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Vacilaciones peligrosas

Todo el Occidente contemporáneo adolece de una falta de distinción entre las otrora fundamentales opciones democráticas, la izquierda y la derecha. Los oponentes franceses de Mitterand acusaban a sus compatriotas de votar más a una imagen que a un candidato, a un pictograma paternalista más que a un portador de una propuesta determinada. Las presidenciales estadounidenses se han ganado la reputación de llevar la supuesta confrontación de ideas hacia lo grotesco. ¿Qué se puede esperar, en este plano, de las primeras elecciones libres en un Kosovo carente de tradición democrática (a excepción de una corta experiencia de Estado paralelo, dentro del marco de la resistencia pacífica de los años noventa)? Básicamente, muy poco. Una plétora de partidos políticos, con programas escasamente diferenciados, y un packaging de personalidades en vez de opiniones. Eso sí, con una exigencia común, adoptada por todos los partidos sin defección: la independencia de Kosovo.La alternancia presidencial yugoslava no acarrea, ni mucho menos, cambios de envergadura que permitan una relación fluida entre los verdugos y las víctimas de hace menos de dos años. Será cosa de ingratitud humana, pero es poco probable que los kosovares acepten entrar en el paquete de regalos que la comunidad internacional parece dispuesta a ofrecer a Serbia para convencerla de mantener el rumbo actual.

El pragmatismo no deja más que dos caminos: el primero es la paciencia, en espera de que una comunidad de antiguos deportados y familiares afligidos evolucione hacia una sociedad más racional. Y hagan su elección, no sólo con determinación, sino también con la capacidad de medir el alcance de sus decisiones. La segunda solución sería encarar ya las peticiones de los kosovares, estas aspiraciones que no desaparecerán por negarnos a contemplarlas.

Con un siempre posible error de lectura de las verdaderas intenciones comunitarias, se debe constatar, una vez más, que la Europa política se arrastra detrás de los acontecimientos. Lo demuestran las declaraciones del presidente francés respecto a Kosovo (sobre la ya políticamente anticuada autonomía plus), en la reciente cumbre de la UE, en Biarritz. La falta de claridad en los objetivos deja un espacio peligroso para las interpretaciones personales de la deontología profesional, por parte de los administrativos de la ONU en Kosovo (la Unmik). Su dilema oscila entre fomentar el desarrollo político, social y económico de Kosovo, a pesar de que la población y los políticos siguen viendo todo progreso institucional en función de cuanto les acerca a la independencia; o frenar cualquier iniciativa que huela a una afirmación de la identidad territorial. Una trivialidad, como, por ejemplo, no poder exportar productos locales porque la Unmik no permite etiquetas con una denominación de origen que no comporten la mención de Yugoslavia (algo impensable en el actual estado de ánimo de los kosovares), puede tener incidencias graves en el bienestar de un país con tan escasos recursos.

Más importante de si Kosovo será independiente o no, es si será democrático o se convertirá en una fuente de resentimientos crónicos. Ahora bien, la democracia no se impone, se adopta. Para que esto ocurra, son imprescindibles una economía mínimamente viable y el libre albedrío político generalizado. Si Kosovo funciona económica y políticamente, todo es posible, desde la consolidación de las aspiraciones separatistas hasta la recuperación gradual de la convivencia interétnica, dejando un futuro despejado para puntos de vista diferentes de los actuales. Pero si Kosovo no funciona, las alternativas serían incontrolables.

La fobia a una hipotética independencia kosovar, y la obsesión por borrar toda ilusión al respecto, son un peculiar absurdo. Ni que la independencia viniera porque sí, por mucho que los albanokosovares se empeñen en reconstruir sus instituciones con referencias lancinantes al separatismo. Si ésta es una solución realizable y/o aceptable, debería ser tema de un debate abierto. Poner sobre la mesa los temores de los albanos y serbokosovares, los intereses de sus vecinos y de la comunidad internacional, evaluando lo que cada parte puede realmente aportar para asegurar la estabilidad regional a largo plazo. Sería útil recordar que el determinismo respecto a la integridad territorial de Yugoslavia ha precedido cuatro guerras, sin impedir su despiece subsecuente.

Europa no se puede permitir tener dentro de su fronteras a una comunidad desesperada. Resultaría mucho más desestabilizadora que una nación insultada porque la han cortado en su afán expansionista. Kosovo está celebrando sus primeras elecciones internacionalmente reconocidas. Hacer que sean libres y democráticas, es ya un gran reto. Un discurso provisto de una sensibilidad mínima, en el momento justo, puede evitar bombardeos u otra crianza en una pecera de sucedáneos de demócratas. La sordera política equivale a dar un empuje al radicalismo, y cerrar la puerta hacia un futuro aceptable para todos.

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Gani Jakupi es escritor y periodista kosovar.

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