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Tribuna:EL IMPACTO DE LA CRISIS INTERNACIONAL
Tribuna
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Perdemos competitividad

Emilio Ontiveros

El sector exterior va a dejar de contribuir al crecimiento de la economía española en 1998 y, muy probablemente, actuará como una importante fuente de drenaje en 1999. El déficit de la balanza comercial puede superar el superávit de las otras dos partidas -de servicios, que incorpora los ingresos por turismo, y de transferencias, en las que se incluyen algunos de los fondos procedentes de la UE- que, junto a la de rentas, también deficitaria, configuran la balanza por cuenta corriente, la expresión más relevante de nuestras cuentas exteriores. Las cifras correspondientes a los nueve primeros meses del año confirman ese doble temor que ya empezaba a albergarse antes del verano sobre el menor impulso expansivo del sector exterior: que la economía española no pudiera sustraerse a los efectos contractivos derivados de la crisis económica y financiera internacional y que se ensanchara el diferencial de inflación frente a las economías más estables del área euro, a la sazón nuestros principales socios comerciales.El déficit comercial registró un aumento del 33% en los nueve primeros meses del año, sobre los mismos de 1997, hasta alcanzar los 1,9 billones de pesetas: los pagos por importaciones han crecido en ese periodo a un ritmo del 14%, mientras que los ingresos por exportaciones lo han hecho un 11%. Lo más preocupante, en todo caso, es el descenso de las ventas al exterior en más de un 3% en tasa interanual durante septiembre (el primero, según el registro de Aduanas, desde aquel marzo de 1996 tributario de la famosa huelga de camioneros), simultáneo con un aumento de las importaciones en un 6%, que ha hecho que el déficit comercial de ese mes aumentara un 56% sobre el correspondiente a septiembre de 1997. Una brecha que, de tener continuidad, contribuiría a un deterioro de la balanza comercial mucho mayor que el previsto para el próximo año, condicionando las posibilidades de crecimiento del conjunto de la economía.

Aun cuando la mayor cuota de responsabilidad en ese desequilibrio de nuestras cuentas exteriores radique en la adversa evolución del entorno internacional, lo relevante ahora es cuestionarse hasta qué punto esos determinantes externos seguirán presentes en los próximos meses y, no menos importante, si las condiciones internas favorecen la corrección de esa tendencia observada hasta septiembre. Creer que la contracción en el ritmo de crecimiento de la economía y del comercio mundiales es algo pasajero podría constituir un ejercicio de voluntarismo no mucho menor que el de confiar a la autodisciplina de los agentes económicos el estrechamiento de ese diferencial de inflación con nuestros principales socios comerciales, que amenaza con seguir mermando la competitividad de la economía española.

Francia y Alemania, con tasas de variación de los precios del 0,4% y 0,7%, respectivamente, constituyen la mitad del PIB del área euro, con la que España realiza el 60% de sus intercambios comerciales; las previsiones sobre el comportamiento de las economías de esos dos países no son precisamente de una inmediata reactivación expansiva, de la que pudiera derivarse una mayor capacidad de importación de bienes y servicios españoles y una elevación de sus tasas de inflación. Tampoco es razonable confiar en la moderación de consumo privado español en un ejercicio en el que el saneamiento financiero de las familias y la liberación de renta asociada a la reforma impositiva puede contribuir a lo contrario.

Conviene recordar que dentro de un mes la peseta dejará de existir: el tipo de cambio ya no podrá compensar variaciones en el diferencial de precios frente a los otros 10 socios. Aun suponiendo que el euro no se aprecie frente al resto de las monedas, nuestras ventas seguirán siendo tributarias de la posición cíclica menos favorable del resto del mundo, incluidos los restantes países de la UE que no participarán en el euro.

Razonable es, por tanto, conocer las decisiones que el Gobierno prevé adoptar con el fin de contribuir al estrechamiento de ese diferencial en la tasa de inflación y, en particular, la correspondiente al sector de servicios, cuyos incrementos de precios crecen a un ritmo del 3,8%, frente a tasas inferiores al 2% del índice general.

En ausencia de actuaciones rápidas, la economía española podría quedar privada del factor que más ha contribuido a alimentar ese círculo virtuoso de los últimos años, sus ganancias de competitividad, cuestionando las bases de su crecimiento y, con ello, el del comportamiento presupuestario asentado sobre las mismas. Comprometida la política monetaria con una orientación más expansiva que la actual, el turno corresponde a las necesarias reformas estructurales, aquellas que incidan de forma efectiva sobre las condiciones de oferta de ese conjunto de actividades responsables de más del 65% del valor de la producción nacional.

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