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Crítica:33º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Chick Corea sorprende en una jornada copada por veteranos de oro

El cartel de la segunda jornada del festival donostiarra planteó un homenaje, quizá inconsciente, a esa generación de músicos maduros que contribuyó a llevar al punto de ebullición el jazz de los sesenta y primeros setenta. Sólo 10 años separaban al más joven de la terna, el inquieto Chick Corea (de 57 años), de Phil Woods, epígono libre de Charlie Parker. Como entremedias quedaban los 63 de George Coleman y los 61 de Kirk Lightsey; cabía suponer que una diferencia de edades tan apretada iba a propiciar ofertas convergentes o incluso uniformes.

Pero la práctica del concierto en vivo demostró que, al menos en jazz, 10 años abren un abismo temporal en el que se pueden encadenar múltiples innovaciones significativas y hasta revoluciones integrales. El público lo presintió y llenó los diferentes escenarios con festiva curiosidad.Kirk Lightsey inauguró en solitario la espléndida sección Jazz de Cámara con un recital irregular que fue decayendo a medida que se descubrían los tics estratégicos que empleaba el pianista para desarrollar las piezas. La sesión del exclusivo del salón de plenos del Ayuntamiento, adornado por un respetuoso silencio, empezó muy bien con una versión pausada de More than you know y acabó con otros dos grandes títulos fundidos en complejo popurrí, Just one of those things y Alone together.

Entre estos clásicos, el antiguo colaborador de Dexter Gordon fue desplegando un ideario pianístico basado en un digitación percusiva y un punto atropellada, guiños poco convencidos a estilos del pasado y abruptos cambios de atmósfera. Con Lightsey, las ideas no se vieron venir sino que se presentaron de improviso, jadeantes como si se hubieran dado un carrerón para llegar a tiempo. Sus ocurrencias entretuvieron pero no siempre emocionaron.

Ya a cielo abierto, en la temperatura ideal de la plaza de la Trinidad, el estupendo cuarteto del saxofonista George Coleman esbozó un concierto seriamente perjudicado por una amplificación tirando a estridente. Una hora no daba para mucho y el saxofonista, que ocupó puesto transitorio en el histórico quinteto de Miles Davis se apresuró a mostrar su envidiable capacidad técnica y su dudosa imaginación. Por suerte, estuvo generoso y permitió que la batería sabrosa hasta lo picante del gran Idris Muhammad y el piano fluido y ardiente de Harold Mabern elevaran la categoría de la sesión hasta lo apreciable. Tras el trámite, llegó la gran sorpresa, siempre relativa en un nombre de su importancia, de Chick Corea.

Fórmula acústica

El pianista, un músico enorme a quien la crítica ha vapuleado a menudo por su molesta tendencia a disimularlo, acudía con un flamante disco bajo el brazo que avisa de su interés por regresar a la fórmula escrupulosamente acústica. El producto en cuestión no pasa de lo discreto, quizá porque presenta a una extraordinaria banda todavía en fase de rodaje de un proyecto ambicioso. Pero a San Sebastián el sexteto Origin llegó pletórico, con todas las asperezas pulidas y la lección de la homogeneidad bien aprendida. El esfuerzo merecía la pena. Corea ha arreglado con esmero algunos standards, como Embraceable you o It could happen to you, y los ha hermanado con composiciones propias que suenan con la sutileza impresionista de una orquesta de Gil Evans en pequeño y en moderno. Timbres refinados, armonías ricas y melodías sugerentes y originales fueron las constantes que Corea brindó a sus solistas para que improvisasen libremente, pero siempre con la filosofía de conjunto en mente. No hubo solos inconexos sino intervenciones integradas gracias a que Steve Wilson (saxo alto, clarinete y flauta), Steve Davis (trombón), Bob Sheppard (saxo tenor y clarinete bajo), Avishai Cohen (contrabajo) y Jeff Ballard (batería), todos magníficos, ejercieron de compañeros y amigos. Incluso los temas de corte experimental, entre ellos una mezcla de rumba y tango que Corea bautizó como rumbango, sonaron amigables y asequibles para coronar un concierto con sello de memorable.Como final de fiesta, de nuevo a borde del mar, la gran orquesta de Phil Woods, confortable en su papel de director y cada vez más alejado de su histórico saxo alto, se ciñó a una estética convencional, anclada voluntariamente a usos de antaño revitalizados con gran aparato instrumental y brillantez.

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