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Especial García Lorca

En la Huerta de San Vicente

El gran escenario lorquiano es la casa familiar en la Vega de Granada

A principios de julio de 1930 Federico García Lorca regresó a Granada procedente de su decisivo viaje a Nueva York y Cuba y permaneció todo ese verano en la Huerta de San Vicente. Fueron unos meses tranquilos y afables: a mediados de julio, en el Carmen de los Mártires, la revista Reflejos le organizó a modo de homenaje una sencilla merienda en la que se puso de manifiesto la satisfacción que los éxitos literarios que Lorca despertaban en su ciudad. Ese verano, como tantos otros desde 1926, Lorca encontró, en la espaciosa casa de la Huerta de San Vicente y en la compañía de sus amigos, la paz y el sosiego suficientes para revisar borradores, corregir manuscritos o dar por terminado alguno de sus dramas. De este modo, a finales de agosto de 1930, el poeta granadino ponía el punto y final al enigmático y audaz texto de El Público, un proyecto dramático iniciado durante su viaje a Nueva York, redactado casi por completo en La Habana y, dada su ambiciosa complejidad significativa y formal, estrenado muchos años más tarde, en 1978, en Puerto Rico. Situada en plena Vega granadina y rodeada de fértiles maizales, la Huerta de San Vicente era una extensa cortijada que don Federico García Rodríguez había comprado en 1925. Concebida en un primer momento como residencia veraniega, la familia García Lorca la convirtió muy pronto en su domicilio habitual. Hoy, abierta como casa-museo y rodeada de un amplio parque que nunca ha gozado de la aprobación unánime de unos o de otros, ofrece a sus visitantes la posibilidad de acercarse a la atmósfera íntima y familiar que rodeaba al poeta: muebles diversos, cuadros y dibujos, y objetos personales entre los que habría que destacar el piano familiar y el escritorio de Lorca. De 1926 a 1936, en esta mesa de trabajo, en su dormitorio, a lo largo de los interminables y calurosos meses veraniegos, Federico García Lorca concluyó algunas de sus mejores obras de madurez. A ese clima de trabajo estival desarrollado en la Huerta de San Vicente se hacen frecuentes alusiones en la correspondencia lorquiana. Por ejemplo, a Ana María Dalí: "Ahora estoy, como sabes, en la Huerta de San Vicente, junto a Granada (...). Aquí estoy bien. La casa es muy grande y está rodeada de agua y árboles corpulentos (...). Yo empiezo a trabajar en cosas muy malas, naturalmente, pero que me distraen y hacen alegre esta monotonía subrayada en que estoy" (septiembre de 1927). O a Melchor Fernández Almagro: "He trabajado intensísimamente. Tengo casi hecho mi libro de Odas, polo opuesto al "Romancero y creo que de más agudeza lírica. He escrito "por los codos". Tengo infinidad de poemas sueltos, dibujos y prosas" (septiembre de 1928). Así, durante los meses de verano de 1926, en la Huerta de San Vicente, Lorca revisaría con toda probabilidad los libros de Canciones, Poemas del cante jondo y Suites que, aunque escritos algunos años antes, entregó en octubre a Emilio Prados para que fueran publicados por la Imprenta Sur de Málaga que al final sólo editó Canciones. El verano de 1927 dibujó frenéticamente y escribió un enigmático poema en prosa, Santa Lucía y San Lázaro, publicado en la Revista de Occidente en noviembre de ese año. Y en 1928, sorprendido por la favorable acogida del Romancero Gitano, trabajó todo el verano en dos largos poemas, la Oda al Santísimo Sacramento y la Oda a Sesostris, y en algunas prosas poéticas como Nadadora sumergida. A partir de 1930, la actividad cultural y social de Lorca es constante y la Huerta de San Vicente representa cada verano un espacio de aislamiento y serenidad donde poder acabar o corregir sus obras más emblemáticas: Así que pasen cinco años, fechada en agosto de 1931; Bodas de sangre, en agosto de 1932; Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, en septiembre de 1934; o La casa de Bernarda Alba, en junio de 1936. En fin, de entre todos los posibles lugares lorquianos, la Huerta de San Vicente es sin duda el que mejor puede sugerirle al avispado visitante el aire que rodeaba, hace más de 60 años, un estilo prodigioso y feliz, y una obra, rebosante de complejas referencias a la Vega granadina, precozmente truncada.

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