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La biblioteca fetiche

Ya me disculparán la reincidencia temática, pero la discusión pública sobre el futuro del Born ha ido tomando tales derroteros de contradicción, de demagogia y de confusionismo, que volver a ella me parece, si no obligado, cuando menos absolutamente legítimo.

Comencemos por la demagogia, por esa misma demagogia que, hoy hace una semana, denunciaba a las puertas del Born una plataforma vecinal pro biblioteca ('que se acabe la demagogia y vuelva la coherencia', reza su manifiesto). Que se acabe, sí; que se acabe con ese latiguillo según el cual, cuando arqueólogos o historiadores proponemos la preservación íntegra del yacimiento, parece que sólo nos mueven bajos intereses gremiales, puestos de trabajo futuros, mientras que si quienes opinan en sentido contrario son bibliotecarios y documentalistas, ellos hablan en nombre del bien común, sin sombra de corporativismo. ¿Qué pasa, que los de historiador o arqueólogo son oficios viles y alimenticios, y en cambio el de bibliotecario es un noble sacerdocio que se nutre sólo del aire? ¿Y cómo calificar la actitud de cierto diario barcelonés insinuando que el concejal de Cultura, Ferran Mascarell, sabotea el supuesto pacto Ayuntamiento-Generalitat respecto del Born porque Mascarell, además de político, es... historiador de carrera? Si eso no es demagogia y juego sucio, ¿qué es?

En otro orden de cosas, ha sido fascinante ver a aquellos profesionales del descreimiento -de un descreimiento selectivo, claro está- que, apenas abierto el debate, corrieron a advertirnos sobre el peligro de sacralizar las exhumadas ruinas del siglo XVIII, sobre el nefando fetichismo de las viejas piedras, verles -a la vuelta de pocas semanas- entregados a la sacralización, a la idolatría de la Biblioteca Provincial. A juzgar por lo escuchado y lo leído últimamente, ese futuro equipamiento cultural no sólo hará subir como la espuma los bajos índices de lectura de la ciudad y del país. También va a compensar la precariedad de la red barcelonesa y metropolitana de bibliotecas de barrio y de distrito; una red que, por cierto, vive estos días la liquidación de las veteranas, modestas y beneméritas bibliotecas de la Fundación La Caixa en medio de la indiferencia generalizada. ¡Curiosa forma de promover la lectura popular y la 'ciudad del conocimiento', la que obligará al jubilado de Horta, al ama de casa de Ciutat Meridiana, al escolar de Les Corts, a desplazarse hasta el Born si quieren satisfacer con amplitud sus apetencias bibliográficas!

Sin embargo, las capacidades salvíficas que sus devotos atribuyen a la proyectada Biblioteca Provincial no terminan ahí, ni mucho menos; según ellos, su ubicación en el Born regenerará y reactivará todo el barrio de la Ribera, y eso será posible gracias a un dato que alguien debe de haber puesto en circulación entre el vecindario y que el ciudadano Àngel Pi i Boada desvelaba, en carta al diario Avui, el pasado viernes: gracias a 'las 16.000 personas que se calcula que pasarán cada día por la biblioteca'. La magnitud de la cifra ha excitado tanto mi curiosidad como mi osadía. No, confieso no tener con la biblioteconomía otra relación que la de usuario; pero después de que durante semanas, galeristas, escritores, artistas, quiosqueros y hasta algún filósofo se hayan permitido peritar el valor de los hallazgos del Born y sentenciar que no poseen ninguno o que, como máximo, debería conservarse 'una octava parte del yacimiento' (sic), ¿quién podrá reprochar a un historiador que se entrometa a opinar sobre bibliotecas?

Según creo entender, la afluencia de usuarios a una biblioteca depende, en primer lugar, de su carácter, también de su ubicación, pero sobre todo del número de documentos con que cuenta, y de las plazas de lectura que ofrece. Para atraer y atender a 16.000 personas al día, casi seis millones al año, sólo cabe imaginar una biblioteca abierta de forma casi permanente, noche y día, laborables y festivos, con más de un millar de puntos de lectura, muchos de ellos dotados de equipamiento informático y / o audiovisual, ágil servicio de préstamo y 1,5 millones de volúmenes o más en sus depósitos. Son aproximadamente -me dicen- las magnitudes de la Biblioteca Central de Lyón. Ahora bien, dicho establecimiento tiene más del doble de los metros cuadrados que se preveían para el proyecto del Born antes de toparse con las ruinas, de modo que, incluso si éstas fuesen arrasadas en favor de los libros, aquellos 16.000 hipotéticos usuarios tendrían que dividirse por dos. Mucho me temo que otros factores empequeñecerían aún más la cifra real.

En suma, lo más chocante del debate en curso es que los cruzados de un Born despejado de piedras y lleno de libros han invocado grandes conceptos, y algunos lo han aprovechado para aliviar sus glándulas biliares, pero ninguno de ellos se ha preocupado de averiguar y explicarnos un puñado de cosas básicas: ¿cuántas plazas de lector ofrecerá la Biblioteca Provincial? ¿Con qué fondos bibliográficos, hemerográficos, videográficos, discográficos se planea inaugurarla? ¿Con qué plantilla de personal? ¿Bajo qué horario funcionará? ¿Con qué régimen de admisión? Mientras el Ministerio de Cultura no lo aclare, explicar a los vecinos de la Ribera que aquello será un nuevo Beaubourg con 16.000 visitantes diarios es tomarles el pelo, y la futura biblioteca es un mero fetiche, o un arma arrojadiza para dirimir otras guerras.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia contemporánea de la UAB.

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