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2,6 millones de animales sacrificados en dos años

Isabel Ferrer

El 20 de enero de 1996, el entonces Gobierno conservador británico admitió que la enfermedad de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina) podía cruzar la barrera de las especies y contagiar a las personas. Su equivalente humano se denominó nueva variante del mal de Creutzfeldt-Jakob, porque presentaba los síntomas de dicha dolencia neurológica, poco frecuente y que ataca a partir de los 60 años. La treintena de fallecidos hasta ahora en el Reino Unido, sin embargo, apenas cumplió los 40.El diagnóstico oficial de los médicos indica que debieron consumir durante largo tiempo carne infectada. La autopsia hallaría luego en sus cerebros multitud de agujeros parecidos a los de las esponjas marinas y característicos de este tipo de encefalopatía.

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Aunque las causas de la epidemia no están aún muy claras, la explicación más verosímil apunta a la elaboración de piensos contaminados. Entrañas de oveja eran servidas a las vacas británicas en forma de pienso y como suplemento a su dieta natural, el pasto. El ganado lanar padece a su vez scrapie, una forma centenaria de encefalopatía que pudo transmitirse a las reses. Como los cadáveres de estas últimas eran también transformados en alimento seco, la enfermedad se propagó. En realidad, las vacas acabaron comiéndose a sí mismas.

Estos piensos son viejos conocidos en las vaquerías, pero hubo un cambio significativo. En los años ochenta, la normativa que regulaba el proceso de fabricación se relajó. A pesar de que componían casi un 5% de la comida ingerida por las reses del Reino Unido, las temperaturas de los hornos donde se preparaban fueron reducidas a menos de 100 grados centígrados. La medida pretendía abaratar costes, pero la proteína anómala (prion) que transmite la enfermedad no era destruida por el calor. Entonces sucedió lo impensable. El consumidor también perdía el equilibrio, la noción del tiempo y el control de sus extremidades, síntomas de la enfermedad bovina.

En 1980, un comité de expertos advirtió al Gobierno de los peligros sanitarios de operar a temperaturas tan bajas. A pesar de ello, los piensos llegaron a las vaquerías hasta 1988. Un año después, fue prohibida la venta al público del cerebro y la médula espinal de las reses, las partes más contaminadas.

Con la industria cárnica perdiendo millones de libras diarios y las asociaciones de ganaderos furiosas, la epidemia de las vacas locas provocó una crisis nacional. El sacrificio de las cabezas afectadas resultó inevitable. Desde 1988, más de 170.000 reses enfermas pasaron por el matadero sin llegar a la mesa de los británicos. Desde abril de 1996, 2,6 millones de animales han sufrido la misma suerte.

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