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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Del cielo... y de la sierra

El caso de los misteriosos trozos de hielo que han bombardeado el territorio español en los últimos días y que, según las primeras conclusiones de los estudiosos, han tenido su origen en un muy inusual fenómeno atmosférico de condensación del agua en la estratosfera, ha puesto de manifiesto, entre otras, las carencias de una sociedad supuestamente organizada. Las autoridades encargadas de velar por la seguridad de los ciudadanos se han mostrado poco interesadas en encontrar una explicación. Las aeronáuticas se han limitado a negar que los bloques procedieran del hielo formado en los aviones durante el vuelo. Las gubernativas apenas han abierto la boca.Así las cosas, emprendedores expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que se organizaron para recoger y estudiar los misteriosos meteoros han pasado a tener un protagonismo que no les correspondía. Mientras los datos de los análisis tardaban en llegar, el CSIC se aventuró a sugerir el origen extraterrestre del hielo -la hipótesis con más posibilidades, junto con la de los aviones, según un comunicado inicial de este organismo-, pero la mayoría de los especialistas negó inmediata y tajantemente que el hielo de un cometa pueda llegar sin deshelarse y sin ser detectado a la superficie terrestre. Entretanto, se multiplicaban las chanzas en forma de decenas de falsos aerolitos a lo largo de media España. Para los bromistas del lugar ha sido una ocasión caída del cielo para divertirse a cuenta del vecindario y del público en general, añadiendo a la cosecha celestial (aparentemente son nueve los fragmentos auténticos) algunos trozos de hielo sacados de sus frigoríficos o recogidos en la sierra al término de la jornada de esquí.

Especialmente penoso en todo este asunto ha sido el papel del Instituto Nacional de Meteorología, al negar desde el primer momento sus máximos responsables, de forma tan reiterada como tajante, que el fenómeno que ha sucitado la atención del país pudiera tener un origen atmosférico. Esta postura, que no se sostiene a la vista de las conclusiones del estudio avalado por el CSIC, ha demostrado una vez más que España adolece de un centro solvente de análisis meteorológico. Tanto más fundamental en la medida que los fenómenos climáticos son capaces de alterar dramáticamente la organización de sociedades cada vez más complejas y articuladas.

El divorcio de la cúpula del Instituto de Meteorología del entorno universitario científico, su ausencia en el apoyo a la investigación sobre el cambio climático, por poner un ejemplo importante, le ha llevado en el caso que nos ocupa a establecer irreales fronteras según las cuales lo que sucede más arriba de no se sabe cuántos kilómetros ya no es cosa suya, aunque se trate de aerolitos que llueven sobre nuestras cabezas.

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