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Tribuna:LA EVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS
Tribuna
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¿Quién sufre una inflación mayor, los ricos o los pobres?

El autor analiza el impacto del índice de precios al consumo en los distintos niveles de renta y concluye que los hogares más pobres no son siempre los más perjudicados.

Hay tópicos sobre cuestiones económicas que cuesta desmontar. Por ejemplo, que la inflación perjudica relativamente más a los hogares más pobres de la población. No estoy seguro de si esta creencia se da también en otros países, pero recuerdo que cuando estudiaba Económicas, hace 35 años, era de esas afirmaciones de origen desconocido pero que nadie parecía poner en duda. A la gente de izquierdas nos parecía de perlas: en épocas donde la inflación era un fenómeno más bien incontrolable, que dañara especialmente a los hogares más pobres nos daba otra razón para criticar la política económica del Gobierno.

Desde luego, para determinar quién queda más perjudicado a lo largo del tiempo habría que hablar de la evolución de las rentas y de los precios. Para el primer aspecto necesitaríamos información longitudinal tanto sobre las rentas salariales y no salariales de los individuos como sobre sus características productivas. En la actualidad, con la información disponible, poco se puede aportar a esta parte del problema. Sin embargo, qué hogares con distintos niveles de renta experimentan una mayor inflación de precios es una cuestión empírica abierta a la investigación. La idea es la siguiente. La inflación no es más que la tasa de cambio del IPC (índice de precios de consumo) que publica mensualmente el INE (Instituto Nacional de Estadística).

A medida que aumenta la renta se dedica una parte menor del presupuesto a los alimentos
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El IPC resume en un solo número la evolución de multitud de precios en la economía. ¿Cómo se consigue este resumen? Haciendo una media donde se pondera lo que le ocurre a cada bien en proporción al gasto que los hogares españoles realizan en el mismo. El INE investiga tales gastos a través de una encuesta ad hoc para una muestra representativa de unos 21.000 hogares: las EPF (encuesta de presupuestos familiares), cuyas tres últimas versiones se realizaron en 1973-1974, 1980-1981 y 1990-1991.

Pues bien, siguiendo la misma lógica, es posible construir un IPC para cada hogar individual. Después de todo, cada uno de nosotros experimenta su propia inflación: así, si el hogar a que usted pertenece dedica una parte importante de su presupuesto a los bienes cuyos precios suben más deprisa, su inflación será mayor que la oficial, que no es más que una media ponderada de las inflaciones que experimentan los 11 millones de hogares españoles. La cuestión es ¿qué tipo de hogares sufre una inflación mayor, los ricos o los pobres? La respuesta depende de dos factores.

1. Puede que los precios que los ricos pagan por un mismo bien sean distintos de los precios sufragados por los pobres. Por ejemplo, es muy posible que la calidad, digamos, de las prendas de vestir de ricos y pobres sea muy distinta. Es posible también que un bien de determinada calidad tenga un precio distinto en los establecimientos que visitan los ricos y los pobres. Lo cierto es que ni el INE ni los Institutos de Estadística de otros países investigan sistemáticamente estas diferencias. Lo que sí hacen es paliar el problema seleccionando tanto especificaciones 'estándar' de los bienes como establecimientos 'populares' o representativos de los más frecuentados por la población en cada zona geográfica. En conclusión, hoy por hoy no sabemos lo suficiente sobre este aspecto. Pero podemos seguir adelante bajo el supuesto de que la evolución de los precios de los bienes adquiridos por ricos y pobres está bien recogida por la de los precios de los productos estándar tomados en los establecimientos seleccionados por el INE.

2. Las diferencias en la inflación de ricos y pobres pueden surgir porque unos y otros tienen pautas de consumo diferentes. Por ejemplo, es un hecho bien establecido que, a medida que aumenta la renta, se dedica una parte menor del presupuesto a los alimentos. Desde este punto de vista, la clave está en si los precios de los llamados bienes de lujo -como las vacaciones, el servicio doméstico, el vestido o los bienes duraderos del hogar- suben o no más deprisa que los bienes de primera necesidad -entre los que destacan los alimentos-.

Las comparaciones internacionales sobre este asunto son difíciles de establecer. La razón es que los aspectos distributivos de la inflación interesan poco. Al parecer, la inflación es tal quebradero de cabeza para los políticos y los estadísticos oficiales que incluir en el debate a quién daña relativamente más rebasa la capacidad de aguante del sistema. De todos modos, en algunos países desarrollados para los que contamos con estudios específicos, la experiencia es muy variada. Por ejemplo, durante los años setenta, en el Reino Unido se sabe que la inflación que experimentaron los pobres fue considerablemente mayor que la de los ricos. En cambio, durante los años ochenta la inflación fue ligeramente mayor para los ricos. Estados Unidos ha atravesado períodos donde la inflación de distintos grupos demográficos es bastante similar (años setenta) o ligeramente superior para los ricos (años ochenta).

En España, que es a lo que vamos, esta cuestión ha sido estudiada sistemáticamente en un trabajo reciente que realicé junto a Eduardo Ley y Mario Izquierdo (La medición de la inflación en España. La Caixa, 1999). Los resultados son los siguientes. (I) En promedio, durante los 25 años transcurridos desde 1973 a 1998 la inflación ha sido mayor para los ricos. (II) La importancia de este sesgo no es la misma en todos los subperíodos: es muy grande durante los años setenta, muy pequeña durante los años ochenta y de nuevo mayor durante los años noventa. (III) El fenómeno es todavía más inestable en períodos cortos y, desde luego, hay años para los que la inflación ha perjudicado relativamente más a los pobres. Adviértase que estos resultados se refieren tanto a épocas donde la inflación oficial era de dos cifras como a períodos más recientes donde la inflación ha alcanzado cotas históricamente bajas.

En la coyuntura actual, según se sabe, la inflación española -aún tolerable- está superando apreciablemente la inflación de la zona euro. Con el repunte relativo de la inflación, repunta también el interés por el problema. Así, hay que celebrar la iniciativa del ICO (Instituto de Crédito Oficial), que durante los pasados 8 y 9 de marzo ha organizado una conferencia internacional sobre La inflación: un indicador clave para la política económica. La conferencia ha merecido también la atención de los máximos responsables políticos en esta materia. Así, la clausura corrió a cargo de don Rodrigo Rato, vicepresidente del Gobierno para asuntos económicos, quien disertó sobre el tema durante una hora. Lo curioso es que, en su defensa de la estabilidad de precios, el ministro Rato incluyó entre las consecuencias negativas de la inflación su carácter injusto porque afectaba negativamente de forma especial... a las capas más bajas de la población. ¡Justo lo contrario de la evidencia empírica expuesta anteriormente!

El tópico forjado durante los años sesenta en nuestro país, que solía incluirse en la batería de críticas de la izquierda, es hoy utilizado por un Gobierno de centro-derecha para justificar una política de estabilidad de precios en la que, por lo demás, están básicamente de acuerdo las restantes fuerzas políticas y la opinión pública. De hecho, recuerdo que en su visita a la Carlos III a principios de los años noventa, don Felipe González volvió a citar el tópico con aprobación en defensa de la misma política de estabilidad monetaria.

Bien está que en política arrimemos -dentro de un orden- el ascua a nuestra sardina. Pero lo que es más sorprendente es la insistencia en el tópico, siempre al servicio del mismo fin, en la intervención de don José Luis Malo de Molina, director general del Banco de España. Debemos presumir que, para un alto cargo del Banco Central de cualquier país, la defensa sin tregua de la estabilidad de precios está incluida en el sueldo. Pero para ello no es necesario dar pábulo públicamente a un tópico superado por los resultados de una investigación que el Servicio de Estudios del Banco de España debe conocer. Lo dicho: en una sociedad tan bienpensante como la nuestra, tópicos de esta índole tienden a mantenerse más allá de la evidencia.

Maravilla que un país como el nuestro haya entrado en el club de los que han cedido en otros terrenos para mantener la inflación estrechamente controlada. Para justificar ese objetivo social no es importante si la evolución de los precios perjudica relativamente más a los ricos que a los pobres. Ahora bien, por tratarse de un aspecto relativo, las asimetrías de la inflación por niveles de renta van a estar siempre con nosotros aunque las tasas de inflación se mantengan en los bajos niveles actuales. Hoy por hoy, sería improcedente solicitar del INE el seguimiento de los aspectos distributivos de la inflación. Pero, en mi opinión, es deseable que el Instituto mantenga su acreditada política de transparencia en la difusión de las EPF para que otros podamos continuar investigando este asunto. No sea que mañana la inflación sí que acabe por perjudicar a los hogares más pobres. Pero, aun si las cosas siguen como hasta ahora, igual deberíamos preguntarnos si tiene sentido indexar la economía de acuerdo con el IPC oficial cualesquiera que sean en cada momento las consecuencias distributivas de la inflación.

Javier Ruiz-Castillo. Departamento de Economía, Universidad Carlos III de Madrid.

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