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Reportaje:RAÍCES

El pensamiento rescatado

El regreso de los restos de Pedro Antonio de Alarcón a Granada vuelve a poner al descubierto su creación

Cuenta la leyenda que un día, Pedro Antonio de Alarcón, entonces un joven escritor en ciernes que se encontró con la oposición de su familia para seguir su vocación creadora, decidió en un ataque de ira abandonar su casa y su ciudad natal, Guadix, a la que prometió no regresar jamás. A la salida del pueblo, se quitó los zapatos y se sacudió el polvo para no llevarse ni el más mínimo recuerdo de su gente. Mucho tiempo después, a las puertas de la muerte, y ya escritor consagrado, dictó como última voluntad que se le enterrase en tumba anónima y sin ceremonias. Desde entonces, tan olvidada como él quedó su obra. Hasta ahora, 110 años más tarde, en que Guadix ha rescatado su cuerpo para darle sepultura cerca de donde nació. Con él también pretende rescatar su pensamiento.

Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Guadix, después de meses de gestiones, localizó la tumba anónima del escritor granadino, desenterró su cadáver y lo trasladó, con toda clase de pompa, hasta su tierra natal. Exhibió su ataúd y sometió sus huesos a un proceso de restauración. Ahora, al autor de El sombrero de tres picos le aguardan un panteón. Pero, sin duda, más allá de la pura anécdota, queda la iniciativa de crear un Centro de Estudios Alarconianos dedicado a custodiar sus documentos y facilitar el conocimiento de su obra, una obra que hoy plantea una incógnita: ¿Cuál es la trascendencia, hoy, de Pedro Antonio de Alarcón?

'No cabe duda de que Pedro Antonio de Alarcón es el mejor narrador, a distancia corta, del siglo XIX', explica otro escritor de Guadix, Antonio Enrique, uno de los que más han estudiado su obra en profundidad. 'A medida que sus novelas han ido bajando en consideración, han ido subiendo sus relatos cortos. Un ejemplo de ellos es El mejor amigo de la muerte, sin duda uno de los mejores cuentos del siglo pasado'.

Pedro Antonio de Alarcón, famoso hoy en Granada no por sus escritos, sino por haber dado nombre a la calle que capitaneó durante años la movida, fue en su día el gran dios de la literatura española, tan sólo ensombrecido por Benito Pérez Galdós. Sus obras, en su mayoría de corte folletinesco, alcanzaban una difusión de 15.000 o 20.000 ejemplares en una España de después de mediados del siglo XIX que era en su mayoría analfabeta. Era escritor de amplísima popularidad y mal carácter cuyo pensamiento se fue volviendo conservador hasta los extremos al tiempo que envejecía. Un libro, Diario de un testigo de la Guerra de África, que hoy sería considerado cuando menos xenófobo y políticamente incorrecto, sirvió en su momento para que la gente conociera el horror que vivían las tropas españolas en Marruecos. Fue su lanzamiento a la fama. Luego llegarían El niño de la bola o el Sombrero de tres picos, que inspiraría a la obra de Manuel de Falla, terminaron por encumbrarlo.

'Pedro Antonio de Alarcón tenía magia; su manera de escribir despertaba inmediatamente la atención', afirma Enrique. 'Enganchaba desde la primera frase: era un narrador puro'.

Hoy sus obras son difíciles de encontrar. Pueden encontrarse en ferias de libros antiguos y de ocasión. Pero poseen ese regusto del siglo XIX, de la 'nostalgia del terruño', como explica Antonio Enrique en torno a obras como El niño de la bola, en el que despertaba un incipiente nacionalismo.

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'Hay que tener en cuenta que, en su momento, Pedro Antonio de Alarcón era una eminencia en el país', dice por su lado Miguel Ruiz de Almodóvar, descendiente de Gabriel Ruiz de Almodóvar, granadino que fue a visitarlo poco antes de su muerte a Madrid y cuyo hermano José pintó varios retratos del escritor, con quien mantenía amistad. 'Era alguien que plasmaba el pensamiento de la época'.

El escritor, pese a su creciente catolicismo -que le valió el aumento en sus ventas- también supo narrar dramas que hasta hace muy pocos años, aún estaban vigentes, como La pródiga, obra sobre la lucha de una mujer que defiende su libertad a ultranza frente a las maledicencias de un pueblo granadino, o El escándalo. Tan sólo sería sobrepasado por Pérez Galdós o Vicente Blasco-Ibáñez, lo que da medida de la altura que tenía entonces.

Por algún hecho que le afectó hondamente en lo personal, y que aún hoy es desconocido, De Alarcón decidió retirarse de la escritura en los últimos años de su vida. Se enclaustró en Valdemoro, en la provincia de Madrid. Luego, poco antes de fallecer, pidió ser enterrado en una fosa común como promesa y penitencia. 'No hay manera de saber por qué fue eso', dice Antonio Enrique. Los albaceas no llegaron a cumplir del todo su voluntad: lo enterraron en una tumba anónima, sí, aunque numerada, lo que facilitó encontrar su cuerpo hace unos meses, 110 años después de su muerte, en 1891. Ahora reposará en Guadix y bajo el polvo de Guadix. Eso sí: tal vez sirva para que sus libros respiren de nuevo.

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