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Tribuna:EL ESTADO DE LA COMUNIDAD
Tribuna
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La reforma del Estatuto de Autonomía

Según una leyenda ática, Procusto asaltaba a los caminantes y les hacía sufrir un horrible suplicio: los tendía en su cama y trataba de hacer coincidir su tamaño con la longitud del lecho, mediante cortes y estiramientos de las víctimas. Aunque, según la mitología, Teseo terminó con Procusto, la historia nos demuestra que el hijo de Egeo no consiguió acabar con su especie. Para muchos sigue siendo mejor encerrarse en su mundo que abrir los ojos a la realidad que cambia. En la política democrática desembocan distintas lealtades. Lealtad con las ideas, lealtad con las instituciones, lealtad con los electores y hasta lealtad con quien, tras vencernos en las urnas, ejerce el gobierno. Pero, para los reformistas, hay una lealtad que, por encima de todas las demás, debe guiar siempre el trabajo del político: la lealtad con la realidad. No estoy hablando de una compañía cómoda porque la realidad suele ser la primera en delatar nuestras equivocaciones; la que nos obliga a un proceso permanente de cambio y adaptación. La coherencia más exigible no es la que ha de existir entre un político y sus creencias, sino la que debiera existir entre sus ideas y la realidad.

En el último debate sobre el estado de la Comunidad Autónoma, el presidente Chaves ha lanzado una propuesta de consenso para la reforma del Estatuto de Autonomía. Días antes, el presidente del Tribunal Constitucional había hablado de una cultura de cambio de la Constitución, censurando esa forma de mirarla como si de un texto sagrado se tratara. Resulta significativo que los americanos, que en historia democrática nos llevan algunos cuerpos de ventaja, invoquen Enmiendas para hacer valer sus derechos constitucionales. Nada hay, por tanto, de herético en pedir reformas en las leyes fundamentales, puesto que, si los tiempos cambian y cambian las formas de vida, es natural que los principios rectores de nuestra convivencia se adapten a esos cambios. Las constituciones son singulares dentro de la estructura legal de un país, no porque no puedan ser modificadas, sino porque, para serlo, exigen procedimientos y garantías solo practicables a partir de amplios consensos. La misma complicidad social que hizo nacer una ley fundamental es exigible para cambiarla. De ahí que el presidente Chaves haya pedido no tanto un cambio concreto sino un consenso para reformar el Estatuto.

¿Y por qué ahora una reforma del Estatuto? Sencillamente porque la realidad política, económica y social de hoy tiene muy poco que ver con la que había cuando fue redactado. Veamos: En la actualidad, una decisión del Banco Central Europeo puede tener mayor repercusión en el bienestar colectivo de los andaluces que la ejecución de todo el presupuesto de la Junta de Andalucía; un acuerdo del Consejo de Ministros de Agricultura, o de Pesca, o de Economía y Finanzas, de la UE puede trascender más al bolsillo de los andaluces que el conjunto de leyes que aprueba el Parlamento andaluz en un año; un acuerdo en la OMC puede abrir y cerrar más puertas a nuestra capacidad productiva de lo que sería capaz de hacer un buen, o mal, gobierno andaluz. Pues bien, hace veinte años, no existía el BCE, tampoco la OMC, y en los consejos de ministros europeos no había silla para España. Las cosas, pues, han cambiado sustancialmente en estos dos decenios; lo cual obliga a preguntar si la voluntad del pueblo andaluz, sus posibilidades de autogobierno, puede seguir expresándose de la misma forma, con los mismos medios y cauces, que se previeron en el origen de nuestra autonomía.

La cumbre de Niza ha convocado una conferencia intergubernamental para 2004, cuyo objetivo básico es articular de nuevo las competencias entre la UE, los Estados miembros y, para el caso de países como el nuestro de estructura federal, las regiones. Andalucía no puede estar ausente de este proceso, ni en la fase de la formulación de propuestas y alternativas, ni, antes aun, en la formación de la voluntad del gobierno español. De ahí la importancia de forjar, desde ahora, un amplio consenso sobre cuál ha de ser el papel de la Europa ampliada, el de España y el de Andalucía en un mundo globalizado, y de cuáles han de ser las instituciones más adecuadas y la coordinación más eficaz entre ellas para conseguirlo. Todo esto, entiendo, está en el origen de la propuesta que hizo el presidente Chaves para abordar la segunda modernización de Andalucía, mediante la reforma del Estatuto. Es una propuesta abierta y, por eso mismo, habrá tentaciones, lo sé, de utilizarla para volver a debates que fueron cerrados con el consenso. Habrá, también, quienes crean que la penitencia por su falta de compromiso histórico con la autonomía andaluza les obliga ahora a convertirse en los más celosos defensores de la intangibilidad del Estatuto. Y habrá, por qué no, quienes traten de hacer de esta cuestión un motivo de enfrentamiento. De nada de esto se trata. Sí, en cambio, de hacer que la nueva realidad en la que vivimos hoy los andaluces se vea reflejada por nuestras leyes fundamentales. Este es el sentido más cabal de la reforma. Dice un viejo proverbio eslavo: 'Este es el cuchillo de mi abuelo; mi padre le cambió el mango y yo le he cambiado la hoja'. Dicho de otra forma: Sólo adaptándolo a la realidad actual, nuestro Estatuto de Autonomía seguirá siendo el mismo por el que luchamos el 28 de febrero de 1980.

José Antonio Griñán Martínez es diputado a Cortes por el PSOE.

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