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Jovellanos, el patriota

A Jovellanos le sucede lo mismo que a Mayans: no tiene ninguna obra digna de leerse. Entiéndanme: ningún libro de interés amplio y general, cuya lectura produzca de inmediato curiosidad en el lector. Más bien los trabajos que nos han llegado adolecen de ese interés de seducción que tanto caracterizó a la ilustración, y sus obras -aunque ciertamente sugerentes para los eruditos- resultan, en fin, plúmbeas y tediosas. Desde el Discurso académico en la Real Academia de la Historia hasta sus Dos diálogos sobre crítica económica, pasando por el Elogio a Carlos III y su Elogio fúnebre del Marqués de los Llanos de Alguazas, todo es excesivamente circunstancial, excesivamente teñido del acartonamiento del siglo XVIII español (que, como se sabe, llevaba al menos un siglo de retraso respecto a Europa). Incluso sus tan socorridos Diarios rebosan de insignificancias, y tan sólo los muy interesados pueden engullir sin consecuencias enumeraciones de este tipo: 'Día 12. Salida de Astillero: paso del barco y detención por extravío; arribo a La Cavada, con gran calor; absoluta carencia de toda comodidad; recurso al comandante y al comisario don Bernardino Corvera; se hallaron dos casas privadas; vimos el establecimiento; fundían en el reverbero, bombas, granadas y caños para los conductos de Aranjuez; vino orden para otros cuatrocientos; está ajustado el porte a 14 reales arroba, y tiene cada uno de 26 arriba (calcúlese)'.

Calcúlese, en efecto: lo mismo durante centenares de páginas. Los famosos Diarios de Jovellanos, aunque presentan fragmentos de cierto interés, contienen desgraciadamente millones de trivialidades. Como era, por otra parte, de esperar en un diario personal. Jovellanos, por el motivo que fuera, quizá debido a su vida complicada y azarosa, quizá a que sus profundas convicciones católicas le impedían vencer los prejuicios de escribir una obra que forzosamente había de ser polémica para poder ser ilustrada (como Montesquieu con sus Cartas persas y su Espíritu de las leyes), nunca fue, en su ilustración, más allá del gesto íntimo y personal. En este sentido, hacía falta una detallada biografía (al estilo de la de Georges Demerson sobre Meléndez Valdés o la de Carmen Martín Gaite sobre Macanaz) que explicase, que justificase a los lectores curiosos el por qué de la fama de Gaspar Melchor de Jove Llanos.

Este parece haber sido el propósito del profesor emérito de la Universidad de Salamanca, Manuel Fernández Álvarez, con su reciente libro titulado Jovellanos, el patriota. El profesor Fernández Álvarez nos explica en el prólogo dónde radica a su entender la grandeza del sabio asturiano: 'Para mí la cosa está clara: en su patriotismo'. Patriotismo por preferir la prisión antes que ser liberado por los ingleses, enemigos de Carlos IV (que le había encarcelado) y de su patria; patriotismo por preferir unirse a sus perseguidores (patriotas liberales y tradicionalistas) que a sus amigos colaboracionistas afrancesados (Meléndez Valdés, Cabarrús, Moratín, el mismo Goya); patriotismo, en suma, porque 'fue un patriota grande de la patria chica. Y, cuando fue preciso, supo ser patriota excelso de la patria grande'. Esta es la filosofía que destila por todas sus páginas el libro del profesor Fernández Álvarez: Jovellanos es un ejemplo, no precisamente como ilustrado, sino como patriota. Como excelso patriota de la Madre Patria, 'y ese espíritu no puede morir'.

De este modo, el profesor Fernández Álvarez, académico de la Real Academia de la Historia, nos muestra con sumo agrado un Jovellanos que prefiere para su patria lo autóctono aunque sea reaccionario (y así resultó: Fernando VII), antes que lo extranjero. En cambio, sobre el triste exilio de los amigos de Jovellanos (sus únicos amigos, hélas!), Fernández Álvarez dedica poca o ninguna atención. Quizá porque, a su modo de ver las cosas, por ser afrancesados no eran patriotas. En cualquier caso, el libro de Fernández Álvarez es interesante ya que define con rotundidad el principal interés de la figura de Jovellanos, que es, repito, su patriotismo español ('patriota ejemplar'). Por tanto, como personaje de la ilustración ('la figura más noble que engendró la ilustración española' en palabras de Julián Marías) se podría decir, para fijar los conceptos, que resulta tan significante en el panorama europeo como lo son sus Diarios en el contexto literario universal.

Incluso, en cierto modo, sorprende que Jovellanos, 'la figura más noble de la ilustración española', fuese tan poco ilustrado. Ya me entienden. Como escribía Feijoo, da la sensación que 'todos nos dan quid pro quo, esto es, la opinión en vez de la verdad, y todas las curas que hacen de la ignoracia de los hombres son puramente paliativas'. Porque el uso político que desde antiguo se viene haciendo de la figura de Jovellanos como prototipo del ilustrado español es enorme. Jovellanos es el arma arrojadiza (a veces también, ¡ay!, Mayans: por cierto, ¿alguien sabe algo de nuestro Museo de la Ilustración?) con que algunos patriotas intentan paliar la vergüenza de la reciente historia de España. Pero como suele ocurrir dan la opinión en vez de la verdad. Y, ya se sabe, pocas veces la opinión es desinteresada, o lo que es lo mismo, claro, ilustrada.

Martí Domínguez es escritor.

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