_
_
_
_
_

"¿Ahora? Que nos bajen a unos marcianos"

Con la Copa colocada en el hueco del carro de equipajes destinado a los bolsos, Raúl López, base de 19 años, encabeza la laureada comitiva española a su llegada ayer a Barajas. El joven capitán de la selección júnior de baloncesto es muy consciente de lo realizado. Han ganado el Mundial. ¿Nuevos retos? "¿Ahora? lo único que nos queda es que nos bajen a unos marcianos".Puede sonar a bravata, pero vencer a Estados Unidos en baloncesto, sea cual sea la categoría, bien la merece. Y es que juegan en otra división, lo saben sus adversarios y lo saben ellos. "A la final llegaron con sus walkman, como si aquello no fuera con ellos", sonríe Carlos Cabezas, autor del triple definitivo.

Son jóvenes, ninguno supera los 20 años, acaban de pasar una de las mejores noches de su vida; no es de extrañar algo de fanfarronería. "Les hemos callado la boca", sentencia Cabezas. Más tranquilo y sosegado, mucho más tímido, el elegido como mejor jugador de la final, Juan Carlos Navarro,mira ya al futuro. ¿A la ACB? Navarro, un escolta de 1,88 metros, es de los pocos que ha dispuesto de algún minuto en la Liga española con el Barcelona: "Se debería confiar un poco más en la cantera. Espero que ahora se den cuenta de que existimos".

Más información
Baloncesto español, del cero al oro

A pocos metros, su entrenador alaba a sus pupilos, pero sabe lo difícil que lo tienen. "Poquito a poquito irán entrando", se autoconvence Carlos Sainz de Aja.

El técnico confiesa que la final fue un regalo. "Cuando lo pasamos mal fue en el partido contra Argentina, íbamos de favoritos y estuvimos a punto de pagarlo", recuerda Sainz de Aja. "El acabar primeros o cuartos no hubiera cambiado nada". No piensan igual sus jugadores. O que se lo pregunten a Germán Gabriel, pivot de 2,05 metros, que se hizo con el rebote tras un tiro fallado por su compañero Felipe Reyes, y que no ha soltado el balón desde entonces: "Pienso dormir con él". Pocos familiares en la terminal 1 de Barajas. Pero ahí estaba Alfonso Reyes para recibir a su hermano: "Me he tragado todos los partidos". Felipe Reyes, más alto (2,00) pero menos corpulento que su hermano, no ha tenido que pegar pósters en su cuarto.

"Me he fijado siempre en mi hermano [mira a su izquierda], incluso cuando se fue al Paris Saint Germain. Me alegré por él." Y Reyes, Alfonso, se queda con media sonrisa en la boca, orgulloso, mirando hacia arriba.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_