_
_
_
_
_

El estudiante que llevó el saxo al Johnny

El fundador del Club de Jazz San Juan Evangefista deja su habitación en este colegio después de 30 años

Una mañana de junio de 1975 el ya veterano estudiante de ingeniería industrial Alejandro Reyes corrió asustado a su habitación del Colegio Mayor San Juan Evangelista, recogió a toda prisa la bandera de Andalucía, descolgó el póster del Che Guevara y escondió los Mundo Obrero detrás del radiador. A través de la ventana le había llegado el ruido de los helicópteros que sobrevolaban el edificio y había pocas posibilidades de que fuera una visita turística de James Bond. Varios jeeps y caballos de la policía antidisturbios bloquearon las salidas mientras decenas de agentes descendían por el tejado a modo de una toma militar . Los estudiantes, atrapados, recibieron una de las palizas más brutales que los temidos grises propinaron en la Universidad madrileña.Era la tercera tunda de palos que el almeriense Alejandro Reyes recibía desde que en 1967 se trasladó a Madrid para estudiar la carrera. Casi tres décadas después aún no ha finalizado los estudios -se le atragantó, dice, la asignatura Resistencia de materiales, de quinto curso- y todavía sigue viviendo en el Johnny, nombre con el que se conoce popularmente al colegio universitario más rojo de todos los tiempos. A punto de alcanzar la cincuentena, soltero y sin hijos, ha renunciado ya a licenciarse, pero le cuesta abandonar el ambiente estudiantil en el que se ha movido durante los últimos 30 años. Tremendamente popular entre las muchas generaciones de estudiantes de todo el país que han pasado por este colegio, fundó en 1969 el conocido Club de Música y Jazz San Juan Evangelista, en el que han actuado muchos de los mejores músicos del mundo y en el que varias generaciones se han educado musicalmente a lo largo de un cuarto de siglo. La última actuación de Camarón se celebró aquí, en enero de 1992.

La vida de Alejandro ha transcurrido paralela a la historia del Johnny. Cuando llegó a Madrid, el colegio, con capacidad para 400 alumnos, acababa de inaugurarse. En un principio dependía del Arzobispado, pero las costosas obras obligaron a la Iglesia a ceder parte de la propiedad a la Caja de Ahorros de Ronda (ahora Unicaja) y se creó entonces un patronato para dirigirlo. Desde el principio los precios fueron muy asequibles, para que los hijos de los obreros tuvieran la posibilidad de acceder a la Universidad sin problemas de alojamiento. La cuota mensual se fijó alrededor de las 2.000 pesetas y hoy todavía es uno de los más baratos. "Al principio tenía bastantes deficiencias", cuenta Alejandro. "No había calefacción y pasábamos un frío tremendo. Tampoco había comedor y usábamos el del SEU, en la Ciudad Universitaria. El menú nos costaba 13 pesetas".La falta de comodidades era de sobra compensada por el ambiente progresista del que sorprendentemente pudo disfrutar en unos años en los que los dirigentes franquistas incrementaron la represión El Johnny se convirtió en un oasis cultural, intelectual y de libertades, incluidas las sexuales, en el árido ambiente del Madrid de finales de los años sesenta. "Llevábamos la democracia hasta sus más extremas consecuencias. Votábamos incluso los menús a través de unas listas que nos pasaba el cocinero a principio de curso y decidíamos en asamblea cuestiones como si queríamos que nos instalaran televisión o no. Como se consideraba un instrumento de alienación de las conciencias siempre salía que no, y por eso la televisión tardó muchos años en llegar al Johnny. Cuando retransmitían algún partido de fútbol nos íbamos a los bares de Reina Victoria, o a otras, residencias cercanas. Además, desde el principio nos dejaron dormir con chicas y mantener relaciones sexuales sin ningún problema".

Su fama, de económico y liberal atrajo a muchos universitarios que cursaban los últimos años en la facultad. En las continuas asambleas que se celebraban -cualquier residente, por el hecho de serlo, estaba capacitado para convocar una- Alejandro oyó por primera vez hablar de Marx, Marcuse, Sartre, Freud o Gramsci. Es fácil entender el por qué se aburrió de la ingeniería. "Había gente muy preparada y las asambleas se convertían en clases magistrales donde se aprendía muchísimo más que en la facultad. Hasta íbamos con libreta para tomar apuntes. Nos facilitaban también libros prohibidos. Alguien se encargaba de fotocopiarlos y cuando nos levantábamos por la mañana teníamos un ejemplar en la puerta de la habitación".

"Pretendíamos que el colegio no fuera sólo un hotel, sino ofrecer una formación cultural suplementaria que no se daba en la Universidad, al menos en aquella época: música, cine, teatro, conferencias, seminarios de todo tipo. Por aquí pasaban, con bastantes dificultades, por los permisos y la censura, toda la gente que en ese momento tenía algo que decir". También las películas prohibidas llegaban al San Johnny sin que nadie supiera cómo. Probablemente Alejandro jamás disfrutará tanto de una película como lo hizo hace muchos años con El acorazado Potemkin, de forma clandestina en el salón de actos, mientras un voluntario traducía el texto simultáneamente al castellano.Estará siempre agradecido a la dirección de este famoso colegio por la ayuda que le brindaron cuando murieron sus padres. "Lo pasé muy mal porque no había terminado la carrera, mi origen era humilde y me quedé colgado. No tenía ni para desayunar. Gustavo Villapalos [el actual consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid fue director entre 1977 y 1980] creó el fondo de compensación para ayudar a alumnos con problemas. Me daban 5.000 pesetas al mes".

"Los directores han sido en general bastante comprensivos. Cuando algún estudiante era detenido se acercaban a Carabanchel a llevarles mantas y bocadillos. A muchos esta actitud les ha costado multas y muchas broncas del patronato. Con Villapalos vivimos una de las mejores épocas. Es un hombre muy preparado e incentivó como nadie la solidaridad entre los estudiantes".

Alejandro sigue teniendo una habitación en el colegio, pero en la zona de invitados, junto a la del médico y el capellán, y continúa como responsable de las actividades musicales. Al margen de eso dirige una empresa, CultiArt, de producciones culturales. "Lo que empezó siendo un hobby ha terminado siendo mi profesión. En realidad no tenía vocación de ingeniero, pero en su momento no tuve el valor de decirlo. Ahora quiero irme, a vivir fuera del Johnny por que, si no, creo que nunca me acostumbraré a ser un ciudadano normal. Va a ser difícil, pero lo estoy intentando", concluye.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_