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Reportaje:

Mi vida en la 'Mir'

El ingeniero Serguéi Avdéyev, récord mundial de permanencia en el espacio, repasa su experiencia en la estación orbital rusa, a pocos días de su desaparición

Si hay alguien que pueda hablar con conocimiento de causa de la Mir, de la larga vida (más de 15 años) y de la muerte programada e inminente (la próxima semana) de la estación orbital rusa, ése es Avdéyev, ingeniero de formación y astronauta de profesión, que ya se prepara para volar, 'ojalá que pronto', a la Estación Espacial Internacional (ISS). Ésa es la siguiente fase de una carrera espacial que él confía en que terminará poniendo un hombre en Marte este mismo siglo.

Avdéyev recibió a los corresponsales de EL PAÍS en Moscú el pasado lunes, en su apartamento de tres pisos de la Villa de los Astronautas Civiles, un complejo exclusivo que revela que, pese a las penurias por las que atraviesa la nueva Rusia, todavía se cuida a los hombres que convirtieron a la URSS en una potencia espacial capaz de rivalizar (y de superar en muchos aspectos) a Estados Unidos. Tiene esposa (periodista de Noticias de la Cosmonáutica), dos hijas (de 9 y 19 años) y una perra Laika, como la primera pasajera del Spútnik.

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A la mañana siguiente dejaba el país para sumarse al grupo de expertos que vigilará desde aviones la caída de la Mir, o de lo que quede de ella una vez que atraviese las capas densas de la atmósfera. 'Cuando estaba en la Mir', señala, 'tuve ocasión de contemplar fenómenos parecidos. Una vez que sacábamos todo el contenido de las naves de carga, se desacoplaban y se dejaban caer para que se quemasen al contacto con la atmósfera'.

Su avión tardará algún tiempo en despegar hacia el punto clave del océano Pacífico. La agonía de la Mir se alarga. Primero se habló de que se la 'ejecutaría' el 28 de febrero, pero sucesivos cálculos han retrasado la fecha hasta el jueves 22. El avión de Avdéyev no despegará hasta que no se esté seguro a qué hora se le dará el último impulso a la estación orbital, que se producirá cuando se encuentre entre los 215 y los 230 kilómetros de altitud.

'El lugar exacto del océano Pacífico en el que se hundirá', señala, 'lo calcularán los especialistas en balística, y dependerá del ritmo de descenso. No creo que haya un peligro significativo de que los restos de la Mir caigan en tierra firme'.

Avdéyev está triste porque desaparecerá la que ha sido su casa durante más de dos años, y ni siquiera le queda el consuelo de verla en un museo. Como ingeniero entiende que es imposible conservarla, porque 'no se cuenta todavía con medios técnicos para traer a la Tierra objetos tan grandes'.

Después de tres misiones en la Mir, Avdéyev piensa que la nave podría haber seguido funcionando algún tiempo sin problemas. Incluso se muestra convencido de que la cadena de percances ocurridos a partir del choque con una nave de carga en junio de 1997 no tuvo nada que ver con el estado de la nave. Sin embargo, aclara que su opinión no es sino eso, la opinión de un cosmonauta, y que la sentencia de muerte contra la Mir se ha tomado como resultado del trabajo de muchos expertos que deben saber lo que hacen.

'Considero', afirma además con pragmatismo, 'que es inevitable que todo objeto espacial termine dejando de funcionar. Tarde o temprano tiene que suceder'. Al fin y al cabo, la estación orbital muere con honor, después de triplicar su vida prevista. Era de 5 años, y cumplió 15 en febrero.

Avdéyev se niega a interpretar el fin de la Mir como una prueba de que Rusia ha dejado de ser una superpotencia espacial. Como argumento, recuerda que la astronáutica no consiste tan sólo en las naves pilotadas, sino también en la fabricación de cohetes portadores y de satélites artificiales que facilitan las comunicaciones y hasta pronosticar terremotos. 'Además', añade, 'ya hemos pasado a un nivel de cooperación internacional, y en la ISS, como en la Mir, se trabaja en conjunto. En la Mir estuvieron 104 personas, y sólo 42 eran rusas'.

Ni siquiera le preocupa si podrá conservar mucho tiempo su récord mundial de permanencia en el espacio, aunque se muere de ganas de volar a la ISS, de experimentar allí los nuevos avances en la carrera espacial. Las largas misiones tripuladas, señala, tenían una justificación: la necesidad de comprobar si el hombre podría aguantar misiones de la envergadura de un vuelo a Marte, que probablemente supondría siete meses de trayecto de ida, otros siete en el planeta rojo y siete más para retornar.

'En cuanto al trabajo en las estaciones orbitales', añade, 'nuestra experiencia ha permitido determinar que la duración óptima de las misiones es de cuatro o cuatro meses y medio, aunque, por supuesto, se puede estar más. Valeri Poliakov vivió allá arriba un año y dos meses, y yo un año y dos semanas. Pero, en general, los vuelos largos se programaron con la vista puesta en Marte'.

Marte. Una palabra mágica. Un objetivo lejano, pero alcanzable. 'Será una tarea de muchas décadas, pero yo confío en que pueda completarse en este siglo. Hay muchos problemas técnicos y humanos por medio. De abastecimiento, de condiciones de vida, de alimentación, de protección contra la radiación'. Pero hay metas más cercanas: la de la ISS, señala Avdéyev, será la de 'asimilar el espacio circunterrestre'. Más allá, habría que pensar en estaciones, bases y colonias lunares.

La gran pregunta es: ¿Para qué ha servido la Mir? 'Cada misión', afirma, 'concluía con reuniones y conferencias para responder cuál había sido la contribución a la ciencia'. Se levanta, coge de una estantería un libro de unos cinco centímetros de espesor, y dice: '¿Ven ustedes este tomo? Es un informe sobre microgravitación, sobre la mecánica de la ingravidez. La Mir ha contribuido al desarrollo de una quincena de disciplinas científicas. Ahora se trabaja en una obra como ésta en la que se resumirá lo que ha dado la nave al mundo'.

Dejando a un lado los aspectos científicos, Avdéyev cree que la Mir ha conseguido algo fundamental: 'Demostrar que hay posibilidades de vivir en el cosmos de forma prolongada'.

Avdéyev se resiste a hablar de Rusia y Estados Unidos como competidores en la carrera espacial, y destaca de los norteamericanos que aprendieron a volar al espacio de forma regular en los transbordadores, que utilizan repetidas veces. Ese avance es complementario del que desarrollaron los rusos con la construcción de un objeto espacial al que las naves de EE UU podían volar y acoplarse.

Recuerda, además, que Rusia construyó también un transbordador, el Burán, que sólo hizo un vuelo no tripulado, pero resultó demasiado caro mantenerlo al mismo tiempo que la Mir. Algo parecido ocurrió con los norteamericanos, que renunciaron a tener una estación orbital permanente. Ahora, los proyectos de uno y otro país se han unido en la ISS.

En opinión de Avdéyev, la gran contribución rusa a la Estación Espacial Internacional es la estructura misma de ésta, resultado de la experiencia de la Mir: construcción por módulos, sistemas de abastecimiento, organización de los relevos de tripulaciones, rehabilitación de los astronautas tras su regreso a la Tierra, etcétera. La 'ideología', el concepto de la construcción de estaciones de larga vida, pertenece, añade, a los científicos rusos. Y ahora se convierte en realidad con el dinero de un grupo de países: EE UU en cabeza, pero también Rusia y Europa, incluida España.

Lo que más sorprendió a Serguéi Avdéyev en su primera misión en la Mir fue que la realidad allá arriba era diferente en un 90% de lo que aprendió durante los entrenamientos, porque es imposible de reproducir en tierra. 'En la Mir, por ejemplo', señala, 'si llevas un equipo fijado con 20 tornillos, en la ingravidez bastan con dos o cuatro, ya que, en cierta medida, puede navegar libremente. Pero eso, que es normal en la Mir, no lo es en el transbordador espacial, cuya tripulación tiene que emplear más de 24 horas en fijar los equipos antes de volver a casa, por las características del descenso'.

Hay que comprender las nuevas reglas y ajustarse a ellas si se quiere evitar problemas. 'La primera ley', dice Avdéyev, 'es que, si coges algo, luego debes dejarlo en el mismo lugar y en la misma posición en que lo encontraste. No hay que corregir la ubicación de las cosas de acuerdo a costumbres terrestres que allí no tienen sentido. Hay que refrenar ese impulso. Hay que darse cuenta de que lo natural en la ingravidez es muy diferente que en la gravedad. Por ejemplo, una taza puede estar flotando inclinada y, sin embargo, su contenido no se derrama. Cuando se llevan cuatro o cinco meses en la estación, uno se acostumbra a la ingravidez, pero de todas maneras trata de mantener algunas nociones que están muy arraigadas en la mente de uno, como la de horizontal y vertical, arriba y abajo. Como decía Kuzmá Prutkov: ¿Por qué tiene el hombre la cabeza arriba y los pies abajo? Para no caminar patas arriba. Por eso, cuando comemos en la Mir, tratamos de mantener platos y cubiertos sobre la mesa, incluso fijándolos con elásticos. Y si se suelta alguno y queda flotando, instintivamente uno intenta cogerlo para ponerlo en lo que crees que era su lugar, aunque podrías dejarlo en el aire y tomarlo cuando lo necesites'.

Avdéyev nunca tuvo gripe o cualquier otra infección viral en sus dos años largos en el espacio, pero sí frecuentes resfriados. 'El aire de la estación', afirma, 'debía mezclarse, circular para que no nos asfixiásemos con el anhídrido carbónico. Por eso, los ventiladores funcionaban de forma permanente y, si tenías que trabajar mucho tiempo cerca de ellos, terminabas resfriándote'.

En cuanto a los dolores de cabeza, son inevitables, sobre todo en los dos primeros meses de cada misión. 'Para imaginarse que se encuentran en situación de ingravidez', dice el más experimentado astronauta del mundo, 'tienen que hacer el pino y estar así una hora. ¿A que les dolerá la cabeza? Eso será porque los vasos sanguíneos comenzarán a llenarse de sangre más de lo habitual. La aspirina no resuelve el problema. Sólo el tiempo ayuda. El dolor puede pasar en unos días, en semanas, o en meses, depende de cada cual, pero puede decirse que, en torno a los dos meses y medio, la adaptación puede ser ya bastante completa. Eso sí, en vuelos posteriores, el problema se supera más rápidamente, como si el cuerpo tuviese memoria'.

Además, en la ingravidez, se pierde masa ósea. Avdéyev explica que eso se debe a que, en la Tierra, con cada paso que uno da se produce una presión sobre los huesos, como un golpe que exige calcio. 'En la ingravidez, si uno no le explica a los huesos que existe una carga sobre ellos, comienzan a perder calcio y otros minerales, y se vuelven más débiles y ligeros. Pero al volver a casa, necesitaremos de nuevo que sean resistentes. Por eso, dos veces al día, los astronautas de la Mir hacíamos ejercicios destinados especialmente a evitar esa desmineralización, simulando presión sobre el cuerpo, amarrándonos al suelo con un elástico mientras corremos en una cinta, utilizando trajes especiales con elásticos internos para presionar sobre los huesos. Y también otra gimnasia para evitar problemas con los vasos sanguíneos. ¿Qué significa en definitiva la gravitación? Pues que llega más sangre a las piernas que a la cabeza. Y hay que tratar de mantener esa situación.

La comida en la Mir no era tan sintética como uno podría imaginarse viendo películas de ciencia ficción, aunque la mayoría de los productos eran concentrados y deshidratados a los que había que agregar agua para convertirlos en casi normales. Patatas, sopas, papillas, verduras, frutas, conservas de carne, pollo y pescado. Y, cada dos o tres meses, productos frescos que llegaban de la Tierra en una nave de carga.

Menos 'normal', si se piensa en cómo son las cosas en el Planeta Azul, era la forma de dormir. Sólo había dos sitios fijos y, si la tripulación era más numerosa, algunos astronautas tenían que buscarse su propia 'cama', ya fuese en una pared, en el suelo o en el techo del módulo principal o en cualquiera de los módulos auxiliares. Los puestos fijos están amarrados a la pared, son verticales, aunque eso no significa mucho en el espacio, donde se puede decidir andar por el techo y convertirlo en normal. 'O sea', precisa Avdéyev, 'que había que dormir de pie, aunque bastaba con cerrar los ojos para tener la sensación de estar acostado'.

Es muy duro, dice Avdéyev, acostumbrarse a que no hay cambio de estaciones. 'En la Tierra, en invierno, te entran ganas de esquiar y caminar por la nieve. En verano, quieres nadar. En otoño, contemplar cómo caen las hojas de los árboles o recoger setas en el bosque. En primavera, ver cómo el campo se llena de flores. Nada de eso sucede en el espacio. Y, paradójicamente, hay en ello algo positivo: ausencia de mal tiempo. Para él, los mejores momentos de sus misiones a la Mir eran las radioconferencias semanales y videoencuentros mensuales con su esposa y sus dos hijas. Y lo peor, la incertidumbre de no saber cuánto tiempo le quedaba todavía en el espacio hasta que se tomase en tierra la decisión de hacerle volver.

Avdéyev no es consciente de haber corrido nunca un riesgo serio de perder la vida en el espacio, pero recuerda dos momentos difíciles, en el transcurso de otros tantos paseos fuera de la Mir, unido tan sólo a ella por un 'cordón umbilical' que, a cielo abierto, debe parecer enormemente frágil. 'Una vez', asegura, 'debía efectuar unos trabajos en el exterior de la estación y debía pasar por un lugar en el que había numerosos aparatos pegados al casco. Tenía reservas de oxígeno, agua y baterías para ocho horas pero, de repente, se apagó la luz y dejé de oír los ventiladores de la escafandra. Resultó que uno de los aparatos contra los que rocé apagó el interruptor. No tuvo importancia pero, durante unos segundos, la sensación fue terrible'.

En otra ocasión, debía sustituir un aparato adosado al casco y que, por la acción del tiempo y los elementos, tenía las tuercas muy duras. 'No había forma de desenroscarlas', afirma Avdéyev, 'y las llaves que tenía no servían. Probaba una, y otra, y otra, y nada, mientras se me agotaba el tiempo. Perdía mucho tiempo porque, tras utilizar las llaves, debía colocarlas en sus estuches, así que decidí dejarlas a un lado, flotando en el espacio, hasta que finalmente terminé el trabajo. Entonces, toqué accidentalmente con el brazo una de las llaves, que se alejó un poco. Traté de alcanzarla, pero se volvió a alejar. Tiré del cable que me sujetaba a la nave hasta llegar al límite, mientras rozaba la llave con la punta de los dedos. Y, de pronto, sentí el peligro. Me imaginé que se me había roto el cable, y sentí que me iba alejando poco a poco, como un spútnik viviente al que aguardaba la muerte cuando se agotase el oxígeno. Afortunadamente, el cable resistió y todo terminó bien. No llegué a sentir pánico, pero sí una fuerte sensación de peligro'.

La última tripulación de la Mir. De izquierda a derecha, los rusos Sergéi Avdéyev y Víctor Afassayev, y el francés Jean-Paul Haignere.
La última tripulación de la Mir. De izquierda a derecha, los rusos Sergéi Avdéyev y Víctor Afassayev, y el francés Jean-Paul Haignere.AP

Los 'poderes' de un astronauta

Éstos son los 'poderes' de Serguéi Vasílievich Avdéyev, nacido el 1 de enero de 1956: Tres misiones en la estación orbital Mir, con 747 días, 14 horas y 12 minutos en total. Récord mundial absoluto de permanencia en el cosmos. Diez paseos espaciales, durante 42 horas y 1 minuto. Primera misión: despegue en la nave Soyuz TM15 a las 6 horas y 8 minutos del 27 de julio de 1992. Aterrizaje a las 3 horas y 48 minutos del primero de febrero de 1993. Segunda misión: despegue en la Soyuz TM22 a las 9 horas y 22 minutos del 3 de septiembre de 1995. Aterrizaje a las 19 horas y 42 minutos del 29 de febrero de 1996. Tercera misión: despegue en la Soyuz TM28 a las 9 horas y 43 minutos del 13 de agosto de 1998. Aterrizaje en la Soyuz TM29 a las cero horas y 34 minutos del 24 de agosto de 1999. Durante este último vuelo, mientras Avdéyev tuvo que prolongar al doble de lo previsto su estadía en órbita, hubo en Rusia tres cambios de Gobierno. Partió con Serguéi Kiriyen-ko, que cayó víctima de la crisis financiera, y volvió con Vladímir Putin, que luego saltó al Kremlin. En el camino, mientras él daba vueltas en el espacio, quedaron Yevgueni Primakov y Serguéi Stepashin.

Científicamente, es difícil determinar cuál es el momento más peligroso de misiones espaciales como las tres en las que Avdéyev ha participado, pero él, 'emocionalmente', tiene claro que lo peor es el descenso. 'Los procesos dinámicos que se viven entonces son muy intensos, diversos y rápidos', señala. 'Te habías acostumbrado a la ingravidez. La sentías como normal y, de pronto, cambia, aunque de forma gradual. Luego notas el efecto de la atmósfera, te presiona contra el asiento, sientes la carga, que se acerca la Tierra. Unos segundos después, la presión es mucho mayor, muchísimo mayor, las sobrecargas aumentan, y comienzan unos empujones y sacudidas. Y pasas por la atmósfera, ves cómo ardes, te cubres de sudor, es casi insoportable. Luego se abre el paracaídas de la cápsula. Una primera sacudida, una segunda. Te balanceas como en un columpio. Poco antes del aterrizaje, entra en acción un motor de frenado, pero aún falta el golpe fortísimo contra la tierra. Ya no pasa nada más, pero todo te pesa enormemente, hasta las gafas. Ni siquiera puedes levantar un libro con las manos'. Ésos debían ser momentos en los que Avdéyev se arrepentía de no haber seguido otro rumbo cuando terminó sus estudios como ingeniero especializado en física nuclear. Hasta la siguiente aventura. Ahora ya no podrá ser en la Mir, que está a punto de cerrar un épico ciclo en la carrera espacial. La Estación Espacial Internacional toma el relevo. Y Avdéyev quiere estar también allí. Mientras le dejen y el cuerpo aguante.

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