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Tribuna
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Faltan insumisos

El domingo, las cadenas de televisión habían modificado sus programaciones para ocuparse de la muerte de Diana de Gales. Proliferaban los detalles del accidente automovilístico de París, las especulaciones sobre los funerales y demás pompas fúnebres que se preparan y los apuntes biográficos ilustrados con imágenes de diversa extracción y fortuna. Los presentadores daban paso a los enviados especiales en Londres o en París, pero además en los estudios o al aire libre iban compareciendo algunos periodistas gráficos epigrafiados como paparazzi a quienes se solicitaba opinión en tomo al debate de las responsabilidades y las acusaciones de que han sido objeto desde que se conocieron las circunstancias de lo sucedido junto al Sena. Reaccionaban excusando a sus colegas parisinos, rechazando cualquier responsabilidad y reiterando que mientras sus editores les pidan esas fotografías ellos seguirán persiguiéndolas. Imposible esperar que alguno se declarara objetor o insumiso a órdenes impartidas por el mando editorial.Como dijo un buen amigo ayer por la mañana en el programa Hoy por hoy de lñaki Gabilondo, parecía que la profesionalidad era un avance cultural y una garantía para el consumidor y que el principio originario de la división del trabajo era un principio de progreso cuya aplicación nos había traído desde las Cuevas de Altamira a los más desarrollados modos de vida actuales. Pero en la voz de estos paparazzi más o menos improvisados descubrimos que también la división del trabajo brinda insólitas posibilidades de regresión hacia lo indeseable. Sabíamos que la máxima coherencia limita con la locura y que en la aplicación de los principios deben guardarse proporciones más allá de las cuales sus efectos pueden ser letales. Recordemos que no hay venenos, hay dosis. Así que la invocación absolutista de esa particular profesionalidad, fuera de cualquier otro deber, puede terminar en la asunción de actitudes deshumanizadoras como la que supondría la "omisión del deber de socorro".

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Ahora que se ha terminado con otros absolutos, como el de "todo por la patria", ahora que las banderas no pueden ser agitadas para encubrir crímenes y abusos, ahora que también en el ámbito de la máxima expresión de la disciplina, la militar, se niega el amparo en la obediencia debida a quienes querían eximirse de las responsabilidades personales en la transgresión de las leyes, llegan algunos, se cuelgan la etiqueta de paparazzi y se sienten habilitados para la práctica de otro absoluto, el de "todo por la prensa". Claro que en el origen la expresión del "todo por la patria" grabada en el frontispicio de los cuarteles quería movilizar el sacrificio y la renuncia personal en favor del engrandecimiento nacional, mientras que ahora, en esta segunda versión ad usum paparazzi, el "todo por la prensa" pretende convalidar la práctica de cualquier vileza siempre que lleve aparejada una retribución condigna. Al menos eso intentaban hacernos creer los voceros del domingo, empeñados en considerarse irreprochables bajo la obediencia debida. ¿Dónde están los objetores y los insumisos?

Los códigos periodísticos, además de carecer de aplicación práctica, llevan mucho retraso conceptual sobre un texto como el de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 1978. Véase al respecto cómo en su artículo 34 se dispone que "cuando las órdenes entrañen la ejecución de actos que manifiestamente sean contrarios a las leyes y usos de la guerra o constituyan delito, en particular contra la Constitución, ningún militar estará obligado a obedecerlas; en todo caso asumirá la grave responsabilidad de su acción u omisión". La segunda obediencia exculpatoria de los paparazzi es la existencia de una demanda masiva. Como si en la demanda masiva radicara la medida de todas las cosas. Pero por ahí llegaríamos con Cuco Cerecedo a la exaltación de la mierda con el argumento de que los millones de moscas atraídas por los excrementos no pueden equivocarse.

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