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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lección pianística

La interpretativa española del siglo XXI está en marcha y uno de sus escaparates anuales más valiosos es el ciclo Los nuevos solistas, que presentan la Fundación Isaac Albéniz y las Juventudes Musicales de Madrid. Por la gran pasarela desfiló un pianista superdotado y ya prestigioso a pesar de su juventud: el tinerfeño Gustavo Díaz Jerez. Un programa muy bello, difícil y pleno de presencias españolas nos llevó desde Miroirs, de Ravel, hasta la Sonata de Bartok, 1926, pasando por Albéniz y Granados en sus cimeras Iberia y Goyescas.

Díaz Jerez hizo gala de una técnica poderosa, de un pensamiento analítico muy riguroso y de una temperatura expresiva que extrae de estas páginas maestras toda la sugestión que encierran para exponerla viva, palpitante, multicolor. El tardorromántico Granados estuvo representado por el Fandango del Candil, La maja y el ruiseñor y El pelele, mientras Albéniz sonó en el segundo cuaderno de Iberia, estrenado en San Juan de Luz en 1907, esto es, Rondeña, Almería y Triana, verdaderas joyas de la corona musical hispánica para piano.

Con gran fantasía, cuidado y variabilidad sonoras y estupendo impulso cantabile que nos permite seguir la línea melódica incluso en los pasajes de más compleja escritura, el pianista tinerfeño dio una auténtica lección pianística y musical. Que éste es uno de sus méritos: poner siempre el virtuosismo al servicio de las ideas con una fuerte carga afectiva que, sin embargo, evita cualquier exceso inspiracionista.

No menor categoría tuvieron los pentagramas de Ravel, tanto en la magia sutil y ensoñadora de Noctuelles cuanto en el garbo engallado de la Alborada del gracioso, modelo del mejor hispanismo musical que, en alguna medida, tiene algo que ver con el rítmico Pelele granadesco. Y es que el programa, casi en su integridad, hacía referencia al eje musical España-Francia, con entrada y salida hungarista: la fortísima garra de la Sonata bartokiana y el filowagneriano Mephisto-Vals, de Liszt.

Hemos escuchado otras veces a Jerez en distinto repertorio y queda claro que estamos ante un consumado intérprete de talante, o mejor dicho, de sustancia universal. El éxito fue definitivo y no faltaron propinas que renovaron la calurosa reacción de cuantos asisten a estas series dedicadas, este año, a la celebración centenaria de la Academia Marshall que fundara Granados y mantiene hoy Alicia de Larrocha, en un muy bello gesto por parte de los organizadores y patrocinadores.

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