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Sabor a tierra JOAQUIM CARBÓ

Si existiera hoy el gremio de escritores para jóvenes, estaría de enhorabuena. Josep Vallverdú, que sería indiscutiblemente el decano, ha sido distinguido con el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes. Hace exactamente 40 años que Vallverdú inició su singladura con El venedor de peixos (1960), publicada por una minúscula, tenaz y sorprendente editorial en la que Miquel Arimany ejercía de hombre orquesta, donde con anterioridad ya había publicado algún texto que desconozco. A partir del número 6 de Cavall Fort (1962), Vallverdú no escatimó su generosa colaboración en la revista con infinidad de relatos y unas efectivas piezas de teatro breve, muy adecuadas para las representaciones escolares. Simultáneamente, empieza a producir un corpus novelístico de gran importancia que llega a su culminación con la publicación en curso de su obra completa en la Biblioteca Vallverdú (La Galera), prevista inicialmente en 14 volúmenes -el número y la importancia de otras novelas publicadas posteriormente al inicio del proyecto auguran algún volumen más- que agruparán nada menos que unos 50 títulos, entre los cuales cabe destacar algunos de los más antiguos que mantienen plena vigencia, como Trampa sota les aigües (Premi Ruyra 1963), L'home dels gats (1972), En Mir l'esquirol (1978), El fill de la pluja d'or (1984) o Rovelló, que ganó el premio Folch i Torres en 1968, y que se proyectará en la gran pantalla una vez finalice el rodaje de la película que ha de contribuir al conocimiento de las emotivas aventuras de este perro tan singular. Los temas de las novelas juveniles de Vallverdú desmienten el tópico que se atribuye al género de oportunismo, sentimentalismo o paternalismo. Nada de esto hay en unas vigorosas narraciones, sean de tema actual o histórico, que se distinguen por el combate del hombre por el dominio de un entorno hostil. Una lucha por la supervivencia que no excluye la violencia de los poderosos ni la rebeldía de los humildes, ni, naturalmente, la ternura o el recogimiento ante un paisaje íntimo o desolado, el grácil movimiento de un animal salvaje en su ambiente, el lento y fructífero crecer de las plantas o el paso de las nubes. Como se puede intuir, los temas de estas narraciones no acostumbran a ser urbanos y sorprenden al lector por el sabor a tierra, por el permanente contacto del hombre con la naturaleza, a través de la cual ha de obtener aquello que le permite sobrevivir. Vallverdú es quizá el único escritor actual que, en sus ratos de ocio, se convierte en uno más de sus personajes y se obstina en cuidar personalmente un huerto que le proporciona el placer de consumir aquello que ha obtenido con su esfuerzo. Ratos de ocio que deben escasear más de la cuenta pese a su jubilación como catedrático de instituto, ya que a su papel de escritor o traductor -entre 1961 i 1967 incorporó a La Cua de Palla las mejores obras de maestros de la serie negra como Raymond Chandler o James H. Chase-, debe unirse su labor de comentarista de actualidad en los periódicos de Lleida, de activista del libro infantil y juvenil y su permanente curiosidad por todo material escrito y humano. En este apresurado comentario para celebrar su merecido Premi d'Honor, no sería justo silenciar su obra para adultos. Los ocho volúmenes de Catalunya Visió, con fotografías del malogrado fotógrafo Ton Sirera, con quien recorrió el país de punta a punta, son una muestra de su espíritu divulgador. Otros textos como Proses de Ponent, Indíbil i Mandoni o De Morera i Galícia a Guillem Viladot son un ejemplo también de su interés por la obra de los hombres de Lleida. Si la obra de Vallverdú se ennoblece con esta distinción, creo sinceramente que su nombre ha de aumentar también el prestigio del Premi d'Honor.

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Josep Vallverdú recibe el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes
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