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Los independentistas ganan en Quebec, pero sin la mayoría necesaria para ir a otro referéndum

Enric González

ENVIADO ESPECIALTodos ganaron y todos perdieron. El independentista Partido Quebequés (PQ) de Lucien Bouchard renovó su mayoría, pero sin la amplitud necesaria para precipitarse hacia un nuevo referéndum. El liberal Jean Charest fracasó en su intento de "salvar" la unidad canadiense con una victoria sobre el PQ, pero obtuvo un resultado honorable, muy por encima del desastre que auguraban los sondeos. Las elecciones regionales de Quebec demostraron que los electores no querían apagar la llama del independentismo, aunque, de momento, tampoco deseaban avivarla.

La política quebequesa se rige por un principio fundamental, extensible a todo el sistema político canadiense: nunca nada es definitivo. Todo es poliédrico, interpretable, revisable. Y en esa tradición de ambivalencia, los electores quebequeses dieron el lunes una lección magistral. El PQ ganó 75 escaños frente a los 48 del Partido Liberal de Quebec (PLQ) y al solitario diputado de Acción Democrática (ADQ), un resultado casi idéntico al de 1994. Sin embargo, en votos vencieron los liberales, 43,6% contra 42,9% de los independentistas: algo infrecuente, pero no extraordinario, en un sistema mayoritario como el quebequés, a falta de una circunscripción que podría equilibrar las cosas: en Masson se votará el día 14, porque el candidato del PQ, claro favorito, falleció hace una semana.Amparándose en el porcentaje de votos, el liberal Jean Charest, visiblemente aliviado, pudo proclamar ayer que la mayoría había expresado su rechazo a un tercer referéndum sobre la independencia. Lucien Bouchard esgrimió por su parte el legítimo argumento de que una de las proposiciones fundamentales de su programa era la creación de las condiciones apropiadas para convocar un referéndum y ganarlo; dado que formaba Gobierno, debía preparar una futura consulta sobre la secesión.

¿Cuándo? Ésa era ayer la pregunta sin respuesta. Bouchard confiaba en obtener una victoria arrolladora, una gran mayoría utilizable como trampolín hacia un referéndum. No logró ese impulso, y su tarea inmediata será más pedestre de lo previsto. En lugar de lanzarse a la épica de una consulta sobre la independencia, erigido en figura providencial como su admirado Charles de Gaulle, el carismático Bouchard tendrá que limitarse en los próximos meses a gobernar, a seguir saneando las maltrechas finanzas públicas, a pelear con los poderosos sindicatos y a mantener el siempre áspero tira y afloja con el Gobierno federal de Ottawa. En su primera intervención pública tras el recuento, con la decepción reflejada en la mirada, Bouchard admitió que el mandato recibido de los electores descartaba la celebración inmediata de un referéndum. "He recibido el mensaje", dijo, antes de prometer que trabajará para crear las condiciones para la independencia dentro de la actual legislatura.

Las esperanzas de Bouchard y el PQ están depositadas ahora en la magia de una fecha. El año 2000 ejerce una enorme fascinación sobre los nacionalistas como punto de partida para el proceso de independencia. Referéndum en el 2000 y declaración de independencia el 1 de enero del 2001. Nacimiento de un país en el primer día del tercer milenio. Esas fórmulas bullen desde hace tiempo en las mentes de los independentistas, y un dirigente del PQ en Montreal consideraba ayer que el calendario soñado era aún posible: "Lucien Bouchard tiene más de un año para convencer a la mayoría de la población, para dar confianza, para crear las condiciones ganadoras", dijo.

Contra la mística milenaria y la indudable capacidad de Bouchard para conectar con los sentimientos más profundos de los quebequeses, pesarán una coyuntura económica poco favorable (las previsiones apuntan a un crecimiento lento), una oposición liberal moralmente fortalecida y una fuerza emergente, la del ADQ, con la que los independentistas deberán alcanzar algún acuerdo.

Las siglas ADQ, Acción Democrática de Quebec, equivalen a un nombre, Mario Dumont. Con sólo 29 años, Dumont ha conseguido hacerse un hueco en un sistema rígidamente bipartidista. El joven prodigio era dirigente de las juventudes liberales hasta la víspera de las anteriores elecciones. En 1995 se unió a Bouchard y al entonces primer ministro, Jacques Parizeau, para reclamar el sí a la soberanía en el referéndum, pero ahora considera que sus conciudadanos necesitan un respiro y propugna una moratoria de al menos 10 años antes de una nueva consulta.

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Aunque seguirá solo en la Asamblea Nacional, como durante la pasada legislatura, Dumont representa ahora a un segmento apreciable de la población, moderadamente nacionalista y sin demasiada prisa por romper con Canadá: la porción del electorado que a Bouchard le haría falta para aspirar a superar el listón del 50% en un referéndum. PQ y ADQ podrían entenderse, quizá, con una fórmula ambigua "a la europea" que ronda desde hace tiempo por la cabeza de Bouchard. Basándose en el tratado de Maastricht y en una idea que hace una década no repugnaba tampoco a los liberales, consistiría en preguntar a los ciudadanos si desearían un Canadá constituido por dos naciones, la anglófona y la francófona. Eso permitiría mantener la unidad canadiense en los asuntos fundamentales, y a la vez establecería la soberanía quebequesa.

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