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Marcello Mastroianni detesta en sus memorias su imagen de 'latin lover'

Se publica en Italia el libro 'Mi ricordo...', dictado por el actor a Anna Maria Taló

Fellíni, el visionario lleno de fantasía; Visconti el delicado profesional; Vittorio de Sica, el tío afectuoso del cine italiano; la fascinación por los musicales norteamericanos..., la vida de Marcello Mastroianni (Fontana Liri 1924-París 1996) estuvo profundamente marcada por el cine y su condición de actor. Una profesión que le permitió viajar a lugares remotos -"adonde los turistas no tienen acceso"-, conocer a personajes fascinantes y participar en una "fiesta" permanente. En sus peculiares memorias, publicadas en Italia, Mi ricordo, sí io mi ricordo, que dictó a Anna Maria Tató, autora del filme del mismo título, Mastroianni se revela como una criatura natural y sensible, un actor sin pretensiones de trascendencia, que detesta su imagen de latin lover y que apuesta hasta el último momento por la vida.

La nostalgia de Marcello Mastroianni no es amarga ni el pasado brilla en su memoria con más esplendor que el presente. En todo caso es el futuro el plano temporal que sale mejor parado en la selección del gran actor. En este libro, más bien un cuaderno de recuerdos desordenados de los que brota la memoria dorada de Cinecittá, los encuentros -quizás seminventados- con los grandes mitos de la cinematografia italiana y el choque con la industria del cine anglosajona, Mastroianni deja clara cuál fue su posición en este mundo. No comparte el juicio de Marcel Proust, para él no son los "paraísos perdidos" sino los "nunca visitados" los verdaderos territorios memorables de nuestra vida. Lo que el actor llama la nostalgia del futuro constituye el motor de su vida, lo que da lustre a esa juventud perenne que le lleva a seguir rodando películas en cualquier rincón del planeta, en este caso en las montañas de Portugal, cuando ha cumplido ya los 72 años y tiene unas 170 películas en su haber. Le dirige en Viaje al principio del mundo Manuel de Oliveira, un hombre, se asombra lleno de satisfacción Mastroianni, "de 88 años".El testimonio recogido por la Tató y publicado por la editorial Baldini&Castoldi es ameno de leer. Un autorretrato unitario construido sobre el caos de la memoria, -"la memoria es extraña, como el amor", dirá Mastroianni- De las páginas brotan los recuerdos en los que nuestro actor aparece como un fugaz estudiante de Arquitectura y un apasionado aspirante a actor.

Vittorio de Sica

Durante años, el joven Mastroianni se presenta en el domicilio de Vittorio de Sica en persecución de una oportunidad. "Un recuerdo que me conmueve, por su ingenuidad y porque en realidad termine por atormentarle", dice. "Mi madre trabajaba entonces como mecanógrafa en el Banco de Italia, y una amiga suya, también mecanógrafa, la señora María, era la hermana de De Sica". El joven Marcello imploraba a su madre que le pidiera a la hermana de De Sica una carta de presentación. Con este preciado material Mastroianni se presentaba allá donde estuviera Vittorio de Sica, siempre con la misma cantinela. "Comendador, perdone, su hermana..." Imperturbable, el gran De Sica contestaba siempre lo mismo: "Hijo mío, estudia, estudia. Algún día... Ahora estudia". A los tres meses, recuerda Mastroianni, "estaba de nuevo allí. Le he perseguido. durante años". No hay vanidad en este Mastroíanni que empieza por confesarse poco satisfecho de su fisico. Encuentra su nariz demasiado corta; los labios, carnosos en exceso; brazos y piernas, demasiado flacos. Los abisinios y los etíopes, esos si que tienen narices aristocráticas, y, por supuesto, Vittorio Gassman, el actor y divo por antonomasia a juicio de Mastroianni.Y luego está Fellini, el fabuloso Federico Fellini, cuya presencia impregna buena parte de la memoria del actor. Inolvidable la conversación primera entre ambos, cuando el director está en fase de selección del casting de la La Dolce Vita. Fellini lo llama a su villa de la playa de Fregene y le advierte que el productor, Dino de Laurentis, quiere a Paul Newinan en el papel estelar de la película. Desgraciadamente el gran actor norteamericano es demasiado importante para lo que Fellini quiere. Le parece que su personaje, "un verdadero calavera", no debe tener la personalidad de Newman. Mastroianni, en un momento dado, y queriendo "hacerme el profesional", le pide ver el guión. Fellini, le responde que sí, "Claro, Marcellino" -siempre usaba los diniinutivos-. Y pide a su ayudante Ennio Flaiano que le traiga una copia. Flaiano le trae . una carpeta y Mastroianni la abre muy serio para encontrarse dentro únicamente un dibujo obsceno de Fellini -un hombre nadando con un larguísimo pene que le llega al fondo del mar, al que se lanzan dos obesas sirenas-. "Yo, naturalmente, enrojecí, dice el actor, "no sé, me puse amarillo, verde, de todos los colores. Comprendí que había sido una pretensión exagerada pedir, el guión. ¿Qué podía decir?" "Ah, muy bien", contesta al fin, "me parece muy interesante, ¿dónde tengo, que firinar?".Marcelino Mastroanni tenía 37 años cuando se rodó La Dolce Vita y recuerda el rodaje como " el periodo más hermoso no sólo de mi vida de actor, sino de mi vida como persona". La película le lanzó a la fama internacional aunque pagara un precio por ello, ser etiquetado como un latin lover, lo que Mastroianni odiará toda su vida porque, a su juicio, no se corresponde con los papeles que han jalonado su carrera. "He interpretado a hombres desesperados, donde el sexo no pintaba nada", dice. Tipos como el Bello Antonio, o el marido homosexual de Una jornada particular, de Ettore Scola". Es el único lado desagradable de su carrera. "La prensa se apropia de una imagen que no te representa para nada y la usa para siempre". Un inconveniente menor en la vida de un hombre- actor afortunado.

La admiración por Roma y París

Mastroianni se muestra en la selección de sus recuerdos como un hombre mediterráneo puro. Adora Nápoles, la ciudad a la que acudía siempre Fellini en busca de extras para sus películas. Pero hay dos capitales especialmente ligadas a su vida: Roma y París, "las dos ciudades más bonitas del mundo", dice.A Paris donde nació su hija Chiara, la considera la gran metrópoli, repleta de atractivos culturales -aunque Mastroianni se confiesa escasamente interesado por ellos- y donde todo funciona a la perfección. En cuanto a Roma, la vieja, imperial Roma -"donde muchas cosas no funcionan"-, es parte íntima de su vida.

El actor se declara admirador de Nueva York, donde rodaría Adíos al macho con Marco Ferreri. Mastroianni no se siente cómodo, en cambio, con la forma de trabajar anglosajona. Su experiencia en el filme La viuda americana, junto a Shirley MacLaine, Kathy Bates y Jessica Tandy, no le gusta. "Nos pasamos tres semanas sentados alrededor de una mesa, encerrados en un hotel de Nueva York, estudiando el texto. Yo no comprendía para qué teníamos que estudiar tanto, tratándose de una comedia donde la improvisación es esencial y no se puede calcular todo en la mesa como si fuera el proyecto de un puente". Prefiere, definitivamente, la improvisación y el caos del cine italiano, del que surge, a veces, la chispa del genio.

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