_
_
_
_
_
Tribuna:EL PERFIL ERNESTO PÁRAMO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La neurona lírica

Ernesto Páramo Sureda, un gallego de 40 años, casado, padre de un hijo, director desde 1995 del museo más visitado de Andalucía, el Parque de las Ciencias de Granada, tiene, entre otros raros méritos, el de haber sido la primera persona que introdujo una iguana en el Ayuntamiento granadino. Páramo llegó un día con un terrario y lo colocó junto a la entrada del salón de plenos. Ahora, transcurrido el tiempo, la iniciativa parece temeraria. Era a comienzos de los noventa, en unos años en que menudeaban entre los políticos las acusaciones de percibir "fondos de reptiles". Y Páramo apareció en el Ayuntamiento con una urna con un fondo rocoso en el que sesteaban los lagartos. Nadie, sin embargo, se dio por aludido. En realidad fue un éxito, acaso por el aire burocrático que tienen las iguanas, siempre inmóviles, como si esperaran la llegada de una instancia. La introducción del terrario en el Ayuntamiento formaba parte de una larga estrategia concebida por Páramo desde que en 1985 vio en Holanda el Evaluon, una especie de platillo volante montado por la multinacional Philips en cuyo interior se mostraban diferentes experiencias científicas, y decidió que quería montar algo semejante en Granada. Si es difícil convencer a un político para que deposite dinero y confianza en algún proyecto ordinario, atraerlo para que respaldara un museo científico exigía un esfuerzo y una imaginación formidables. Y eso es lo que desplegó Páramo, además de toneladas de paciencia. No menos ardua fue la tarea de desvelar a los políticos qué era el péndulo de Foucault. Sus esfuerzos se vieron recompensados en 1995, cuando se inauguró por fin el Parque de las Ciencias. Ernesto Páramo está convencido de que si Leonardo da Vinci viviera volaría en parapente. Él, de hecho, vuela en parapente y toca el violín. Páramo siempre ha complementado el asombro científico con la emoción humanística, la neurona con la lírica, hasta difuminar las fronteras. Hace poca más de una semana logró el prodigio de reunir a 600 personas de casi todos los campos del conocimiento para hablar por primera vez en España de ciencia y comunicación. Miembro de una familia numerosa, Páramo nació en Vigo pero pronto se trasladó a A Coruña donde estudió en el colegio de los jesuitas. Entre sus profesores estaba Ramón Núñez, actual director de la Casa de las Ciencias. Allí comenzó la carrera de Derecho, aunque su inclinación era hacia la pedagogía. De hecho organizó y participó activamente en los años finales del Bachiller en novedosas experiencias educativas, al par que colaboraba con los movimientos de los cristianos de base. Cuando le faltaba un año para concluir Derecho decidió trasladarse a Granada ¿Qué le atrajo de esta ciudad? Estudiar la asignatura de Filosofía del Derecho con Nicolás López-Calera. Tenía 23 años y una vez que concluyó la licenciatura optó por quedarse en Andalucía. Para trabajar eligió una profesión que le permitiera desarrollar sus inquietudes creativas. Así, durante doce años fue director del Centro de Innovación Educativa Huerto Alegre, en la Sierra de la Almijara, una escuela muy especial en contacto con la naturaleza. Durante todos esos años vivió a caballo entre el medio urbano y el rural. Páramo es un extraordinario viajero. En especial le fascina Inglaterra y, en concreto, Totnes, cuya escuela ha visitado en diferentes ocasiones. En uno de esos viajes fue cuando descubrió en Holanda el platillo volante que desató el deseo imparable de construir el primer museo científico de Andalucía. No estaba dispuesto a rendirse con facilidad. Se armó de paciencia y empezó su larguísimo trato con los alcaldes de Granada. Primero fue con Antonio Jara, de quien consiguió que antes de marcharse consignara en el presupuesto una partida inicial para construir el parque. Luego Jesús Quero e incluso Gabriel Díaz Berbel, el más remiso de todos, fueron capitulando ante el empeño y la constancia de este hombre en el que palpita la curiosidad. Los ingenios que hoy utilizan miles de niños en el Parque de la Ciencia son fruto de horas de antesala y discretas lecciones de ciencia práctica impartidas a pie de despacho. Y del éxito de la exhibición de una iguana junto al salón donde se guardan los estandartes de los Reyes Católicos, la espada de Fernando de Aragón y el pendón de Castilla

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_