sé si ejerce de ingenuo o cree que los ingenuos somos nosotros. Por supuesto que en un sistema de relaciones laborales maduro se desarrollan negociaciones y se alcanzan acuerdos sin necesidad de llegar siempre al conflicto. Pero eso sólo sucede si en alguna ocasión anterior las partes han conocido el coste y las consecuencias del desacuerdo y del conflicto. Y la experiencia sindical dice que un recordatorio de las ventajas de la negociación sobre el conflicto se hace imprescindible, cuando las cosas se tuercen o la memoria flaquea. Una de las claves del conflicto que canaliza el sindicalismo -también el del siglo XXI- es la capacidad de que las personas sean las protagonistas del mismo. Pretender que las reivindicaciones se limiten a escenificaciones mediáticas con los trabajadores como observadores pasivos puede ser muy efectista, dar sus frutos a corto plazo y servir como placebo cuando flaquean las fuerzas, pero si se generalizara estaríamos asistiendo al final del sindicalismo como expresión del conflicto social en una sociedad abierta. Espero que nunca suceda, aunque el riesgo existe y sólo hace falta ver en qué se ha convertido una determinada manera de entender la política. En algunos momentos parece como si los partidos hubieran encargado a los medios de comunicación la gestión de sus proyectos políticos como si de albaceas testamentarios se tratara y eso es letal para la política, especialmente en sociedades con una gran concentración de poder económico y mediático. El éxito del 20-J se debe en buena parte a que muchas personas han sido sujetos activos de la movilización. Por supuesto hemos utilizado los medios de comunicación para llegar a la sociedad, pero una de las claves reside en la red sindical que nos ha permitido contactar directamente con los trabajadores de más de 3.900 empresas catalanas e indirectamente con muchas pymes a través de los delegados de personal o comités de empresa. Por último déjenme terminar con un ataque de sinceridad. Cómo es posible que el presidente de Fomento haya cometido la imprudencia de hablar de antiguallas del siglo XIX. Alguien me comentaba lo curioso que resulta esta cita por parte de quien preside una organización que continúa teniendo como norte el proteccionismo intervencionista que la vio nacer. Y que mantiene una estructura organizativa preindustrial -con más de 250 gremios autárquicos- que se ha convertido hoy en uno de los principales obstáculos para la racionalización de la negociación colectiva. Posiblemente una de las causas de la falta de lideraje económico que se vive hoy en Cataluña. El debate está abierto.

El pensamiento único, adornado de modernidad, se convierte en la nueva teología dominante

Joan Coscubiela es secretario general de CC OO de Cataluña

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