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Occidente en el laberinto

¿Cómo se ha metido Europa en este lío? Si hubiésemos sabido antes lo que sabemos hoy sobre los planes y los objetivos de Milosevic, la OTAN podría haber puesto fin a la limpieza étnica serbia hace ya tiempo. Lo malo, como subrayó Henry Kissinger en un contexto diferente, es que, "cuando el margen de acción es máximo, el conocimiento en el que basar la acción es limitado o precario. Cuando se dispone del conocimiento, la capacidad para influir en los acontecimientos es, por lo general, mínima".Cuando por fin empezamos a comprender cuáles eran las intenciones de Milosevic, nuestro abanico de elecciones se redujo trágicamente. Resulta difícil imaginar qué otra política se habría podido seguir en los últimos tres años. La diplomacia no disuadió a Milosevic, ni la amenaza de las bombas, y, hasta el momento, tampoco las bombas le han desanimado. Kosovo ha llevado al punto de ebullición un debate que llevaba cociéndose mucho tiempo en Estados Unidos acerca del rumbo que habría que dar a la política internacional. Aunque se trate de una nueva fase del debate de siempre entre aislacionistas e internacionalistas, la posición de Norteamérica como única superpotencia superviviente confiere un peso y una intensidad nuevos a una vieja controversia.

Pat Buchanan, ex escritor de discursos de Richard Nixon, así como eterno candidato republicano a la presidencia y típico aislacionista de la vieja escuela, defiende con energía y claridad de argumentos la tesis contraria a la intervención en Kosovo. Estados Unidos, afirma Buchanan, no tiene ningún interés nacional en ponerse de parte de un bando en una guerra civil en los Balcanes. No tiene derecho a interferir en los asuntos internos de otras naciones, y cuando lo hace, lo único que consigue es empeorar las cosas para aquellos a quienes se propone ayudar, como innegablemente ha ocurrido en Kosovo. Sus bombas han unido a los serbios en torno al execrable Milosevic, han facilitado la limpieza étnica de éste y cada día matan a más víctimas inocentes.

Que con su pan se lo coman, dicen los aislacionistas a los Balcanes. Cuando se cansen de matarse unos a otros, surgirá la paz. No se puede imponer la paz con la fuerza a una tierra saturada de odio y de historia. Como dijo en una ocasión James Baker, secretario de Estado de Georges Bush: "Esta guerra ni nos va ni nos viene". ¿Por qué tienen que morir por Kosovo los muchachos norteamericanos?, se preguntan los aislacionistas.

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Históricamente, sólo se ha conseguido arrancar a Estados Unidos de su tradicional aislacionismo cuando han surgido amenazas directas y tangibles a su seguridad nacional. Alemania supuso una de esas amenazas en la Primera Guerra Mundial, Alemania y Japón en la Segunda, y la Unión Soviética en la guerra fría. Es ridículo pensar que la Yugoslavia de Milosevic represente una amenaza comparable. Además, añaden los aislacionistas, cuando imponemos nuestra voluntad y ejercemos de juez, jurado y verdugo del mundo, las otras naciones nos miran cada vez con más desconfianza y animadversión. Y lo que es peor, faltamos a nuestras mejores tradiciones, y por consiguiente, nos corrompemos a nosotros mismos. Buchanan está en la línea de John Quincy Adams, un gran secretario de Estado de principios del XIX. "Dondequiera que se haya izado o se ice la bandera de la libertad y de la independencia", dijo memorablemente en 1821, "allí estarán el corazón, las bendiciones y las oraciones . Pero ella no sale de sus fronteras en busca de monstruos que destruir". Si lo hiciera, "se arriesgaría a convertirse en la dictadora del mundo. Ya no sería dueña de su propio espíritu".

Este tipo de razonamiento ejerce una poderosa atracción sobre muchos norteamericanos. A juzgar por las recientes votaciones, en el Congreso abundan los aislacionistas no declarados. El 28 de abril la Cámara de Representantes rechazó una resolución que autorizaba la guerra aérea contra Yugoslavia. Y el 4 de abril, el Senado rechazó una resolución que instaba a emplear "toda la fuerza necesaria" en Kosovo.

Sin embargo, no deberíamos dar demasiada importancia a esas votaciones. Junto al aislacionismo han intervenido varios factores, sobre todo la constante irritación de los conservadores con Clinton después del juicio para su destitución y, entre los liberales, las objeciones de carácter constitucional a las iniciativas bélicas del presidente. Además, tanto los conservadores como los liberales están consternados por la incompetencia técnica con que se han ejecutado las decisiones.

La idea de que las amenazas y luego las bombas pararían los pies a Milosevic revela una asombrosa ignorancia sobre la capacidad de los bombardeos para reforzar la moral de todos los que no son asesinados o mutilados. Las confirmaciones oficiales de que no había la más mínima intención de emplear fuerzas terrestres animaron a Milosevic a resistir y a adoptar la "estrategia del erizo", es decir, esperar. La falta de preparativos para el despliegue de fuerzas terrestres y el hecho de que no se previera la expulsión en masa de los kosovares plantean dudas adicionales respecto a la eficacia del proceso de toma de decisiones.

El atractivo de la estrategia de los bombardeos es que reduce al mínimo las pérdidas norteamericanas. Pero, si el presidente lo pide, no hay duda de que el Congreso autorizará el empleo de fuerzas terrestres. Los sondeos de opinión revelan una actitud favorable a ese compromiso. Después de todo, la mayoría de los norteamericanos rechaza el aislacionismo. La televisión les muestra las caras de desesperación de los refugiados kosovares, y los norteamericanos piensan que hay que hacer algo para parar la limpieza étnica y castigar a los responsables. Y al contrario que los aislacionistas, creen que en los Balcanes están en juego intereses nacionales vitales. Como dice el ex senador Robert Dole, candidato republicano a la presidencia en 1996: "A Norteamérica le interesa tener una Europa estable, democrática y próspera".

De hecho, el que más enérgicamente ha defendido en Norteamérica los argumentos a favor de la intervención militar ha sido el primer ministro británico, Tony Blair, con un reciente discurso en Chicago. Blair sostiene que es una ver

Arthur Schlesinger ha sido ayudante del presidente Kennedy, profesor de Historia en la Universidad de Nueva York y autor de varios ensayos. Actualmente está escribiendo sus memorias.

Occidente en el laberinto

güenza que Europa tenga que tolerar atrocidades como la guerra de Milosevic contra los kosovares. Kosovo pone a prueba la capacidad de Europa para recomponerse. El futuro de la unidad europea no depende sólo del euro; depende mucho más de la capacidad de actuar colectivamente en defensa de un continente civilizado. Si Europa fracasa en esta prueba, el precio será el aumento de la discordia, de la inestabilidad y del terror.Es justo presentar a Milosevic como un demonio. Él y sólo él ha provocado la tragedia de Yugoslavia. Pero es un error presentar como un demonio al pueblo serbio. También los serbios han sido víctimas. Durante la II Guerra Mundial, el movimiento fascista más despiadado después de los nazis fue el de los ustacha de Ante Pavelic en Croacia. Los ustacha asesinaron a cientos de miles de serbios. Y aún en 1995, los croatas del presidente Tudjman practicaron la limpieza étnica en Krajina y expulsaron a 200.000 serbios con una crueldad comparable a la que ha presidido la expulsión de los kosovares. Entonces la OTAN no reaccionó como está reaccionando ahora.

Llegados a este punto, ¿qué camino podemos seguir? Una guerra terrestre presenta dificultades logísticas y amenaza con provocar pérdidas sustanciosas, se prolongará hasta los rigores del invierno y podría llevar los combates hasta Belgrado. Somos incapaces de decidir si derrocar a Milosevic y procesarle como criminal de guerra o tratarle como a un interlocutor de una negociación. Ahora que crece el deseo de poner fin al conflicto y los rusos entran en acción, es probable que Milosevic sobreviva, y el futuro seguirá plagado de nubarrones.

De momento, todas las opciones son terribles. La tragedia de Kosovo es uno de esos laberintos medievales que parece no tener salida.

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