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La tercera revolución

Alexandre Lamfalussy, el antiguo presidente del Instituto Monetario Europeo (IME), pondrá manaña a los Quince ministros de Economía de la UE en una disyuntiva. O se adopta una decidida iniciativa, similar a la que permitió la creación del mercado único en 1992 o los planes de estabilidad para introducir el euro en 1999, o la lentitud legislativa habitual en Bruselas se encargará de que, en unos años, los mercados europeos hayan perdido definitivamente el tren. De momento, los siete sabios (Cornelius Herkströter, sueco; Bengt Ryden, holandés; Luigi Spaventa, italiano; Norbert Walter, alemán, y Nigel Wicks, británico, además de Lamfalussy, belga, y el propio Rojo) creen que, de momento, no es necesario un cambio del Tratado de la Unión, pero no lo descartan si se demuestra que en un par de años las cosas no avanzan. En ese supuesto, están incluso dispuestos a pedir la creación de una Comisión de Valores única en Europa, similar a la SEC estadounidense. De momento, confían en que las necesidades más urgentes (modernizar la directiva sobre inversiones, hacer que la financiación de las empresas a nivel europeo sea igual de fácil que en un sólo país, crear un mercado europeo abierto y transparente, y lograr una protección adecuada del inversor) se puedan alcanzar sin modificar el tratado. Para ello proponen cuatro niveles de decisión. El más revolucionario de ellos, el nivel dos, implica la creación de un comité compuesto por representantes de la Comisión y de los Estados miembros, con amplios poderes para establecer normas técnicas, y en la práctica, implementar un espacio único en los mercados de valores. Sus decisiones formarían parte de la legislación comunitaria y serían de obligado cumplimiento en toda Europa.

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Las bolsas europeas se juegan su futuro

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