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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

EL CASTILLO DE SADE, NUEVO DISEÑO DE PIERRE CARDIN

El modisto francés ha comprado las ruinas del Lacoste, donde vivió el autor de Justine y lo convertirá en un centro cultural. Los herederos del marqués han hecho de su nombre una firma registrada

La compra por parte del modista Pierre Cardin de las ruinas del castillo de Lacoste ha despertado cierta expectación no tanto por su nombre, que evoca la de la marca de los célebres polos deportivos con el cocodrilito en la tetilla izquierda, sino por el de quien fuera su último propietario cuando todavía estaba habitable a finales del siglo XVIII: Donatien Alphonse François, conde de Sade, más conocido por su nombre de pluma de marqués de Sade.

Lacoste es un pueblecito de 417 habitantes situado en una de las faldas de las montañas de Luberon, entre la Vaucluse y la Provenza, -cerca de los pueblos de René Char, de Jean Giono o de Albert Camus- que dormita bajo la sombra de las ruinas del citado castillo que tan siniestra celebridad adquirió en manos de aquel maléfico señor, que fue su dueño desde que su padre se lo otorgó como dote por su matrimonio, lo habitó de cuando en cuando y lo hizo escenario de sus fiestas, de sus orgías y desenfrenos, de sus representaciones de teatro aficionado, de sus momentos felices (o crueles) y de refugio a veces contra la persecución de la justicia.

Así las cosas, se fue convirtiendo con el paso del tiempo en escenario de múltiples leyendas de todo tipo, algunos campesinos protestaron ante él en vida del marqués por el secuestro de sus hijas, la policía lo registró a fondo cuando el marqués fue encarcelado definitivamente en busca de huellas de sus hipotéticas orgías y hasta se desecó un estanque cercano donde se suponía que podía haber restos humanos de pretendidas sesiones de tortura y asesinato de las que se le acusaron. Pena perdida, pues ya está fehacientemente demostrado que los mayores delitos del marqués sólo estuvieron -salvo las sevicias a Rose Keller y haber drogado a cuatro prostitutas, lo que hoy sólo le hubiera costado alguna multa y dos o tres años de cárcel según su biógrafo Jean-Jacques Pauvert- en su imaginación, esto es en su escritura.

Su fama de libertino, la persecución de una suegra implacable y sobre todo su pensamiento, le llevaron a ser condenado en rebeldía a muerte por un tribunal provincial y a ser encerrado el final por designio real, de donde le sacó la Revolución de 1789, que le proporcionó diez años de libertad durante los cuales publicó la mayor parte de su obra, lo que le volvió a llevar a la cárcel final de Charenton, donde falleció.

Durante la citada revolución, los campesinos destruyeron las almenas y la parte superior del castillo, que el marqués tuvo que malvender cuando ya estaba arruinado; nadie lo restauró, se derrumbaron casi todos las techumbres y cubiertas y se fue deteriorando hasta la ruina casi final.

Cuando lo visité, hacia 1988 -yo estaba preparando una biografía novelada del marqués-, las ruinas pertenecían a un profesor de inglés, André Bouer, quien lo estaba reparando muy despacito con la ayuda de jóvenes estudiantes y voluntarios benévolos que venían de todo el mundo atraídos por la fama del lugar y cuya viuda lo ha vendido a Pierre Cardin por un millón de francos (algo más de 25 millones de pesetas), quien se dispone a restaurarlo del todo y lo está convirtiendo en un centro cultural como es debido.

Ha organizado unas fiestas sadianas, conciertos (Tristán e Iseo, para empezar) y un premio literario, mientras el pueblo empieza a levantar cabeza: ya hay un comercio (Sade retro), restaurantes, recetas gastronómicas (ensalada Sade y otra Justina, champaña y vino del Marqués de Sade, apelación controlada Cotes du Ventoux, y otras lindezas por el estilo.

Mientras tanto, el último heredero de la dinastía, el conde Xavier de Sade (79 años, 5 hijos, 25 nietos), la ha reconocido hace tiempo y hasta explota hoy esta filiación que sus ancestros habían ocultado, ha abierto sus archivos a historiadores e investigadores, permite su publicación y ha registrado su nombre como una marca industrial propia. Ha ganado todos los procesos, y hasta ha conseguido que la célebre obra de Peter Weiss Marat-Sade, se llame ahora Marat-X, porque -dice- 'ambos personajes nunca llegaron a conocerse'. Elemental. Sade no se vende mucho, aunque 35.000 ejemplares de cada uno de sus tres volúmenes en La Pléyade no es moco de pavo, y la familia cobra derechos de todo lo que se fabrique y venda utilizando el nombre de su ilustre antepasado, como perfumes, cosméticos y ropa, aunque no la interior de señoras, para lo que no han dado permiso, estaría bueno. Sí, al parecer Sade no vende, y si no, que se lo pregunten a la benemérita editorial Tusquets; pero hace vender, de eso sí soy testigo.

El diseñador francés Pierre Cardin.
El diseñador francés Pierre Cardin.REUTERS

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