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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El siglo del turista GABRIEL GALMÉS

Quizá algunos de ustedes se acuerden de cuando el Dúo Dinámico y Marisol rodaban películas en Mallorca para promocionar el turismo nacional. O quizá -que es lo más seguro- las habrán visto recientemente por la tele en el programa de La Primera de los sábados por la tarde, ése en que el inexplicable José Luis Parada reaviva sin cesar los usos y costumbres de hace 30 años. Aunque la historia del turismo en Baleares se remonta un poco más allá de todo eso. El rey Jaime I de Aragón ya fue un viajero con sentido de futuro, que viajó avant la lettre a Mallorca a hacer turismo de aventura y que acuñó frases publicitarias sobre los terrenos conquistados por las que ahora mismo una agencia moderna pagaría millones de pesetas. Después llegó el archiduque Luis Salvador de Austria, que era pariente de Sissí, y fue el primer alemán que se puso a comprar fincas como un poseso. Más tarde se creó la Sociedad para el Fomento del Turismo, dedicada en cuerpo y alma a que otros teutones pudieran seguir haciendo lo mismo sin demasiadas dificultades. Poco después, llegó Errol Flynn y luego el Dúo Dinámico con Marisol, y la isla se llenó de hoteles.Eso, la historia del turismo en Baleares, es lo que conmemora la exposición que puede visitarse hasta finales de noviembre en la Fundación La Caixa de Palma. Desde luego, el resumen que acabo de hacerles resulta bastante pobre en comparación con el montaje de Dani Freixas i Lali González, que está teniendo un éxito asombroso. Debe de ser porque a los indígenas nos aqueja una positiva tendencia por el masoquismo y nos complacemos en extasiarnos ante el espectáculo de lo que había sido y ya no es. De hecho, no son pocos los isleños que desfilan diariamente por el antiguo Gran Hotel de Domènech i Montaner, que ahora es la sede de la Fundación La Caixa, a preguntarse si es mejor ser guapos y pobres, como entonces, o feos y ricos, como ahora.

Las fotografías que pueden servir para comparar son casi todas en blanco y negro, o de esas todavía más bonitas: de las de colores desvaídos en las que todo el mundo aparece como salido de una película de marcianos. Hay una caseta de baño auténtica junto a la que pierde el tiempo apaciblemente el maniquí de un guardia civil de los de tricornio. Está la reproducción de un pasillo de hotel y una habitación entera a punto para recibir a una pareja de recién casados de los que ahora vuelven a Mallorca con el Inserso. Es una habitación algo tétrica para nuestro gusto habituado a las delicias del Rancho Southfork, de Dallas, pero entonces les debía de parecer a aquellos recién casados algo así como una de las suites en las que coincidían más o menos por la misma época Rock Hudson y Doris Day, la pareja más estrafalaria jamás creada y que, a pesar de ello, jamás puso los pies en la isla. Claro está que en aquel entonces todo era creíble, tanto esos dos como, años más tarde, John Lennon y Yoko Ono, que sí estuvieron de visita en Mallorca a prosternarse ante uno de sus maharishis en un sitio rebautizado con el nombre absurdo de Calas de Mallorca.

Como se rebautizaba todo entonces, ante la aprobación tácita o explícita de numerosos isleños que visitan ahora la exposición sacudiendo la cabeza, estupefactos como Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso. Habían comido de la manzana del árbol prohibido, pero no podemos culparles en exceso. Aquellas suecas de entonces debían de ser tan apetecibles como la manzana de la serpiente bíblica. De acuerdo en que no todas las suecas lo eran de verdad, pero la manzana tampoco era una manzana. Ahora nos lamentamos de los desaguisados cometidos y la exposición los muestra sobradamente, pero es evidente que en aquellos tiempos la gente se lo pasaba bien en Mallorca: una de las salas con más éxito es la que reproduce una boîte de hace 30 años, y hay que reconocer que aquella decoración vagamente psicodélica incitaba a pocos apetitos orgiásticos. Tanto las voraces seudosuecas como los aguerridos indígenas estaban decididos de antemano a pasárselo de miedo.

La gente ya no se divierte como antes y un grupo de alemanes que recorría la exposición se estaba preguntando seguramente por qué ellos no se lo pasaban tan bien como sus antepasados. Es un mérito de Un segle de turisme a les Balears: proponer un ejercicio de memoria a todos, visitantes y visitados, más ameno que los que propone el mencionado Parada, aunque de parecidas consecuencias: que no queda claro si tal ejercicio conduce a la autocompasión o a la autocomplacencia, pues el folleto explicativo no lo explica por ninguna parte.

Tolo Ramon
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