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Tribuna:DEBATE | La eutanasia activa
Tribuna
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Un derecho de libertad

La eutanasia voluntaria -y subráyese lo de voluntaria- es sencillamente un derecho humano. Un derecho humano de la primera generación de derechos humanos, un derecho de libertad. Un derecho que se inscribe en el contexto de una sociedad secularizada y pluralista en la que se respetan las distintas opciones personales. El núcleo de la cuestión es que cada cual pueda decidir por sí mismo, desde su plena capacidad jurídica y mental, o, en su defecto, a través de un previo testamento vital, cuándo quiere y cuándo no quiere seguir viviendo.

El tema no es nuevo. Lo nuevo es hoy un amplio clamor social, resultado de una mayor conciencia de los derechos del enfermo, de un envejecimiento de la población y de que la misma medicina es capaz de prolongar la vida humana en condiciones muy poco humanas. Ello es que la vida no es un valor absoluto; la vida debe ligarse con calidad de vida, y, cuando esta calidad se degrada más allá de ciertos límites, uno tiene el derecho a 'dimitir'. En España, las últimas encuestas del CIS dan como resultado que casi un 70% de la población es partidaria de despenalizar la eutanasia activa cuando el paciente lo haya solicitado reiteradamente por sufrir alguna enfermedad irreversible con padecimientos insoportables.

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Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia voluntaria que con los adelantos de la medicina paliativa y del tratamiento del dolor el tema ya está resuelto. A esto hay que contestar que, en primer lugar, bienvenida sea la medicina paliativa y el tratamiento del dolor, pero que desgraciadamente queda mucho camino por recorrer en esta dirección, y que en todo caso la última palabra y la última voluntad le corresponden al enfermo. Además, la experiencia y las estadísticas confirman que en las peticiones de eutanasia, mucho más que el dolor físico cuenta el sentimiento de que uno ha perdido la dignidad humana. En rigor, cuidados paliativos y eutanasia no sólo no se oponen, sino que son complementarios. No debe haber eutanasia sin previos cuidados paliativos, ni cuidados paliativos sin posibilidad de eutanasia. Más aún, si el enfermo supiese que tiene siempre abierta la posibilidad de salirse voluntariamente de la vida, las peticiones de eutanasia disminuirían. Porque esta 'puerta abierta' produciría un paradójico efecto tranquilizador: uno sabría que, al llegar a ciertos límites, el horror puede detenerse.

En la actualidad existe todavía mucha confusión sobre qué clases de eutanasia existen y cuáles son admisibles legalmente. La deontología médica reconoce ya el principio del 'doble efecto' (acortamiento de la vida por aplicar medidas adecuadas), y aconseja tener en cuenta la voluntad del enfermo. Cada vez está más claro que la llamada eutanasia pasiva no es más que práctica médica adecuada. Ahora bien, conviene entender de una vez -en contra de las voces demagógicas que plantean la cuestión en blanco y negro- que, en las situaciones de eutanasia activa, la alternativa no es entre vida y muerte, sino entre dos clases de muerte: una rápida y dulce, y otra lenta y degradante. Por otra parte, allí donde hay transparencia informativa -caso de Holanda- es donde menos abusos se producen. Desgraciadamente, en cambio, un gran silencio cubre todavía la práctica de las eutanasias clandestinas y no voluntarias en la mayoría de los países. En España sería muy conveniente, a ese respecto, una verdadera encuesta (libre y sin coacciones) entre médicos y personal sanitario.

Todo el mundo dice querer respetar la dignidad y la autonomía de los enfermos. Hay incluso un principio de bioética que lo prescribe. Ahora bien, ¿cómo puede obligarse a un enfermo a vivir en contra de su voluntad? ¿Qué hacen con la dignidad los portavoces de la lucha ideológica contra la eutanasia? Suelen ser esos portavoces gente de la Iglesia o del Estado, herederos de quienes durante siglos han sofocado la libertad individual en nombre de alguna coartada colectiva. A uno le parece respetable que alguien rechace la eutanasia en nombre de sus creencias religiosas; lo que no es tolerable es que se quiera imponer esa determinada ideología al conjunto del cuerpo social. Nuestra sociedad es pluralista. La dignidad es un valor reconocido, pero que sólo se concreta individualmente. La vida de cada cual pertenece a cada cual, y, desde un punto de vista jurídico, debe ser superada la ficticia confrontación entre derecho a la vida y derecho a la libertad. La vida es un derecho, pero no un deber. La reciente ley de Holanda, las iniciativas en diferentes comunidades autónomas de España sobre 'voluntades anticipadas', todo apunta en una misma dirección: es hora de conceder al ser humano la plena posesión de su destino.

Salvador Pániker es filósofo, escritor y presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente.

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