_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Enfriamiento global en la 'nueva economía'

Joaquín Estefanía

Desde finales de la década de los setenta, durante la segunda crisis del petróleo, no había ocurrido algo parecido: los tres grandes bloques económicos (Estados Unidos, Europa, Japón) se encuentran en una coyuntura económica de enfriamiento simultáneo. Enfriamiento global, se dice hoy. La riqueza conjunta de estos tres bloques es muy superior a la del resto del mundo, aunque su población sea claramente inferior. Los conceptos que se utilizaban entonces para describir la situación (estanflación: estancamiento con inflación) son diferentes de los de ahora (crisis de la nueva economía: etapa que hacía compatible el fuerte crecimiento con el equilibrio macroeconómico, baja inflación, pleno empleo, cuentas públicas equilibradas), pero en buena parte significan lo mismo.

Más información
El desplome de los valores tecnológicos arrastra a las Bolsas a mínimos anuales
Las bolsas se hunden ante el temor de que se agudice la crisis
Intel despedirá a 4.000 personas pese a duplicar sus beneficios en el segundo trimestre

Durante el verano, los medios de comunicación han emborrachado a los ciudadanos con datos económicos muy contradictorios. Un día se decía que Alemania, la locomotora europea, estaba parada; al siguiente, que los inversores alemanes, pese a todo, eran optimistas. Otro, que la productividad en Estados Unidos seguía siendo alta; y más allá, que la economía americana estaba al borde de la recesión, no obstante lo cual los analistas (bastante deteriorados, por otra parte, en su credibilidad) mantenían el aliento: lo peor ha pasado. Un día nos despertábamos crepitando porque Argentina había conseguido el apoyo del Fondo Monetario Internacional y evitaba la quiebra del país..., debido a lo cual, y pasados los primeros momentos, las bolsas bajaban por enésima vez y los sindicatos y piqueteros se manifestaban en contra de las condiciones impuestas por el FMI y aprobadas por el Gobierno de De la Rúa (déficit cero, como en Europa o Estados Unidos). The Economist habla en su portada de recesión, pero el presidente de Cisco Systems, una de las empresas paradigmáticas de la nueva economía, declara que se ve la luz del final del túnel.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Se trata, pues, de encontrar el vector dominante entre todas esas noticias para conocer el camino que recorremos. ¿Sufre la economía un frenazo mundial, liderada por Estados Unidos (que ha pasado en poco más de un año de crecer al 5% a un mísero 0,2% en el segundo trimestre del año), y va hacia la recesión, o estamos saliendo ya del crecimiento cero y esta crisis ha sido sólo un pequeño paréntesis en el esplendor de la última década? Es la duda de Clemenceau cuando decía solemnemente: 'Poincaré lo sabe todo y no entiende nada; Briand no sabe nada y lo entiende todo'. ¿Quiénes somos: Poincaré o Briand?

Si expurgamos esas cifras, nos daremos cuenta de que la mayor parte de las de naturaleza positiva (excepto la baja de los tipos de interés de la Reserva Federal o del Banco Central Europeo, aunque también éstas son contradictorias, pues las bajadas se podían haber producido antes o con mayor intensidad) se pueden calificar de psicológicas (el humor de los consumidores o de los empresarios) o virtuales (los precios no suben mucho), mientras que las negativas tienen mucho más que ver con la vida cotidiana de los ciudadanos: caen los márgenes de muchas empresas, otras advierten que van a obtener en el futuro inmediato menos beneficios de los previstos (profit warning), otras más anuncian que se convertirán en sociedades sin fábricas (la francesa Alcatel, lo cual es otra paradoja) y, sobre todo, se anuncia una cascada de despidos masivos en las empresas más representativas de nuestro tiempo, las tecnológicas y las de telecomunicaciones. Las razones sociales de estas empresas son las más señeras: Lucent, Motorola, Nortel, NTT, Fujitsu, Alcatel, Ericsson, ABB, Cisco, Intel, IBM, Nokia, Philips, British Telecom, France Télécom, Sonera, Cap Gemini, Hitachi, Toshiba, Opel, etcétera, etcétera.

Si la nueva economía es aquella que, basada en la revolución tecnológica y en la sociedad del conocimiento, se caracteriza por el fuerte y constante crecimiento, acompañada del equilibrio macroeconómico, ¿qué queda de ella? Veamos: la afirmación de que los ciclos económicos habían muerto ha quedado desmentida. La de que la inversión en tecnologías de la información era a prueba de recesiones, también. El hecho de que los beneficios empresariales seguirían aumentando con rapidez en los próximos años es un mito. La situación de la Bolsa, y dentro de ella la de las compañías relacionadas con las nuevas tecnologías y las comunicaciones, ya se conoce exhaustivamente y se habla, creo que exageradamente, del derrumbre del capitalismo popular. Por último, hay una gran discusión sobre si la inversión en tecnologías de la información hace aumentar de forma lineal la productividad, o si los crecimientos de ésta en los últimos tiempos tenían más que ver con galopar en la parte alta del ciclo. No hay una respuesta contundente, excepto la de interrogarnos acerca de si también existen los ciclos de productividad.

Todo ello nos lleva ya a algunas conclusiones: la primera, que la recuperación no se va a producir en este segundo semestre del año. Es más, las perspectivas de los organismos internacionales tienden, conforme se actualizan, a la baja. La segunda, que, al contrario de lo que predicaban los postulados de la nueva economía, la coyuntura se está sosteniendo -en lo que se sostiene- en base al consumo de los ciudadanos y no de la inversión, que está en caída libre (la producción industrial del G-7, en los últimos meses, es decreciente). Por último, que el efecto contagio de las crisis es muy fuerte y afecta a los países emergentes, carentes de entradas de capital (en las situaciones comprometidas se refugian en la calidad), y no digamos al Tercer Mundo y a los países más pobres. Del mismo modo que la globalización contagia algunos de sus efectos positivos, actúa como un virus que propaga las infecciones económicas a todo el planeta.

Una vez que se determine cuál es ese vector dominante, la pregunta es si las políticas económicas van a estimular a partir de ahora el crecimiento o el rigor económico. En Europa, los principales países van a tener a finales del año en curso

un déficit público superior al previsto (y en algunos casos, superior al del año 2000), lo que pone en cuestión el pacto de estabilidad y los criterios de convergencia del Tratado de Maastrich (España es el Quijote y tiene programado, mientras no lo rectifiquen los próximos Presupuestos, una situación de superávit del 0,2% del PIB). Estados Unidos, por su parte, va a pasar del superávit público que dejó Clinton al déficit de Bush, pese a lo cual el presidente ha iniciado la devolución de impuestos que prometió en la campaña electoral. Para financiar los gastos militares, seguramente va a tener que echar mano del superávit de la Seguridad Social. ¿Volveremos al keynesianismo de derechas que tanto gustaba a Ronald Reagan? Japón, inmerso en la cuarta recesión en una década, se debate entre aplicar las reformas siempre aplazadas (fiscal, financiera, laboral) con las que Koizumi se hizo con el Gobierno -lo que a corto plazo puede llevar a más paro, deflación y recesión- o implantar el enésimo plan keynesiano de expansión de la demanda.

Éstas son las respuestas que se están dando. ¿Cuánto tiempo más va a durar el empuje del consumo si los ciudadanos padecen el final del efecto riqueza y sufren fuertes pérdidas en las bolsas de valores, y si continúan las brutales reducciones de empleo colectivas en las empresas? Si los ciudadanos y las familias dejan de consumir, caerá la demanda interna, se reducirán aún más los beneficios empresariales y crecerá el paro. No hay muchas razones para el optimismo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_