_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una Iglesia con perfil propio

En el interesante artículo de Andrés de Blas Guerrero Catolicismo y nacionalismos en España (EL PAÍS, 22-5-1996) hay varias apreciaciones e intuiciones muy acertadas sobre el papel de la Iglesia española en el siglo XIX como aliada de las fuerzas ultraconservadoras, sobre todo carlistas. Pero en su diagnóstico sobre la del siglo XX me parece menos preciso y con importantes lagunas.El punto especial de discrepancia es su análisis de la Iglesia catalana, difuminada dentro de una Iglesia española proclive al nacional-catolicismo, cuyo inventor fue Menéndez y Pelayo con su exaltación de la Iglesia de España, motor de la Contrarreforma y por tanto "luz de Trento y martillo de herejes".

La Iglesia catalana de los últimos 100 años ha tenido un indudable perfil propio y a menudo se ha apartado de las directrices de la española. Para empezar recordemos que a finales de siglo el obispo de Vic, Torras i Bages, antes de ascender al episcopado, con su obra La tradición catalana (1892) dio un giro decisivo a la actitud de la mayoría del clero catalán que rápidamente evolucionó del carlismo al catalanismo regionalista.

Evidentemente Cataluña vivía también en un ambiente de cristiandad, aunque no de nacional-catolicismo, y de gran fidelidad a Roma. El presidente de la Mancomunidad, Prat de la Riba, era católico pero se rodeó de un equipo eficiente donde encontramos a republicanos federales y agnósticos.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Durante la dictadura de Primo de Rivera el Gobierno de los generales denunció a la Iglesia catalana en Roma acusándola de catalanista y consiguió que el Vaticano redactara unos decretos admonitorios, restrictivos y humillantes que, gracias a las gestiones del cardenal Vidal i Barraquer, no se pusieron en práctica ni fueron promulgados. Pero el dictador desterró a varios religiosos catalanes considerados "desafectos" y se opuso a una Iglesia liberal, abierta y muy enraizada en el país. Y decidió el nombramiento de obispos no catalanes para desnaturalizar a una Iglesia con perfil propio. El principal fue Manuel Irurita, primero obispo de Lleida y después de Barcelona, pietista e integrista acérrimo y enemigo de la Federació de Joves Cristians de Catalunya, movimiento de gran alcance, en la línea de la JOC de Cardijn. El diario católico El Matí y eclesiásticos ilustres, corno el cardenal Vidal y Carles Cardó y Lluís Carreras, aceptaron la República con cierta satisfacción. En Cataluña el equipo de la Esquerra Republicana tuvo una actitud poco favorable a los católicos, aunque no hostil como en Madrid.

Vino la guerra civil y la Iglesia catalana, que sufrió la inmolación de, 2.500 sacerdotes y religiosos y religiosas, no estaba al corriente de la conspiración, excepto quizá el doctor Irurita, según reporta Víctor M. Arbeloa en uno de sus libros, secuestrado por la censura franquista. La pastoral colectiva a favor de la cruzada franquista fue preparada por el cardenal Gomá, arzobispo de Toledo, integrista, militante anticatalanista declarado y enemigo de Vidal i Bairraquer. Una actitud parecida, aunque más moderada, tenía el doctor Pla y Deniel, obispo de Ávila, quien a un catalán que le preguntó por qué no les contestaba en esta lengua respondió: "Hablo la lengua de mis feligreses".

En cambio, no es casualidad que la famosa carta colectiva de adhesión de Franco de 1937, preparada por Gomà, no fue firmada por el obispo de Vitoria, el vasco Múgica, ni por el arzobispo de Tarragona, Francesc Vidal i Barraquer. Y el canónigo Carles Cardó, fugitivo de la FAI en 1936, publicó en Francia en 1946 el libro Histoire spirituelle des Espagnes y Franco le intentó sobornar sin éxito para que no la editara. La obra, de carácter histórico sobre las dos Españas, condenaba el derecho a la sublevación militar como remedio a una situación extrema. Recientemente se ha editado el capítulo inédito de dicho libro, El gran refús (1994), que estudia la actitud anticatalana y antiliberal de la Iglesia española que se sirvió antes y durante el franquismo de los obispos forasteros para imponer actitudes reaccionarias y un españolismo centralista y nacional-católico en Cataluña. Hubo excepciones, como las declaraciones condenando al régimen (Le Monde noviembre de 1963) del abad de Montserrat, Aureli M. Escarré. Existió, pues, una Iglesia catalana, alejada del integrismo, no hostil al "orden liberal-democrático" pero generalmente de base o en centros de espiritualidad y cultura como Montserrat o los capuchinos y con figuras como el jesuita Miquel Batllori, etcétera. Desde 1971 esta situación se ha ido normalizando y la Iglesia catalana jerárquicamente tiene más peso.

Este perfil propio es lo que la ha distinguido y le ha dado una voz muy personal dentro del mosaico eclesiástico de España, donde la Conferencia Episcopal Española vuelve a presionar a Roma contra la Iglesia catalana.

Albert Manent es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_