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Columna
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La sombra de De Gaulle

Chevènement reivindica muchos principios del general, mientras que la campaña de Chirac, el gaullista oficial, le da de lado

Charles de Gaulle, el fundador de la V República, de la Constitución vigente en Francia y el último líder político francés que tenía una idea precisa del papel que su país podía jugar como potencia independiente en la escena internacional, es el gran ausente de la actual campaña presidencial. O al menos eso es lo que debiera deducirse de que sólo el soberanista Jean-Pierre Chevènement haya retomado temas clásicos del gaullismo y se cobije bajo la sombra gigante del general.

Chevènement añora la mítica grandeur y cree que sólo puede resucitarse del brazo del Estado. Por eso quiere aumentar de manera importante las inversiones en investigación, potenciar la televisión y radios públicas, garantizar la independencia tecnológica, militar y energética del país, defender la excepción cultural, acabar con la política de privatizaciones y poner de nuevo la política judicial bajo las órdenes de los políticos elegidos por sufragio universal. La escuela como lugar de integración y la difusión de los valores universalistas y republicanos son también obsesiones gaullianas de este candidato, que quisiera que la Europa comunitaria dependiera de un parlamento formado por representantes de los distintos parlamentos nacionales.

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Cartas:: La opinión de los lectores

El gaullista oficial, Jacques Chirac, no ha citado ni una sola vez durante esta campaña al general. Hace tres años, Chirac afirmaba 'haber sido siempre gaullista, serlo aún y serlo hasta el día de mi muerte', pero hoy ha olvidado ese compromiso y piensa, como decía en 1961, que 'del gaullismo me río, no es asunto mío ni de mi generación'. Diez años más tarde, ante la muerte del anciano, declaraba que 'De Gaulle nos ha dejado, pero nosotros no dejaremos a De Gaulle', pero es probable que esa afirmación haya que matizarla por otra máxima chiraquiana: 'Las promesas sólo comprometen a quienes se las creen'.

Enfrente, entre los socialistas, ya nadie habla de la V República como de 'golpe de Estado permanente' (Mitterrand), pero 'la planificación indicativa' tampoco goza de buena prensa. Los socialistas niegan estar 'privatizando el sector público', pero admiten que sí 'abren el capital' de dicho sector. El relativo antiamericanismo de De Gaulle y sus convicciones proárabes fueron puestas en cuarentena por el atlantismo mitterrandiano y su compromiso europeísta. Jospin le teme tanto al federalismo de Joschka Fischer como al liberalismo de Tony Blair.

Al margen de la querencia estatalista de Chevènement y de la extrema izquierda, o de la nostalgia colectiva de tiempos mejores, Francia sigue siendo gaullista en otras cosas más subterráneas, como en la exigencia de que sus hombres políticos efectúen una travesía del desierto equivalente al exilio del general -en Londres durante casi toda la II Guerra Mundial- o a su marginación de la vida política -entre 1946 y 1958-. De Gaulle trabaja, desde el exterior, contra un sistema de total dominio de los partidos políticos. En la Francia de 2002, los hombres pesan más que los partidos y cada candidato a la presidencia necesita haber puesto a su servicio la maquinaria de un partido que a veces ha creado él mismo, de nueva planta o a partir de una fracción disidente, como es el caso del liberal Alain Madelin, la derechista Christine Boutin, el centrista François Bayrou, los ultras Jean-Marie Le Pen y Bruno Mégret, el soberanista Chevènement, pero también el supuesto gaullista Chirac. Lionel Jospin conoció el alejamiento de la política a principios de los noventa; Chirac ha debido sufrir repetidas derrotas antes de acceder a la presidencia; Bayrou, Madelin y los otros efectúan ahora el viaje en solitario, con unos pocos fieles, que esperan desemboque en la conquista del poder. Es una lógica de sacrificio, un rito de superación de pruebas en el que se forja, dicen, el temple de un líder.

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