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Superman y Supermanuel

Las aventuras de Superman (y de un sinfín de supertipos enmascarados) pueden encontrarse hoy día tranquilamente en los quioscos de toda España. Pero hubo una época en la que el héroe de Siegel y Shuster, junto a toda su descendencia, estaba tan prohibido como El capital de Karl Marx. Fue en los años sesenta cuando el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribame, decidió que no era adecuado para las mentes infantiles el leer aventuras de héroes dotados, según la acusación, de un carácter demiúrgico. Nunca nadie ha podido entender esta extraña decisión de don Manuel (¿tal vez ya era suficiente con un héroe de carácter demiúrgico al frente del Gobiemo?), pero el caso es que los seguidores de Superman, Batman, Linterna Verde y demás superliéroes se quedaron sin su ración semanal de aventuras. No hizo falta jorobar a ninguna empresa española porque este material se importaba de México, donde la editorial Novaro imprimía su peculiar estilo a las versiones castellanas de los tebeos norteamericanos: los malos eran siempre los pillos y los amigos de Clark Kent atendían por Luisa Lane o Jaime Olsen..El destierro de Superman comportó también el de los miembros de su familia, dos personajes creados al socaire del héroe con vistas a extraer de éste todo el dinero posible. El, uno era Superboy; es decir, Superman durante su adolescencia feliz en Villachica (otro gran ejemplo de la novarización del personaje). El otro era Supergirl, una rubita a medio camino, entre Sandra Dee y Doris Day, vestida con capa voladora y faldita azul que, a veces, paseaba a Superdog, un perro con embozo rojo con el que los sucesores del difunto señor Siegel batieron todos los récords de ridículo de la serie.

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España siguió adelante sin Superman, Superboy, Supergirl y Superdog, pero nunca ha quedado claro qué extraño mecanismo pusieron en marcha en la mente del hoy presidente de la Xunta para que éste se viera obligado a dejar a sus compatriotas sin sus aventuras. Aunque también es verdad que un ministro inmune a la radiactividad no necesita para nada a un superhéroe.

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