Qué hacer con el Born
Ya hay, nos dicen, un acuerdo sobre el Born. Una desalentadora mezcla de falta de coraje político y de falta de ambición cultural parece haber inclinado la balanza, de momento al menos, hacia la compatibilidad entre ruinas y biblioteca. Sin embargo, somos muchos quienes seguimos creyendo que se trata de una solución híbrida, dictada de antemano y francamente desacertada, que de llevarse a cabo -cosa que por sentido común nos resistimos a creer- no satisfaría ni las necesidades de la biblioteca provincial ni una correcta visión y comprensión de unas ruinas excepcionales que tenemos la obligación de conservar y promover.
¿Por qué desacertada? Pues fundamentalmente porque la solución híbrida que se nos propone va en contra de la biblioteca, del propio edificio y, claro está, de las ruinas. Casi nada. De entrada, hay que decir que el Born es un pésimo edificio para una biblioteca. Así lo reconocen muchísimos arquitectos, entre ellos la propia Comisión de Calidad del Ayuntamiento de Barcelona, que en un informe de hace ya un año, aunque aceptaba como un hecho la construcción de la biblioteca en el Born, destacaba en el preámbulo que no era ése el lugar apropiado. Sorprende ahora que, con las ruinas descubiertas, la misma comisión pueda apostar por la cohabitación. Si entonces no era un sitio indicado, ahora lo es mucho menos si cabe.
El edificio del Born parece poco adecuado para albergar la biblioteca y exhibir a la vez los restos de la Barcelona de 1714
Es también un sitio que la biblioteca no merece. La biblioteca necesita, para ser funcional, un edificio de nueva planta (que, dicho sea de paso, nos saldría mucho más barato a los contribuyentes). Insistir tozudamente en meterla con calzador, hipotecando su crecimiento futuro, en el espacio liviano del antiguo mercado es un error mayúsculo. Quienes durante un tiempo quisimos creer que esta ciudad tenía ambición vemos ahora que el temor (a los vecinos, a la pérdida de una inversión) es el principal elemento en la toma de decisiones. Mal vamos. Los edificios públicos deben tener una voluntad simbólica, emblemática, de intervención en el entorno urbano y en el espacio público, como la tuvo el propio Born en el momento de su construcción. ¿Por qué la biblioteca provincial no se debe proyectar de acuerdo con su función y su representatividad?
También saldría perdiendo, de esa mala solución, el propio edificio del Born. Al respecto cabe recordar la polémica que rodeó, hace ya algunos años, a la plaza de toros de Las Arenas, que se quería destinar a pabellón ferial, pero que también se pensó como sede del Teatre Lliure. Algunos ya opinamos entonces que la eventual conservación del viejo coso taurino debería hacerse respetando la naturaleza del edificio y que no era de recibo convertirlo en un mero decorado escenográfico que ocultara en su interior un edificio totalmente distinto que negara su propia estructura haciéndola irreconocible. La rehabilitación de edificios obsoletos debe permitir que éstos puedan leerse en toda su integridad. De lo contrario, se incurre en un fachadismo que convierte el conservacionismo en un estéril ejercicio reaccionario.
De hecho, si durante 30 años no hemos encontrado un uso adecuado para el Born es, entre otras cosas, porque la especial naturaleza del edificio del mestre d'obres Josep Fontserè no se presta fácilmente a otros destinos que aquel para el que fue concebido. Le ocurre algo muy similar, en este sentido, a lo que ya se vio en Las Arenas. Pero con una diferencia enorme: que las ruinas halladas han pasado a darle un nuevo sentido. ¿Qué hacer entonces? La solución más evidente parecería dejar las ruinas visitables, bajo el edificio cubierta del antiguo mercado, que semejaría así el umbráculo del vecino parque de la Ciutadella, obra por cierto del mismo Fontserè. Un sitio arqueológico visitable, de agradable paseo, que contenga la mínima información indispensable sobre aquello que el
visitante ve. Una dependencia del Museo de Historia de la Ciudad, donde se pueda unir la historia de los restos arqueológicos de la Barcelona menestral de antes de 1714 con la de la Barcelona renacida del siglo XIX: es decir, que explique el trayecto histórico que va del subsuelo a la cubierta del antiguo mercado. Unas ruinas vivas, cuya interpretación y disfrute puede apoyarse en los excepcionales conocimientos que se tienen sobre quiénes eran y cómo vivían sus habitantes, gracias a una riquísima documentación administrativa y notarial. Un monumento y un memorial únicos en Europa, convertidos en un lugar de producción de memoria y de conocimiento.
Llevábamos mucho tiempo ansiando encontrar un destino adecuado para el Born. Las extraordinarias ruinas de la ciudad de 1714 sacadas a la luz le han dado finalmente un uso. ¿Seremos capaces ahora de no verlo? Desde luego, cuesta creer en tanta ceguera.
Josep M. Muñoz es historiador y director de L'Avenç.
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