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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Emilio Alarcos

Éramos un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla. Eran los años lóbregos en que la enseñanza universitaria sobrevivía a duras penas por el esfuerzo impagable de algunos profesores que nos abrían los ojos a un mundo lejano de libertad, de ciencia, de progreso. Hace tanto tiempo ya que uno no recuerda bien qué fue lo primero que cayó en nuestras manos de un tal Emilio Alarcos Llorach. Posiblemente, su Fonología española, de la editorial Gredos.Para muchos de aquellos estudiantes de Filología, el mundo de la lengua se iluminó. Hubo una luz nueva, hermosísima y afilada, que nos deslumbró al principio, pero que, al acostumbrarse nuestra mirada a aquel resplandor, fue alumbrando los rincones más oscuros del devenir de nuestro idioma, lo situó en el ángulo preciso de su actual encrucijada, y desde entonces ha sido faro o farol que nos ha permitido no tropezar demasiado en los turbios callejones de nuestra vida profesional o profesoral.

Después, un día de aquellos del 92, que para mí siempre tendrán la magnificencia de la magia, entre otras pocas cosas porque lo conocí en persona y porque pude cruzar con él unas pocas palabras de antigua gratitud, tuve la certeza de que estaba ante uno de esos seres privilegiados que no sólo había logrado hacer lo que le gustaba, sino que, además, lo había hecho bien.

Hoy se ha ido. Para siempre. Ese es ahora su rasgo pertinente. Don Emilio es hoy el término marcado en una correlación sin remedio y sin sentido. Se ha ido demasiado pronto, dirán muchos; porque sólo tenía 75 años. Yo prefiero imaginarlo, allá donde esté, con su media sonrisa de hombre bueno, en el buen sentido de la palabra, diciéndonos que todo es cuestión de usar un adverbio u otro. Es decir, tenía ya 75 años. Y se ha ido en la madurez insigne de su conocimiento.

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Cuando estudiábamos aquella Fonología española teníamos todos treinta y tantos años menos. Así pasa la vida y así hemos llegado a este frío 26 de enero, con su mirada fijada para siempre en la necrológica de un periódico, pero, sobre todo, con su ejemplo para todos los que, lo mismo que nosotros, mejor que nosotros, sepamos entender el mensaje macizo y liberador de la obra del mejor lingüista español del siglo XX.-

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