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Tradiciones

JOSÉ F. DE LA SOTA"No lo toques ya más, que así es la rosa", escribía Juan Ramón Jiménez hace más de 80 años, apenas anteayer. Pero el tema sigue coleando como una lagartija en las moquetas de las editoriales, en las pantallas de televisión, en los papeles que ha de llevarse el viento, pero que, de momento, el viento no se lleva. El tema de la rosa, el de Ana Rosa, no podía ser otro, alimenta las hojas de este otoño florido de cadáveres.

Los crisantemos de la fiesta de Todos los Santos pueden ser este año, por culpa de Ana Rosa, flores de plexiglás con pétalos de poliuretano con olor a fiambre. Crisantemos copiados como cualquier novela, cualquier ensayo, cualquier poema, como cualquier columna periodística (no se fíen de nadie) plagiada, fusilada, rematada con premeditación y alevosía. De esta clase de plagios y de fusilamientos saben mucho los muertos que estos días celebramos. Ellos podrían contarnos muchas cosas, pero por lo común son gente muy discreta (igual que los vecinos de Elvis Presley que canta Calamaro) y soportan, sin lanzar un suspiro y sin pestañear, la absurda tradición que resucita al Don Juan de Zorrilla cada 2 de noviembre en los teatros. Porque las tradiciones mandan. Lo que no es tradición, decía D'Ors, viene a ser plagio. Dicho de otra manera más directa que la del viejo glosador fascista: hay que saber copiar y, sobre todo, a quién copiar. Es lo que no ha hecho el negro de Ana Rosa porque no le ha salido o porque es precisamente eso lo que quería hacer: romper la tradición y salir del armario editorial, de la taquilla de los pactos secretos, los contratos verbales incumplidos, las cuatro perras y la palmada cínica en el hombro.

Lo mejor que podríamos hacer con ciertas tradiciones, que ni siquiera son originales, es romperlas. Al cabo de 30 años, ese plagio bastardo de la naturaleza que es la muerte violenta se ha convertido entre nosotros en una dolorosa tradición por culpa de unos cuantos neanderthales seducidos por la voz ancestral del amonal. Los vascos, que nos copiamos a nosotros mismos con tanta aplicación, deberíamos aplicarnos el cuento de los japoneses (no el cuento de Ana Rosa) y empezar a copiar como es debido. Y dejarnos de Halloweens.

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