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Tribuna:EL DARDO EN LA PALABRA
Tribuna
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Brindis triste

Está cerca de su ápice la temporada taurina, y el terror ya lleva tiempo recorriendo otra vez las ganaderías. Es un enorme holocausto zoológico que ocurre entre el jolgorio humano al que, por lo visto, sólo conmueve la sangre del diestro y no la del hermoso animal que compartía con nosotros la vida. Pero, aun detestando tales festejos sin verlos -'que no quiero verla'-, era maravilloso contemplar cómo los contaba Joaquín Vidal en este mismo diario; se advertía que eran casi sólo pretextos para ejercer el arte -y el alma- de la palabra. Se ha alabado siempre al estilo de los cronistas de toros, y, en efecto, han abundado quienes se han lucido en ese empeño; muchos, con un estilo de capa y caspa, suscitador de loas.

Joaquín Vidal hizo moderno el género, y otro público nada castizo lo esperaba los lunes para leer su espectáculo del domingo. Muchas veces supuse que el secreto de su maestría estribaba en que no le gustaban los toros: sólo así, vistas las cosas con desapego, puede decirse algo interesante de ellas. Me escribió por Navidad: 'En mi carta anterior le hablé de que andaba falto de moral y físicamente tocado. Me quedé corto: la cornada era seria'. Lo era; ya no habrá más crónicas suyas; y si esta columna fuera menos frívola, se la brindaría como un brindis fúnebre.

Hoy no es habitual que quienes escriben sobre la fiesta orlen de caspa sus dichos o escritos; pero bastantes de ellos los nievan con algo peor: la ignorancia agresiva. Sigo asombrado de que empresas periodísticas y audiovisivas, algunas de ellas públicas, esto es, nuestras, miren con indiferencia cómo muchos de los asalariados comen mientras carcomen el idioma del cual viven. Leyendo a algunos u oyéndolos, me acuerdo de aquel requiebro manchego, según el cual, tuvo Dulcinea la mejor mano para salar cerdos. Prueba al canto: se está transmitiendo una corrida, y el transmisor comenta: 'Es difícil el toro que le ha cupido en suerte a...', y aquí, el nombre del matador. Pero otro cronista escribe -digo mal: es capaz de escribir- que otro torero se la jugó a carta cabal con el fiero mamífero que le cupió. Ignora que tal locución adjetiva, y no adverbial, significa 'intachable, completo' (un hombre o una mujer a carta cabal). Sin embargo, el enorme problema de nuestro analfabetismo idiomático deja indiferentes a quienes empujan a chicos y chicas a pedir justas mejoras en el sistema educativo, sin calcular -o calculándolo- que unos tumultuosos mezclados con ellos les quitarán la razón proclamando el derecho a ser mal enseñados, mal o nada examinados, y en modo alguno exigidos.

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¿Más leña a ese fuego? He aquí lo expelido por una radio importante hace pocos días en que el cronista explicaba cómo el partido del sábado era difícil para un determinado equipo porque, dijo, sus rivales 'son tremendamente físicos'. Algunos amigos futboleros se extrañan de mi sorpresa: es muy común calificar así a un jugador cuando, como un tanque, arrolla contrarios y se mete empujando el balón hasta la basílica de Belén. Si se extiende el dicharacho, las niñas que por ahora han entrado gloriosamente en la primavera presumirán de novio físico frente a las amigas cursis que, pues yo hija, lo prefiero delicado.

Nuestra vida moderna ha aportado la facilidad de las comunicaciones. Para qué sirve si por los chats, prodigios ingenieriles, circulan millones de chorradas, o si tanta televisión insulta a la inteligencia, y si el teléfono apenas sirve para más que llamar a una señora o a un señor que están invariablemente reunidos. Toda buena secretaria precisa ejercicios de entrenamiento para pronunciar ese burdo absurdo gramatical (por 'está en una reunión') sin cansarse. Antes, quien nos interesaba se limitaba a 'estar fuera'; ahora, cualquier jefecillo, y aun menos, aumenta su estatura estando reunido como un embajador.

Hay usos que van y vienen de siglo a siglo y de orilla a orilla sin acabar de definirse, porque los hablantes han hecho suyo un rasgo de su alrededor y, por tanto, juzgan incorrecto el ajeno. No me refiero, claro es, a quienes se mueven dentro de registros vulgares, carentes por lo general de conciencia idiomática refleja, sino a quienes la tienen. Yo confieso mi repelús ante el dignarse a hacer algo y sólo tengo por bueno dignarse hacer algo. La frecuencia del supuesto error me ha inducido a bucear por los fondos académicos con el fin de salir de dudas o meter en ellas.

El verbo dignarse se empleó, al menos desde el XVI, con la preposición de; así hace Cervantes cuando escribe 'Pidiéndole se dignase de echarle la bendición'. Y así proceden los clásicos, sin faltar uno, desde Alonso de Ercilla hasta el gran Andrés Bello. Es dudoso el origen de ese de; la asociación digno de produjo tal vez el contagio. Pero se mantuvo firme el secular dignarse de (vivo hoy en italiano: degnarsi di rispondere; conviviendo con a en portugués, según los contextos; y lo mismo en catalán: no va dignar-se a respondre; S'han dignat de venir); todavía en 1917, el académico Alemany señalaba que esa era la construcción apropiada; y el Diccionario académico, en 1927, pone como ejemplo de tal uso exclusivo Dignarse de otorgar licencia.

Pero, a partir de esa edición, el ejemplo desaparece: se dudaba seguramente de su licitud. Es casi seguro que, por esos años, ya alternaban el apeo de la preposición y su sustitución por a, esto es, dignarse a hacer lo que sea. El primer testimonio de lo último, probablemente producido por analogía con construcciones similares como determinarse a, decidirse a, acceder a, es, nada menos, de Pedro Antonio Alarcón. Pero si el buceo se adelanta en el tiempo, topamos con admirables autores contemporáneos de esta costa y de la otra que practican el preposicionismo con a: Llamazares, Mendoza, Cabrera, Mújica Laínez... Alguno alterna ambas posibilidades (Llamazares mismo, José Donoso). Lo que tenía -y tengo- por vulgarismo cuenta, pues, con muy eminentes padrinos. Y quizá, por ello, a pesar de la tenacidad con que ese uso ha prendido en los hablantes menos escolarizados, Seco lo califica de semiculto; igual podríamos tildarlo de semivulgar.

El trato de dignarse sin preposición (No se dignó mirarme) es abrumadamente mayoritario en los bancos modernos de la Academia. La cual, probablemente disconforme por la difusión del verbo rigiendo a, y olvidada hacía tiempo de dignarse de, introdujo en el Diccionario, este ejemplo de buen uso: Se dignó bajar del palco (no pueden bajar de otra localidad quienes se dignan). Y es lo que escriben Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Hortelano, Torrente, Semprún, Buero, Arrabal... Lo que escribió o escribiría, a buen seguro, Joaquín Vidal.

Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia.

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