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Columna
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Mezquita

Cené la otra noche en el restaurante de la mezquita de la M-30. Había poca gente. El maitre, un egipcio que lleva treinta años en España, me dijo que estaba notando mucho la situación que vive el mundo desde los atentados de Nueva York.

Después del 11 de septiembre, alguien manchó la fachada de la mezquita. Pequeño terrorismo contra un símbolo equivocado. Equivocado porque una cosa es la religión y otra su 'herejía'.

El integrismo terrorista y suicida es una aberración del islam. Se combate bajo la media luna lo mismo que en otro tiempo se guerreó bajo el signo de la cruz.

Conozco desde el año de 1952 el mundo árabe -fui la primera vez cuando cayó el rey Faruk de Egipto- y sé que el integrismo, radicalizado ahora con motivo de los ataques a Afganistán, era y es un movimiento minoritario.

Los españoles tendemos a simplificar las cosas, a meterlas todas, como se dice, en el mismo saco. Veo a gente que identifica terrorismo e islam. Que se lo pregunten a los centenares de musulmanes que murieron en el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York.

Cené muy bien en la mezquita. Sopa o harira de verduras; musaka de berenjena; tajina, que es una deliciosa crema de garbanzos; las croquetas de verdura o fefafel; el shish kebab y el shish tauk o pinchos de cordero y pollo asados.

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Y para postre, una crema de leche con agua de azahar, la muhalabia, así como té verde para beber con la comida.

Al llegar escuché la oración del almuédano. El cocinero, un sirio de nacionalidad española, me mostró la mezquita. Su construcción combina el estilo tradicional con un toque de modernidad. Uno de los arquitectos que la construyeron era un copto, cristiano de Egipto.

En España vive hoy medio millón de musulmanes, muchos de ellos son españoles. Los habrá de todas las opiniones, pero pienso que no debemos mantener frente a ellos una actitud de desconfianza.

No les apliquemos, por favor, la intransigencia que a veces les atribuimos.

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