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Reportaje:LA EVOLUCIÓN Y SUS ENIGMAS

Todo tiene un culpable

Heráclito tenía razón: todo cambia, nada se está quieto, lo estático no existe. El universo explota, los continentes bailan, el vacío fluctúa. La aparente estabilidad del mundo es una mera ilusión. Las especies biológicas también participan en este devenir generalizado. En 1859, Darwin publicó su famosa obra sobre El origen de las especies, y desde entonces la idea de la evolución ilumina y abrasa todo nuestro panorama intelectual.

La evolución biológica es un hecho. Cualquier excavación nos revela fósiles distintos en los diversos estratos. Ya no hay trilobites ni dinosaurios. Es obvio que las especies evolucionan y dan lugar unas a otras o se extinguen. La ramificación del árbol de la vida se refleja también en la anatomía, la fisiología y la genómica de los organismos actuales. La lectura del genoma humano es también una empresa arqueológica: nuestros cromosomas almacenan fósiles genéticos de nuestras especies ancestrales, recuerdos congelados de cuando éramos peces, medusas o bacterias.

La teoría darwinista de la evolución por selección natural se basa en la existencia de 1) una fuente de variabilidad 2) la reproducción con herencia de la variación y 3) un mecanismo de filtro o selección. Darwin concibió el esquema global, pero no supo desarrollar sus dos primeros componentes, aunque sí el tercero, la teoría de la selección natural. Si las diversas variedades de rasgos hereditarios hacen contribuciones diferenciales a la supervivencia y a la reproducción de sus portadores, y si los organismos producen más descendientes de los que pueden sobrevivir, entonces la frecuencia de los rasgos más adaptativos se incrementa de generación en generación. La fuente de la variabilidad está constituida por fuerzas o factores aleatorios, como las mutaciones, la poliploidía, la simbiosis, la deriva genética y la recombinación sexual. Y el mecanismo de la herencia ya ha sido descifrado por la genética. Los principios abstractos de la evolución darwinista han sido aplicados también con más o menos fortuna a otros campos, como el sistema inmunitario, la evolución prebiótica de las macromoléculas, la evolución cultural, la epistemología e incluso la teoría de la empresa.

El pensamiento primitivo es

animista y extrapola ingenuamente nuestra experiencia de agentes intencionales. Nuestras intenciones provocan cambios en el mundo. Hay cosas que suceden porque queremos que sucedan: hazañas, crímenes, cosas triviales como abrir una puerta. La explicación de la apertura de la puerta antes cerrada pasa por nuestra previa intención de abrirla. Según el pensamiento animista, todo es así: detrás de cada evento hay una intención que lo provoca. Todo tiene un culpable. Las religiones monoteístas tradicionales son versiones monárquicas del animismo. La voluntad divina explica todo lo que ocurre. Sin embargo, el animismo es falso. Fuera del restringido ámbito de la psicología, el universo más bien parece ayuno de cualquier intencionalidad. La idea de la evolución darwinista marca la ruptura definitiva con el animismo y el inicio de la madurez del pensamiento moderno. La teoría de la evolución por selección natural da cuenta de la adaptación al medio y de la funcionalidad de los órganos sin recurrir a ideas como la intencionalidad o el diseño; simula el diseño intencional sin necesidad alguna de postular ficciones mitológicas.

De todos modos, tampoco hay que exagerar el papel de la selección natural. No toda la evolución biológica es adaptativa. También hay una evolución neutral, como ocurre con el polimorfismo de muchas proteínas, dominado por las fuerzas del azar. Tampoco podemos suponer de entrada que los rasgos de un organismo son todos adaptativos o funcionales. Que lo sean es una mera hipótesis que habrá que confirmar en cada caso. Además, no todo lo funcional es óptimo. La adaptación biológica es el resultado chapucero de muchos accidentes acumulados, cada uno de los cuales aprovecha las estructuras heredadas de los anteriores. La adaptación biológica no optimiza, simplemente selecciona entre la variedad disponible. Con frecuencia, las soluciones óptimas no han sido generadas por las fuerzas del azar y no están disponibles.

Se ha alabado la perfección funcional del ojo de los vertebrados, pero su organización anatómica está llena de meteduras de pata elementales. El estrato ópticamente funcional de la retina está formado por los fotorreceptores, las células sensibles a la luz, que transforman la energía de los fotones que absorben en impulsos nerviosos trasmitidos al cerebro a través del nervio óptico. Cualquier diseño razonable del ojo exigiría que el estrato de los fotorreceptores (conos y bastones) estuviese en la parte alta de la retina, adyacente al cuerpo vítreo transparente, y por encima de los vasos sanguíneos que lo alimentan. Pero en los vertebrados la retina está colocada al revés, debajo de las fibras nerviosas y los capilares, que han de ser inútilmente atravesados por la luz antes de impactar en los fotorreceptores. Otra chapuza estriba en que el nervio óptico no se forma detrás de la retina, de donde podría ir directamente al cerebro, sino delante, por lo que ha de abrirse paso a través de la retina por un agujero (el disco óptico, correspondiente al punto ciego del campo visual) para pasar al otro lado. Al final todos estos defectos se neutralizan y el ojo funciona, pero no es precisamente un paradigma de buen diseño.

La teoría darwinista de la evo

lución por selección natural no explica ni predice el curso concreto de la evolución biológica. Simplemente muestra que es consistente con las leyes de la física. Nada sucede en el universo que esté prohibido por la física, pero la física (como las leyes del tránsito rodado) permite muchas rutas alternativas. La evolución biológica concreta es un fenómeno histórico, contingente y, como tal, inexplicable en sentido fuerte e imprevisible, aunque comprensible en sus líneas generales. La biología es una ciencia histórica, muy distinta de la física fundamental. De hecho, fuera de la física fundamental, todo (astronomía, geología, biología, sociología, lingüística) es historia, accidente congelado. Todos los seres vivos son milagros inexplicables. Decir que somos el resultado de la evolución no es explicar lo inexplicable. Lo que muestra la teoría darwinista de la evolución es que el mundo milagroso de la vida es compatible con las leyes de la física. No hay necesidad alguna de caer en el animismo o la superstición.

Charles Darwin publicó 'El origen de las especies' en 1859.
Charles Darwin publicó 'El origen de las especies' en 1859.COVER

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